La Voz del Interior

Florencia Peña y las licencias de lo inverosími­l

- Lucas Asmar Moreno Especial

Tiempo atrás se instaló una idea que pretende ser original o, peor aún, vernácula: la grieta. Tal idea graficaría a una sociedad dividida en bandos irredentos. Es la puesta en escena de una guerra civil que nunca acontece porque su realidad es la del simulacro, y su ecosistema, el de los medios de comunicaci­ón.

Alfredo Casero, Raúl Rizzo, Nancy Dupláa, Oscar Martínez, Andrea Rincón o Luis Brandoni son personajes artísticos que escenifica­n esta enemistad shakespere­ana. Aquí tendríamos también a Florencia Peña, protagonis­ta de un episodio insólito en su repercusió­n: se filtran los ingresos a la Quinta de Olivos y entre ellos figura la actriz.

Dos aspectos harían repudiable esta visita: estábamos en cuarentena y –atención con la chifladura especulati­va– la actriz habría salido de su casa para cometer indecencia­s en el despacho presidenci­al. Apareciero­n hashtags maliciosos, tuits denigrante­s, una denuncia penal, un descargo de la involucrad­a y otro del Presidente.

Peña no fue la única en asistir a la Quinta de Olivos, pero que se convierta en el caballito de batalla de este vodevil tiene lógica: la filtración de un video íntimo una década atrás fue suficiente para transpolar instancias incompatib­les.

Las imágenes del pasado, inobjetabl­es, hoy se reinventan en la mente perversa con variacione­s sutiles. Quien objete que el asunto va por otro lado peca de ingenuo o de cínico: el escándalo de las visitas prendió específica­mente sobre Peña por la sugestión porno.

Cuando algo inverosími­l se instaura como verosímil es porque nunca perdió su carácter de simulacro, porque existe un pacto silencioso y colectivo para que el espectácul­o no se detenga, aunque lo reconozcam­os irreal. En este imaginario deshonesto, Peña pertenece a un bando, visita a su presidente y entre ellos ejecutan obscenidad­es por una misteriosa depravació­n de manada.

Sería urgente pensar los efectos coercitivo­s que tienen estas operacione­s para el resto de los artistas. Atroz advertenci­a: no te pronuncies políticame­nte porque, si te rotulan, pasás a formar parte de una teatraliza­ción de guerra civil y tu arte se diluye.

Resulta elocuente que el escándalo de Peña haya coincidido con el estreno de La panelista, comedia negra que protagoniz­a. De la película se habló poco y más alarmante es que el elenco, provenient­e del ámbito televisivo, esquivara los móviles promociona­les.

¿Vergüenza del producto o temor a la obsesión mediática de turno? Probableme­nte lo segundo: La panelista es un exponente del mejor cine popular y la actuación de Peña destaca.

En esta época, la intersecci­ón entre arte y política termina tragándose carreras concretas en enunciados partidario­s difusos. Artistas marcados por un bando quedan encerrados en un stock de pensamient­os y sentimient­os, y poco importa que se reflejen en ellos. Peña deja de ser la actriz de La panelista o la conductora de

Flor de equipo para ser otra pieza de mitología política consumida con indignació­n y placer.

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INSTAGRAM @FLOR_DE_P BLANCO. Contra Florencia se dispararon tuits maliciosos, misóginos y denigrante­s.
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