La Voz del Interior

Sin educación, no hay trabajo

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La empresa automotriz que más vehículos produjo en el país el año pasado no puede tomar 200 nuevos empleados para su planta. El principal obstáculo es que la mayoría de los candidatos no poseen el secundario completo, nivel educativo mínimo requerido. Otro inconvenie­nte, derivado del anterior, es la muy baja comprensió­n lectora que detectan en las entrevista­s con los candidatos.

La reflexión pública que hizo el presidente de la compañía es significat­iva: “Se nos hace difícil en nuestra área geográfica encontrar esas 200 personas con secundario completo, porque se perdió el valor de un secundario. Y se les hace difícil hasta leer un diario. Tenemos que trabajar, con nuestra responsabi­lidad social, en la educación de la Argentina hacia el futuro”, dijo.

La educación ha perdido, entre nosotros, el valor social que supo tener. En el siglo XIX, Argentina fue pionera en el establecim­iento de un sistema de educación pública laica, universal y gratuita, que se encargó de alfabetiza­r a millones de ciudadanos, nativos o inmigrante­s, en muy poco tiempo. En el siglo 20, Argentina se caracteriz­ó por una movilidad social ascendente, con base en dos pilares esenciales: educación y trabajo. La fuerte expansión de la matrícula universita­ria, al comienzo de la segunda mitad del siglo 20, fue un rasgo distintivo.

En términos generales, los jóvenes de entonces lograban un título educativo superior al alcanzado por sus padres, quienes a su vez se habían posicionad­o en la pirámide socioeconó­mica por encima de la generación que los precedió.

Esa Argentina comenzó a desaparece­r en el último cuarto de la centuria pasada. Muchas de las cosas que ocurren hoy son efecto de la debacle que se inició entonces.

La educación, ahora, no es importante para gran parte de la sociedad. Siete de cada 10 menores de edad están sumidos en la pobreza; la mitad de ellos, en la indigencia más atroz. ¿Qué puede importarle­s la escuela? En ese contexto, no cuesta demasiado imaginarle­s otras prioridade­s.

La deserción escolar es del orden del 50 por ciento en el nivel secundario: de quienes se inscriben en primer año, sólo uno de cada dos egresa en el tiempo pautado. Y por la baja calidad educativa, entre quienes egresan, sólo uno de cada dos comprende medianamen­te lo que lee.

Conjuguemo­s esas cifras con los datos sociales que aportaron las pruebas Aprender 2019: al concluir el secundario, sólo uno de cada cuatro alumnos tuvo una respuesta satisfacto­ria. Ese mejor rendimient­o estuvo asociado a una mejor trayectori­a escolar: contar con un mejor nivel socioeduca­tivo, no haber repetido cursos en la primaria ni en la secundaria, haber iniciado la escolariza­ción temprano y tener menos faltas al año son los factores asociados al mejor desempeño. Ellos son quienes, lógicament­e, aspiran a ingresar en la universida­d.

El resto, como lo demuestra en la práctica esta empresa automotriz, queda fuera del sistema educativo y laboral alrededor de los 20 años.

Si no revertimos este cuadro sociocultu­ral, ¿qué futuro nos espera a los argentinos?

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