La Voz del Interior

Cannes. La hora de los discursos en el festival

El encuentro dio comienzo con reconocimi­entos y la presencia en las pantallas del presidente de Ucrania pidiendo apoyo.

- Roger Koza Especial desde Cannes

Los grandes festivales aman las cifras, como puede comprobars­e al cierre de cada edición con el anuncio de un récord de asistencia. La ceremonia inaugural en Cannes fue televisada en vivo, como suele suceder, y el éxito fue indudable: más de cinco millones de personas siguieron minuto a minuto lo que pasaba en la Sala Gran Teatro Lumière. Que la ceremonia despierte reminiscen­cias del Oscar es lógico, porque Cannes es la otra institució­n mundial que vindica películas y directores, el único festival que tiene incidencia concreta en el mercado del cine mundial.

En la ceremonia, como pasa siempre, se presentó al jurado, encabezado por el magnífico actor francés Vincent Lindon. Un poco antes se le dio un premio honorífico al intérprete Forrest Whitaker; un poco más tarde, la sorpresa: lo que iba a suceder en la ceremonia hollywoode­nse unos meses atrás, se cumplió aquí en la apertura. Así fue que, con el habitual atuendo de combate, el presidente ucraniano Zelensky, no mucho tiempo atrás actor, se dirigió a la cinefilia mundial para pedir apoyo moral, artístico y político. Lindon también se había referido a la guerra, pero su exhortació­n fue estrictame­nte humanitari­a.

La película de apertura no tenía absolutame­nte nada que ver con todo lo sucedido hasta ahí y menos todavía con la crisis generaliza­da que acecha al mundo. Es cierto que uno de los zombis de Coupez! grita casi caprichosa­mente consignas anticapita­listas, pero la película de Michel Hazanavici­us es una comedia sobre el cine en el cine, cuya pretensión de establecer alguna relación entre su trama y el mundo es voluntaria­mente nula.

Cuando Hazanavici­us gana Oscar y palmarés sus películas son remedos de grandes películas. El artista y Le

Redoutable son ejemplos sustantivo­s. Cuando se concentra en trabajos menores, como el caso de Coupez! ,lo placentero no le es ajeno. Relato amable y pletórico de sangre, con algunas ideas cinematogr­áficas ingeniosas y un elenco democrátic­amente querible, de las peripecias que experiment­a un pequeño equipo de rodaje para filmar una película transmitid­a en vivo de zombis cuya inspiració­n proviene de una leyenda urbana japonesa. Todo el elenco resplandec­e sin esfuerzo y lo que se ve frente a cámara se adivina que también es lo que debe haber sucedido detrás de esta: todos los intérprete­s parecen haber disfrutado del rodaje de la película sobre un rodaje. Lo cierto es que la liviandad de la propuesta resultó un contrapunt­o evidente a la solemnidad y los apuntes geopolític­os de la ceremonia.

Pero el auténtico comienzo del festival empezó unas cuatro horas antes en la función de La mamá y la puta, que se proyectó en su versión restaurada digital, y con la presencia de Françoise Lebrun en la introducci­ón, y de ella y Jean-Pierre Léaud al final de la función.

El filme de Jean Eustache debe ser el más importante hecho en Francia en la década de 1970. Es el que mejor pudo glosar el espíritu vencido después del Mayo francés.

La historia es conocida: un dandy que vive con una mujer de más edad que él empieza a verse abiertamen­te con una enfermera. Lo que pasa con ese triángulo amoroso excede toda la superficia­lidad narcisista del poliamor de nuestro tiempo, y lo que sucede en la trama es extraordin­ario: el mundo de los sentimient­os es tan vertiginos­o y endeble como la sociedad en la que se vive, pero el maestro francés, que se quitó la vida unos años más tarde, sabía cómo filmar y hacer hablar a sus personajes de todo lo que ocurría en sus conciencia­s. Casi nadie hace ya películas así.

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AP PALMA DE ORO HONORÍFICA. Forrest Whitaker recibió ese reconocimi­ento.

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