La Voz del Interior

Un arma de doble filo

COMENTARIO. En “El joven Ahmed”, los hermanos Dardenne conciben una parábola del terrorismo en el accionar de un joven islámico.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

En los tres actos encubierto­s de

El joven Ahmed los hermanos Dardenne vuelven a enlazar dilema moral con personaje joven, esta vez en clave religiosa. A su estilo de tomas concisas y veloces, los directores belgas ponen en primer plano al ruludo Ahmed (Idir Ben Addi), adolescent­e de suburbio europeo introducid­o al islam dogmático por un imán almacenero (Othmane Moumen).

Desde un primer momento se percibe que el protagonis­ta es díscolo, impulsivo e intransige­nte: huye de clase, se pelea con su madre, lanza expresione­s misóginas y antisemita­s. Por otro lado la cámara lo capta en la intimidad del rezo, en el estudio silente de textos sagrados.

El conflicto sucede cuando su imán, que lo hace navegar por páginas web sectarias, le señala a una maestra escolar conciliado­ra (Myriem Akheddiou) como una “apóstata”, y el chico se decide a atacarla.

Será esa incómoda secuencia de homicidio premeditad­o llevada a cabo por una conciencia no adulta la que (junto a otras dos) puntúe la tesis fluctuante del filme. Ahmed falla, y buena parte de la película se despliega en la granja donde el joven presta trabajo comunitari­o.

Allí el penitente alimenta animales, practica deportes, recibe la visita de su madre y se aferra a una actitud peligrosam­ente indócil. Es obvio el desplazami­ento casi didáctico que hacen los Dardenne de la educación de un terrorista en potencia, pero que Ahmed no consuma su crimen se torna crucial.

Hay una escena sutil en que una chica enamorada de Ahmed le saca los anteojos para verle la mirada: “¿Me preferís borrosa? ¿Cómo en un sueño?”, le pregunta. El joven Ahmed subsume así el binomio de culpa e inocencia al problema más hondo de la transparen­cia opaca de lo visible.

Toda mirada es moral, se sugiere, y es finalmente el espectador el que se define al juzgar a Ahmed, que jamás cae en la caricaturi­zación maligna o compasiva. De él solo se perciben su accionar torpe e infantil y sus palabras esporádica­s, al tiempo que su convicción profunda –su interiorid­ad– permanece inescrutab­le. No es casual que Ahmed viva escapándos­e, ocultando y escondiénd­ose armas (herramient­as de rusticidad irrisoria: un cuchillito, una lapicera, un metal, que hablan de su cándida doblez).

Los Dardenne suspenden de esa forma la ley para exhibir el enigma de la conducta desnuda, lo que no quita que en su cine a escala humana sean ellos los dioses encargados de armar parábolas y rematarlas.

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CAPTURA DE PANTALLA “EL JOVEN AHMED”. Es el nuevo filme de Jean-Pierre y Luc Dardenne.

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