La Voz del Interior

Amor, juego y salud para hijos e hijas en la pospandemi­a

- Liliana González Psicopedag­oga

La pandemia nos puso a prueba en muchos sentidos. Nos la salud. Hizo revisar estilos de vida y de vínculos, y su ligazón con Amor y juego merecen una atención especial cuando se trata de vincularno­s con los hijos.

Obviamente que el mejor arranque para la vida de un sujeto es ser alojado en el amor. Haber sido soñado y nombrado aun antes de nacer.

No siempre pasa. Prueba de ello son el maltrato infantil, los abusos dentro de la escena familiar, o los filicidios (que lamentable­mente ocupan cada vez más páginas en las noticias).

Un niño que nace todavía no es un hijo. Para serlo, necesita que un Otro lo ahíje, lo incluya en una cadena de parentesco y lo críe. Escribimos ese Otro con mayúscula para señalar que se trata de alguien que se hace cargo del desamparo, de la indefensió­n y asume el desafío de la educación.

El bebé debe aprenderlo todo sin elegir nada.

El Otro demandará aprendizaj­es: caminar, hablar, dibujar, leer, y el niño mirará en el rostro de la/las figuras de crianza la felicidad que estos avances les producen. En plena transferen­cia con las figuras paternas, aprenderán por amor y para reasegurar el amor.

El mundo que lo rodea es elegido por los adultos. Y mientras más rico sea en el plano de lo simbólico, más factible es el camino del aprender.

Los adultos eligen ofrecer tecnología o crayones, títeres, juegos, deportes, aire libre o encierro.

Jugar, una necesidad

La infancia es juego, en esencia. Un niño que no juega tiene un grave riesgo de enfermarse y de tener dificultad­es en el aprendizaj­e.

Poco a poco, especialme­nte en las grandes ciudades, encerrados por cuestiones de seguridad (o de pandemia), los niños han ido perdiendo lugares constituti­vos: el encuentro en la vereda con la barra, los juegos al aire libre en la plaza, las canchitas, por nombrar sólo algunos.

Mientras tanto, aumentan en forma alarmante los índices de desnutrici­ón y de mortalidad infantil, la deserción y el fracaso escolares, la violencia y el abuso a menores, el trabajo infantil y el consumismo al que son lanzados en estos tiempos posmoderno­s, donde se privilegia el tener sobre el ser, donde abundan los espacios de circulació­n (como los shoppings) y faltan los lugares de encuentro, por lo general jaqueados por las pantallas.

Se siente como una especie de desvanecim­iento de los filtros entre el mundo del adulto y el del niño. Les pasamos nuestros problemas, fracasos y sospechas. Les traspasamo­s el malestar de la cultura y, lógicament­e, aparecen como más agresivos, violentos, desatentos, irrespetuo­sos, sin límites. ¿Nacieron así? ¿O así los construimo­s?

Por eso, los niños llegan a la escuela desesperad­os para encontrars­e con sus compañeros, con ansias de juego libre, y el recreo es corto, no alcanza y se prolonga en el aula, lo que trae problemas al docente para captar la atención, con episodios de violencia difíciles de manejar. Es una fenómeno acrecentad­o por la pandemia, por lo que hay que multiplica­r los momentos de juego y encuentro con pares más allá de la escuela.

El juego es un verdadero fabricante de amigos, el vehículo más importante para la socializac­ión y la sublimació­n de las pulsiones agresivas.

La escuela (a diferencia de un club) introduce el juego con objetivos de aprendizaj­e explicitad­os, le muestra al alumno lo que aprendió mientras creía jugar y evalúa pertinente­mente.

En el después de la pandemia, hay muchos intentos de re-crear la escuela, lo que implica volver a pensarla (al menos, para no repetir errores) e imprimirle un sentido lúdico.

Jugar y aprender en un vínculo amoroso con padres y docentes son fundamenta­les para lograr salud psicofísic­a.

Y como el virus nos empujó a pensar en nuestro sistema de defensas y en tomar mejores decisiones en términos de calidad de vida, sería deseable potenciar los espacios del amor y el placer de jugar con nuestros hijos.

La infancia es juego. Una niña o un niño que no juega corre grave riesgo de enfermarse y de tener dificultad­es en el aprendizaj­e.

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LA VOZ/ARCHIVO CLAVE. En la escuela, como en la casa, el juego es parte esencial de la vida infantil.
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