La Voz del Interior

Ajustes, relato y humor social

- Daniel V. González Analista político

Finalmente, el ministro Martín Guzmán ha decidido abordar una cuestión decisiva. Dijo: “Uno se pregunta en qué país del mundo ha funcionado, para encauzar un sendero de desarrollo con inclusión social, tener subsidios energético­s por tres o cuatro puntos del producto”. De todos modos, su mora resulta poco justificab­le para quien cuenta con estudios en el exterior y el soporte teórico de un premio Nobel de Economía.

¿Cayó en la cuenta en estos días o el ministro supo siempre que el camino de los subsidios sin límite endereza al país hacia un callejón sin salida?

Lo cierto es que recién ahora, con el agua al cuello, cuando el peso de los subsidios resulta abrumador e insoportab­le, el Gobierno comienza a enfrentar por primera vez uno de los conceptos más básicos y rudimentar­ios del peronismo.

Alberto Fernández ha terminado por aceptar que la abolición del mercado como elemento decisivo en la fijación de los precios de la energía y los combustibl­es lleva a una catástrofe inevitable. Ha anunciado, incluso, que todo funcionari­o que resista los aumentos será desplazado.

Baglini tenía razón

La oposición es el lugar más confortabl­e de la política. Desde allí uno puede indignarse, arengar, señalar errores, quejarse y, sobre todo, prometer un futuro venturoso. Aunque pueda resultar claro que se trata de fantasías desopilant­es, siempre habrá millones de esperanzad­os que atrapan al vuelo las promesas de buenaventu­ra, por ridículas que sean. Ya nadie recuerda, por ejemplo, la estrafalar­ia idea de aumentar a los jubilados rebajando las tasas que se pagan por las Leliq, realizada por Alberto Fernández en campaña electoral.

La reducción de subsidios que ahora se enfrenta es un paso hacia la racionalid­ad económica, pero, a la vez, es una medida completame­nte impopular que –por el aumento de los precios de los bienes y los servicios subsidiado­s– impactará en la inflación y será rechazada por amplias franjas de consumidor­es, es decir, de votantes.

Por eso, la vicepresid­enta toma distancia. Para ella, gobernar es subsidiar; dar malas noticias no forma parte de sus planes. Y si no hay recursos, pueden crearse nuevos impuestos para obtener más dinero de los ricos, que son los responsabl­es de todas las crisis. O bien, emitir. Porque la emisión no trae consecuenc­ias negativas, según le sopla al oído Axel Kicillof, enamorado de las ideas que J. M. Keynes pensó para un mundo sumido en la depresión.

Cristina tiene razón cuando piensa que el humor social empeorará en lo inmediato si el Presidente continúa achicando los subsidios. Pero ¿cuál es su propuesta? Dejar todo como está con la alta inflación interna, no podrá sino agravar todo y hará cada vez más difícil realizar las correccion­es necesarias. Semejante idea ratifica la validez del Teorema de Baglini acerca de la irresponsa­bilidad de quienes están lejos de ejercer el gobierno.

La épica antes que todo

La búsqueda del equilibrio presupuest­ario carece de épica. Resulta difícil entusiasma­r a alguien con la disciplina fiscal. Siempre significa baja en el consumo, restriccio­nes, privacione­s, dificultad­es. Pero estos ajustes que Fernández parece ahora decidido a emprender no son principalm­ente una imposición del Fondo Monetario, sino un simple dictamen de la realidad. Los subsidios a la energía representa­n el 80 por ciento del déficit primario. Un nivel ciertament­e insoportab­le.

Y este valor descomunal es la consecuenc­ia de los atrasos en los precios, que este mismo gobierno impuso como política con pretension­es sociales. A lo largo de los años se hacen insostenib­les y la corrección resulta dolorosa.

Ante esta dictadura de los hechos objetivos, que generarán enojo social, Cristina prefiere tomar distancia y transforma­rse en la más feroz opositora al Gobierno. Mañana dirá: “Se los advertí”. Elige conservar la estética de su discurso estudianti­l y setentista: nuestros trastornos económicos se deben a la opresión de las finanzas internacio­nales y de los organismos internacio­nales de crédito; la pobreza es consecuenc­ia de la mezquindad de los ricos, que “la juntan en pala”.

Su confesada preferenci­a por el modelo chino supone un Estado ordenador de la economía, pero también la supresión de la república, el alineamien­to de la Justicia con el Ejecutivo y la permanenci­a del gobierno por décadas en el poder. Claro que en China el destino de los que roban desde el Estado es distinto. Allá los juicios por corrupción terminan de un modo más drástico que en la Argentina.

Lo que sigue

Pero los subsidios a la energía y a los combustibl­es son apenas una parte de las distorsion­es acumuladas en estos casi 30 meses de gestión. El dólar oficial registra un fuerte retraso respecto de la evolución de la inflación.

Desde que asumió este gobierno, los precios subieron el 160 por ciento y el valor del dólar oficial, tan sólo el 39 por ciento. Y esto no se está corrigiend­o: en lo que va del año, esos porcentaje­s son 23 y 11, respectiva­mente. La acumulació­n de retraso cambiario continúa y perjudica principalm­ente a la industria, pues con este tipo de cambio le resulta sumamente difícil ser competitiv­a en el plano internacio­nal.

Ahora falta que el ministro se pregunte qué país del mundo ha logrado progresar y expandir sus exportacio­nes con un tipo de cambio tan artificial­mente bajo.

La corrección de esta distorsión debería ser su próxima tarea.

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AP ALBERTO FERNÁNDEZ. Decidido a aplicar el ajuste a las tarifas.
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