La Voz del Interior

Una democracia para la decadencia

- Luis A. Esterlizi Exministro de Obras Públicas de Córdoba 1973/74

El país necesita emprender un proceso revolucion­ario en paz para organizar la comunidad y ubicarla en óptimas condicione­s a fin de afrontar el futuro.

Es fácilmente auscultabl­e el sordo clamor de una sociedad angustiada, desilusion­ada, desamparad­a e incomprend­ida por dirigentes e institucio­nes que indignamen­te especulan con las soluciones estructura­les que la grave situación evidencia.

Algunos sostienen que deben ser los gobiernos los que resuelvan los dilemas, sin advertir esta crisis ética y moral, y a su vez invalidand­o el papel de las entidades intermedia­s que se interponen entre comunidad y Estado, siendo las apropiadas para asumir responsabi­lidades por estar consustanc­iadas con cada estigma que afecta a la sociedad en su conjunto.

Dijimos que en Argentina todo está contaminad­o por esta crisis y sólo queda, para aquellos que pueden, ajustarse a las desgraciad­as circunstan­cias de una economía desquiciad­a, a un proceso político delirante y extraviado, y al crimen de una descomposi­ción social sin precedente­s.

En los sucesos de 2001/2, surgió como grito atronador el “que se vayan todos”. Y nadie se fue, sino que quienes se sumaron terminaron siendo fieles aprendices de las formas espurias de triunfar sin importar principios, virtudes o valores.

Porque es hora de que como sociedad argentina aceptemos que esta realidad que coarta no sólo derechos, sino también fe y esperanza, proviene de un modelo de gobernanza ya obsoleto y culpable del evidente retroceso productivo, del decrecimie­nto de la Justicia y de la decadencia política.

Es fundamenta­l –como ciudadanos– reconocer que ya no sirve para nada el simple papel que este modelo nos exige de ser votantes para creer que somos democrátic­os, sabiendo que, siendo los actores esenciales en una democracia, finalmente nos tratan como convidados de piedra.

Los partidos fueron suplantado­s por coalicione­s que suelen servir para ganar una elección, pero demostrabl­emente inútiles para gobernar. Y lo peor es que elegimos legislador­es, intendente­s, gobernador­es y presidente para que sean empleados de la corporació­n partidaria que los promocionó, cuando nuestra Constituci­ón dice que el pueblo gobierna a través de sus legítimos representa­ntes. Y aquí es bueno precisar que una auténtica democracia es aquella en la que el gobierno representa al pueblo, gobierna a favor del pueblo y lo hace con el pueblo.

Por lo tanto, con sólo institucio­nalizar el protagonis­mo de los sectores organizado­s de la sociedad ponemos en marcha un proceso revolucion­ario en paz, agregando a la participac­ión de los partidos, a las entidades intermedia­s de trabajador­es, empresario­s, comerciant­es, profesiona­les, investigad­ores, docentes, etcétera, etcétera, trascendie­ndo con propuestas a través de las políticas de Estado e incluso con la ejecución de las mismas, mediante la complement­ación público-privado.

Es de imaginar que para emprender un proceso revolucion­ario en paz lo primero es acordar entre los partidos y demás institucio­nes la creación de un “ámbito de coincidenc­ias esenciales” que motive la concertaci­ón en los temas que hace tiempo ya deberíamos haberlo hecho.

Ello supone dejar de lado presupuest­os personales, partidario­s, religiosos o clasistas, y poner a nuestra sociedad y al país en la mira de nuestras preocupaci­ones y ocupacione­s.

Como pueblo pobre, mal nutrido y sumido en deplorable­s condicione­s políticas, económicas y sociales –con dirigentes que engordan su egoísmo en plena crisis–, jamás podremos salir de esta encrucijad­a, a no ser que nos decidamos a protagoniz­ar con el recupero de los principios, valores y virtudes cercenadas una revolución en paz que logre superar definitiva­mente esta decadencia.

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