Jack White, un fuera de serie sin temor a traicionarse
“Fear of the Dawn” se impone con estampidas de rock progresivo. Apabulla y, al mismo tiempo, desconcierta.
En lo visual, Jack White sigue apostando a una estética de penumbra azulada. Lo hizo cuando presentó Lazaretto, su debut como solista de 2014, en el Lollapalooza Argentina 2015. Y lo hace ahora en Fear of the Dawn, el primero de los dos discos que anunció para 2002, en cuya tapa se lo ve contemplando maderos desparramados en el piso, iluminado por una luna destellante.
La imagen no es una foto sino un dibujo que lo muestra de perfil, entre pensativo y angustiado.
Como sea, ese tono le permite a la exmitad de The White Stripes desarrollar un concepto sobre que la noche es el momento ideal para fluir, sobre todo para los incomprendidos.
Ya con el disco sonando en el dispositivo que sea, esa idea está abonada en Eosophobia, un tema amparado en el “miedo al amanecer”.
Esa composición empieza como un reggae, luego se enrarece con un desarrollo progresivo y explota en riffs de naturaleza heavy metal.
La letra, en tanto, refiere a la omnipotencia del sol, al tiempo que reivindica la decisión (del que expresa) de apagarlo a su antojo. Y luego lleva todo al terreno sentimental: “Cuando mis sentimientos desaparezcan/ entonces aprenderé a amarte”.
Lo dicho, un disfuncional dando cuenta de cómo vive al margen de la luz y que sonoriza la cuestión con una estampida caprichosa. Apabulla, claro, aunque también genera varios signos de interrogación.
Jack White siempre se ha valido de lo visual para cerrar el sentido de su aporte musical al mundo y autopercibiéndose como un freak. Pero si en The White Stripes sólo conjugaba el blanco y rojo para crear música valvular y al hueso, como solista de noctámbulo - azulado filtra estos sopapos mixtos, que no noquean porque estamos ante un boxeador con exceso de retórica y que pueden llevar al desconcierto.
Desconcierto similar al que produjo el estreno de Taking Me Back, tema de apertura, como parte de una versión del videojuego Call of Duty.
La cosa fue así: un tema de rock primal y algo misógino para una aventura audiovisual de armas, explosiones y muerte. Es decir que el puritano del sonido valvular y orgánico, el que pidió no usar celulares en sus shows, no tuvo dramas en reforzar el sentido de un producto de realidad virtual.
Cero drama, cualquiera puede incurrir en contradicciones, pero casi nadie logra disimular cierta sequía creativa cuando junta referencias de modo atolondrado. Y hablamos desde citas casi explícitas al scratch de viola de Tom Morello (The White
Raven) a sampleos de armonizaciones vocales de Manhattan Transfer en Into the Twilight.
Sobregrabaciones, interjecciones, redoblantes procesados, theremín… Todo suma en este festival de rock & roll retorcido, que puede servir para desatormentarse si es que el escucha está afectado por el imperio de lo que se denomina música urbana.
Pero para aquel que no lo necesite, puede tomar un camino más corto para poner la espalda para los latigazos certeros de What’s The Trick? o la mente para alucinar con lo que propone el medio tiempo Shedding
My Velvet. Este último es el tema de clausura, e invita a despojarnos del terciopelo que nos cubre para mostrarnos tal cual somos. Es curioso lo que White concluye en él, cantando como un exótico Robert Plant.
Palabras más o palabras menos, expresa que no era tan malo como se suponía pero al toque aclara que tampoco es tan bueno. La sentencia desde aquí: es un fuera de serie ejerciendo el derecho a equivocarse.