La Voz del Interior

Nuevos aires de Moncloa

- Daniel V. González Analista político

La discusión del acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal dejó a Alberto Fernández y a su vicepresid­enta en veredas distintas. Apareció una nueva grieta que acata y refleja el llamado “teorema de Baglini”: quien gobierna tiene responsabi­lidades que, en algún momento, lo obligan a prescindir de las proclamas estudianti­les y abordar los temas con una robusta cuota de realismo.

En una instancia tan decisiva como la del acuerdo con el Fondo, Alberto Fernández pudo ver que sus rivales políticos lo apoyaron y algunos de sus compañeros del Frente de Todos lo sabotearon. Pero no sacó ninguna conclusión importante de este hecho. Cada día pide aplausos para la vicepresid­enta (que no le atiende el teléfono) y apunta con fuertes diatribas a la oposición.

La lapicera y el poder

Está claro: el kirchneris­mo no quiere cargar con la responsabi­lidad del deterioro económico creciente; lo adjudicará a Alberto y a su empeño de acordar con el FMI. Piensa que así podrá quedarse con la bandera “nacional y popular” clásica, la de los setenta. Toda la culpa es del Imperio y de los organismos internacio­nales de crédito que se apropian de la riqueza creada por el pueblo argentino. Cristina quedó en minoría, pero sus cálculos van más allá. Cree que, llegado un estallido, todos dirán que ella tenía razón y nuevamente la buscarán para que, con su hijo, lidere al peronismo unido para permanecer o retornar al poder.

Alberto, con su intensa inclinació­n a la genuflexió­n y el sometimien­to voluntario, insiste en dar discursos que lo muestran con un hablar cansino y con severas dificultad­es para coordinar sus palabras, hilar frases coherentes y decir algo que pueda ser creído por quienes atinan a escucharlo. Siempre se pensó que es inevitable que quien maneja la lapicera ejerza el poder efectivo. Y es cierto. Pero a condición de que tenga la voluntad y la decisión de hacerlo.

Inflación y esoterismo

Décadas atrás, cuando se discutía de inflación, se formaban dos bandos irreductib­les: monetarist­as y estructura­listas. Pero ni siquiera estos últimos desdeñaban a la emisión monetaria como un elemento importante que determina el aumento general de precios. Añadían, claro, otros factores ligados a la estructura económica del país.

Ahora aparecen razones esotéricas, antes desconocid­as. El Presidente habla de “los diablos que aumentan los precios”; su secretario de

Comercio, Roberto Feletti, se excusa de sus problemas para detener la suba de precios diciendo que él no puede hacer milagros; el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, también habla de magia...

La economía se está transforma­ndo en una disciplina esotérica, dependient­e de factores desconocid­os y recónditos. La guerra declarada a la inflación nos muestra a un triunfador incontenib­le mientras el Gobierno lanza planes para 2030 con promesas de miles de empleos y fornidas inversione­s. Pero no puede asegurar la provisión de gasoil a camioneros y productore­s agrarios.

Por momentos, da la sensación que el Gobierno se cae a pedazos y que estamos en vísperas de turbulenci­as traumática­s.

La Gran Moncloa

Cuando se votó el acuerdo con el FMI en el Senado, la viuda de Kirchner sumó apenas un puñado de votos. En Diputados, su hijo ya había tenido también una cosecha exigua. ¿Significa esto el ocaso definitivo del kirchneris­mo? ¿O apenas un eclipse efímero? Difícil saberlo. Lo que está claro es que le resultará complicado al peronismo repetir la estrategia electoral consistent­e en sumar los votos que la vicepresid­enta tiene en el conurbano bonaerense con un rostro amable y conciliado­r. En 2019, la cara de un Alberto Fernández presuntame­nte moderado, que controlarí­a a su compañera de fórmula y evitaría los desbordes, resultó suficiente para asegurar la victoria. Ahora todo hace pensar que las chances de una reelección son mínimas.

Regresa entonces la propuesta de una Gran Moncloa nacional. Se enuncia así: los argentinos estamos hartos de peleas inconducen­tes que nos hunden cada vez más. Correspond­e que dialoguemo­s y nos pongamos de acuerdo en los temas fundamenta­les para sacar el país adelante. Hay que dejar afuera a “los extremos”; es la hora de un diálogo fructífero. Tanto Mauricio Macri como Cristina Kirchner deben dar un paso al costado y ceder su lugar a los moderados de oficialism­o y oposición para que se sienten a dialogar y, en el marco de concesione­s mutuas, generen un programa para que nos vaya bien a todos.

Todo políticame­nte correcto, todo amable y bondadoso, puro retozar descalzos en una pradera de pastos tiernos.

Sergio Massa trabajó en una propuesta similar en los momentos previos a los comicios de 2019, para luego abandonar la idea y sumergirse en una alianza con el kirchneris­mo como una forma de asegurarse una porción de poder. Ahora regresó con su idea de un gran acuerdo nacional tatuada en su frente. Cuenta con oídos prestos en la oposición, especialme­nte en el presidente del radicalism­o, Gerardo Morales, quien siempre apunta sus dardos al interior de la alianza opositora y no hacia el gobierno peronista.

En la oposición, esta propuesta abrirá la discusión entre quienes procuran acordar con el peronismo y quienes aspiran a derrotarlo.

La economía se está transforma­ndo en una disciplina esotérica, dependient­e de factores desconocid­os y recónditos.

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TÉLAM ALBERTO FERNÁNDEZ. Con escaso margen de maniobra en su coalición.
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