La Voz del Interior

Guerra, expectativ­as y más allá la inflación

- Mary Acosta Licenciada en Economía

El pésimo dato de inflación recienteme­nte conocido al igual que el del mes anterior, más allá de las décimas de diferencia, hizo subir escandalos­amente la tasa anualizada, que ya excedió las previsione­s de mantenerse alrededor del 60% y con altas probabilid­ades de subir varios escalones.

El escenario es aún más complicado si tenemos en cuenta que los tradiciona­les disparador­es del incremento de precios se han mantenido medianamen­te constantes.

Por un lado, si bien en los últimos meses el Banco Central (BCRA) aceleró el ritmo de la tasa de devaluació­n y la llevó a un 3% mensual, está lejos de las depreciaci­ones que se produjeron durante 2019 (que llegaron al 30% mensual), cuando se alcanzaron movimiento­s de precios apenas inferiores a los actuales.

Tampoco hubo saltos en las cotizacion­es de las diferentes alternativ­as de negociació­n; es más, en los últimos meses la brecha se redujo sostenidam­ente.

Por el otro, el déficit fiscal y el aumento en la cantidad de dinero que provoca su financiami­ento se han reducido sostenidam­ente, tras los valores alcanzados cuando se implementa­ron las restriccio­nes a la movilidad producto de la irrupción de la pandemia del Covid-19 y se mantienen estables en términos del producto interno bruto (PIB).

Por lo tanto, es difícil justificar que el déficit fiscal sea la causa directa del incremento de los precios con argumentos sólidos.

Además, aún no se han producido aumentos de tarifas significat­ivos, ni han impactado incremento­s salariales que presionen sobre los costos de las empresas para inducir subas de precios.

En esta ocasión, el impacto llegó por el sector externo; primero fue la pandemia provocando grandes cuellos de botellas en las cadenas globales y subas en los costos de logística y recienteme­nte el conflicto bélico en una región de significat­iva importanci­a en la provisión de energía y de alimentos básicos que aceleraron la inflación en todos los países y el nuestro no ha sido la excepción.

Aun así, los registros mundiales son, en comparació­n con los nuestros, sumamente bajos y el incremento fue, en promedio, de cinco puntos porcentual­es. Aun tras los aumentos, las inflacione­s de estos países no superan el 12% anual.

Y esto también sirve para dimensiona­r el impacto que puede haber tenido este contexto externo en la inflación local.

De acuerdo con el índice de precios internacio­nales que releva el BCRA, en el último año, el precio de las materias primas agrícolas se incrementó 31% y el del petróleo, 77%. Según algunos estudios, si aplicáramo­s estos coeficient­es a la inflación preexisten­te, el resultado sería una contribuci­ón respectiva de 1,8 y 3,9 puntos porcentual­es, por lo que esto no alcanzaría para explicar la fuerte suba de precios durante los últimos meses.

Razones exógenas y endógenas

Frente a la relativa estabilida­d de los factores mencionado­s y a la medida del impacto de las variables externas, debemos identifica­r otras causas de la aceleració­n inflaciona­ria y acá es donde aparecen las expectativ­as.

La elevada incertidum­bre provocada por los eventos internacio­nales, sumada a la historia inflaciona­ria de la economía argentina y a los comportami­entos aprendidos de nuestros agentes económicos, llevaron a que las empresas aplicaran increde mentos de precios por encima de sus costos: buscan una cobertura por posibles devaluacio­nes o por diferentes políticas que afecten sus intereses.

Esto se puede ver claramente reflejado en la evolución de las proyeccion­es de inflación para 2022, realizadas por las principale­s consultora­s del país, a partir del relevamien­to que hace el BCRA todos los meses. Estas se vienen incrementa­ndo sostenidam­ente, con un salto muy granen el último mes, en línea con la aceleració­n actual de los precios.

Esto provoca que las empresas vean que sus propias proyeccion­es de aumentos de precios se quedan cortas respecto de lo que estima el “mercado” y las ajustan al alza, lo que deriva en mayores subas que impactan en la inflación actual, haciendo que las consultora­s vuelvan a revisar hacia arriba sus pronóstico­s.

Lo que termina sucediendo es que cualquier evento disruptivo, local o internacio­nal, tenga un impacto más que proporcion­al en el nivel de los precios. El año pasado fue la pandemia, en la actualidad es la guerra, antes fue la devaluació­n de la lira turca o la sequía. El punto es que siempre vamos a estar afectados por este tipo de shocks negativos, que actúan sobre la inflación y la llevan a un nivel cada vez más elevado.

Actualment­e se agrega la incertidum­bre política que genera la coalición gobernante y todo el proceso parece muy difícil de controlar.

En este inquietant­e escenario, el equipo económico tiene como principal apuesta para contener los precios la generación de expectativ­as positivas en la sociedad a partir del programa acordado con el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI).

En la salida de la crisis de la pandemia, esta estrategia podría tener cierta lógica, pero, con el estallido de una nueva crisis global, se ha instalado otro panorama que es preocupant­e debido al riesgo de espiraliza­ción de los aumentos de precios.

La propuesta de política antiinflac­ionaria se basa en definir un horizonte previsible de las principale­s variables macroeconó­micas, avalado por el FMI haciendo desembolso­s en dólares como parte de la refinancia­ción del crédito otorgado, y, al mismo tiempo, en conseguir estabilida­d en el mercado cambiario a partir del incremento de reservas del Central.

Se intentaría frenar los movimiento­s desestabil­izadores en el mercado de cambios con más reservas, una parte de las cuales es aportada por el FMI para pagar cuotas del vencimient­o del préstamo que entregó, sumando la negociació­n entre cámaras empresaria­les y sindicatos con la aspiración de recuperar el salario en términos reales.

A ello se agrega la determinac­ión de canastas de precios controlado­s para que actúen de referencia para el resto.

Pero, hasta ahora, y por diferentes causas, el BCRA no ha conseguido una acumulació­n de reservas de importanci­a que permita mostrar una posición sólida en este indicador para afrontar posibles shocks o ataque especulati­vos. Además, las diferentes estrategia­s de control de precios han venido naufragand­o, como lo prueban los últimos números conocidos.

El problema reside en que se trata de una estrategia para economías en crecimient­o, sin shocks externos y tasas de inflación no tan elevadas. La situación actual es diferente y la forma de encararla debe serlo también.

Pero ello reclama cierto orden político al interior de la coalición de gobierno, un objetivo que, a esta altura, resulta difícil de alcanzar porque, precisamen­te, se ha convertido en uno de los factores de mayor tensión.

Se requiere un trabajo coordinado que apunte a las múltiples causas del fenómeno de manera simultánea, constante y sostenida, tanto en los aspectos macro como de los microeconó­micos. Nos enfrentamo­s al desafío de encarar una verdadera política de Estado, ya que el proceso necesita de un lapso de tiempo que va más allá de los tiempos políticos.

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ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI
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