El odio que quita la paz
Por diferentes motivos, a los seres humanos siempre nos ha resultado difícil poder establecer una convivencia pacífica con nuestros semejantes.
Una serie de conflictos individuales o generales se han dado a través del tiempo en nuestra sociedad produciendo innumerables enfrentamientos cada día. Es así que se origina una violencia marcada por sentimientos de odio, que no permiten de esta manera alcanzar una paz estable y duradera.
Los genocidios ocurridos a lo largo de la historia de la humanidad producen en mi interior un alto impacto emocional al ver cómo el odio fue el causante de tanta destrucción y dolor en seres humanos indefensos, muchos de ellos niños, víctimas del horror y del terror producido por la violencia.
El odio destruye, mata y atenta contra las buenas relaciones que deberíamos tener los seres humanos, sin distinción de raza, credo o ideología.
Gracias a Dios, tenemos su amor, que es el mejor antídoto contra el odio. No hay nada más eficaz que el amor de Dios para poder combatirlo. Ese amor no destruye sino que construye. El profeta Jeremías dice: “Dios se manifestó a mí diciendo: con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jeremías 31:3).
El amor de Dios y su misericordia nos permite alcanzar la consolación necesaria frente al dolor y las adversidades. La misma presencia del amor de Dios es la que producirá los cambios que como sociedad necesitamos y que humanamente no podemos lograr. De esta manera la paz dejará de ser una utopía para convertirse en una realidad.
Es importante dejar de lado intereses personales, ya que así desaparecerán muchos de los enfrentamientos que nos toca vivir. Hoy más que nunca pedimos la intervención divina, para que su accionar traiga la verdadera paz que necesitamos. Dios bendiga nuestro país.