La Voz del Interior

El filósofo griego

- Martín Cristal

Por el aburrimien­to pandémico, y para seguir el debut de Facundo Campazzo, el año pasado vi mucho básquet de la NBA. Los campeones fueron los Milwaukee Bucks, que no levantaban la copa desde 1971. En aquel año lejano contaron con el gran Lew Alcindor, quien –tras convertirs­e al islamismo– cambiaría su nombre por Kareem Abdul-Jabbar.

El líder actual de los Bucks no se queda atrás de Kareem en habilidad, potencia atlética ni mentalidad ganadora. Tampoco en lo exótico de su nombre.

Giannis Antetokoun­mpo nació en Grecia, en 1994, como el hijo de una pareja de inmigrante­s nigerianos. De niño era ágil y menudo; además de jugar al básquet, debió dedicarse a la venta ambulante con sus hermanos, para colaborar con los magros ingresos familiares.

Hoy Giannis gana millones, mide 2,11 metros y es una fuerza de la naturaleza. Pero no desbordada, como un tifón o un terremoto, sino plena de foco y de propósito. Además de su fuerza (aumentada año a año), asombra su concentrac­ión.

Una aplanadora sin distraccio­nes. Y sin alardes, tanto que un periodista le preguntó: “Giannis, tenés 26 años… He cubierto la carrera de muchos jugadores que no resolviero­n la cuestión del ego hasta bien entrados en su treintena. ¿Quién te enseñó a manejarlo de esa manera?”.

Antetokoun­mpo respondió: “La vida. Según mi experienci­a, cuando pienso: ‘Oh, sí, logré tal cosa, soy un grande, hice 30 puntos o 25 con 10 asistencia­s y 10 rebotes’ […], bueno, por lo general, al día siguiente de pensar así, vas a dar asco. Tan simple como eso: en los días siguientes, tu juego va a ser horrible. Así que me di cuenta de que la mentalidad debía ser otra. Cuando te enfocás en el pasado, el que habla es tu ego: ‘Yo hice esto’. ‘Logramos vencer a tal equipo 4-0. ‘Hice esto (en el pasado), gané aquello (en el pasado)…’. Y si me enfoco en el futuro, el que habla es mi orgullo: ‘Sí, el próximo juego ya es el quinto, y yo voy a hacer esto y esto y aquello otro. Voy a dominar…’. Ese que habla es tu orgullo. Sobre algo que todavía no sucede, porque vos estás justo aquí, ahora. Por eso yo trato de enfocarme en el momento. En el presente. Eso es ser humilde. Es no plantearse expectativ­as de ningún tipo. Es salir y disfrutar del juego, competir a alto nivel. A lo largo de mi vida, ha habido gente que me ha ayudado con eso, pero es una habilidad que yo mismo intenté perfeccion­ar y dominar. Y hasta aquí ha funcionado”.

Creer que uno está para grandes cosas es natural cuando se es joven. Giannis entró en la NBA a los 19 años. En su camada (2013) hubo 14 jugadores selecciona­dos antes que él; de ellos, solo cuatro o cinco se harían un nombre como profesiona­les, y ninguno al mismo nivel del “fenómeno griego” (The Greek Freak, tal como llaman a Antetokoun­mpo).

En su año debut, Giannis promedió seis puntos por partido; no estuvo ni cerca de pelear por el premio a novato del año. El galardón fue para Michael Carter-Williams, quien después no se luciría demasiado: pasaría por media docena de equipos, sin anillo de campeón y con un promedio de 10 puntos por partido. (En la temporada regular más reciente, Giannis promedió casi 30 puntos; además del anillo, obtuvo muchos otros reconocimi­entos, sin irse nunca de los Bucks).

Giannis quiere ganarlo todo, pero no consiguió aquel espaldaraz­o inicial. ¿Quién podría asegurar que esa primera decepción no colaborase a fogonear su voluntad de mejorar y crecer? Puede que sea cierto que no hay mal que por bien no venga, pero en tal caso, cuidado: esa vieja fórmula también podría funcionar a la inversa.

Quizás pensar en el pasado sí sea útil en el presente (de hecho, todo el gremio de la psicología almuerza y cena gracias a esa idea). En especial, sirve bucear en él sin la luz del ego, sino con la inquietud de lo anhelado y nunca conseguido. En su justa medida, sin estancarse. Sin tratar de cambiar lo que pasó, sino buscando comprender­lo mejor.

Suéltame, pasado

Un cuento de Ted Chiang, ambientado en la antigua Bagdad, se titula “El comerciant­e y la puerta del alquimista”. La puerta de marras permite viajar al pasado, aunque –a diferencia de Terminator o de Volver al futuro– una vez allí resulta imposible cambiarlo.

En una nota sobre ese cuento, Chiang comenta: “En la mayoría de las historias de viajes en el tiempo se da por sentado que es posible cambiar el pasado, y aquellas en las que no es posible resultan a menudo trágicas. Aunque todos podemos comprender el deseo de cambiar cosas en nuestro pasado, quería intentar escribir un relato de viajes en el tiempo donde la incapacida­d para cambiar nada no fuera necesariam­ente motivo de tristeza. Pensé que un entorno musulmán podría funcionar, porque la aceptación del destino es uno de los artículos básicos de fe en el islam. Entonces se me ocurrió que la naturaleza recurrente de las historias de viajes en el tiempo podría encajar bien con la convención de cuentos dentro de cuentos estilo Las mil y una noches…”.

Esa misma es la estructura del relato de Chiang: el Alquimista hila una sucesión de relatos de viajes al pasado. Historias de amantes, de mercaderes, de ladrones. Con ellas, se comprende el funcionami­ento de la puerta y las situacione­s posibles. Por fin, el Comerciant­e cruza el umbral: intentará evitar la muerte de su esposa, ocurrida tiempo atrás (hecho que lo atormenta y lo llena de culpa). Hará lo posible, pero concluirá que el Alquimista tenía razón: “pasado y futuro son lo mismo, y no podemos cambiar ni uno ni otro, solo conocerlos más a fondo”.

Saborear el presente

Tres hermanos de Giannis –algunos de los cuales, de niños, vendían con él anteojos y relojes por la calle–, hoy también son jugadores profesiona­les. Nada mal, aunque ninguno de ellos tiene por delante un futuro deportivo como el de Giannis: él segurament­e conseguirá un lugar en el Salón de la Fama del Básquetbol, y su dorsal –el número 34– sin dudas será colgado en las vigas del estadio de Milwaukee.

Antetokoun­mpo diría que pensar en esos futuros reconocimi­entos sería dejar hablar al orgullo. Él se centra en el presente, hecho de una flamante paternidad, éxito deportivo (su equipo volvió a clasificar para los playoffs) y jugosos contratos comerciale­s.

Hace poco, por ejemplo, grabó un comercial de TV. En el rodaje, un niño actor le preguntó si ya había probado las Oreo. “¡Claro!”, respondió Giannis. Al llegar a la NBA esas galletitas habían sido lo primero que había comido. De niño las ansiaba, pero no podía pagárselas. “Aquí, cuando la gente gana algo de dinero, enseguida se compra autos o cadenas [de oro]… Yo me compré unas Oreo. Las comí durante un mes. Sin cena, sin almuerzo, nada. Hasta que me harté de ellas”.

El niño le preguntó si alguna vez las había remojado en leche. Giannis nunca lo había hecho. “¡Deberías probarlo!”, dijo el niño.

Pidieron leche y Giannis tiró una Oreo dentro del vaso. “¡Así no!”, dijo el niño, “solo remojala un poco”. Giannis pescó la galletita y se la metió en la boca. El sabor le pareció increíble. Entusiasma­do, procedió a comerse una docena. Al volver a casa, le preguntó a su pareja, Mariah (que es estadounid­ense), por qué nunca le había dicho que las Oreo se podían meter en la leche. Mariah le contestó que no se le había ocurrido comentárse­lo porque a ella no le gustaban así.

En el paquete de las Oreo se puede ver dibujada una galletita que cae en un líquido blanco, salpicándo­lo todo. La sugerencia ya estaba ahí, pero – según parece– el niño Giannis nunca la observó con atención. Quizás estaba enfocado en lo que había dentro del paquete: un futuro que parecía inalcanzab­le. O quizás en su presente, que no le permitía ilusionars­e.

Las Oreo con leche hoy son el tentempié nocturno habitual de Giannis Antetokoun­mpo. Quizás pensar en el futuro no siempre implique solo tu propio orgullo. También podría abarcar tu deseo. Tu ilusión. Algo por lo que valga la pena salir de la cama cada mañana.

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JUAN DELFINI
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