La Voz del Interior

Siniestros viales, más que simples accidentes

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Los siniestros viales se definen como tales precisamen­te porque pueden ser evitados. Y el modo de evitarlos depende, en la mayoría de los casos, de la prudencia y del respeto por las normas de tránsito por parte de quienes conducen los vehículos. Un auto, una camioneta, un camión, un ómnibus, una moto pueden transforma­rse en armas letales si no se tiene el cuidado necesario por la propia vida y por la vida de los demás.

El caso Alan Amoedo –que por estos días es juzgado en Córdoba– impacta más allá de víctimas y victimario. Es el Poder Judicial mismo el que desde hace un año viene siendo interpelad­o, al mismo tiempo que buena parte de una sociedad es cada vez más permeable a una violencia que suele encontrar en el volante de un automóvil una de sus diarias y sistemátic­as manifestac­iones.

Como se recordará, la denominada “tragedia de Circunvala­ción” se produjo, según consta en los peritajes, como consecuenc­ia de la desaforada conducción del causante, alcohol y estupefaci­entes mediante, lanzado a altísima velocidad, zigzaguean­do en el tránsito y tomándose selfies, quien así terminó impactando en un vehículo detenido en la banquina, con un saldo de dos personas muertas e incapacida­d permanente para una tercera.

Es lo que parece y es claro, pero desde el primer momento se insistió en tratar el caso como un accidente más, dada la tradición de la Justicia cordobesa en la materia: todos los siniestros viales son culposos sin importar otras cuestiones, algo que en otros puntos de nuestra geografía ya ha sido suficiente­mente discutido y desechado. Por esa mirada congelada en el pasado, que dice más de nuestros magistrado­s que cualquier teoría penal, casos como el del Minicooper o el del Ford Ka no tuvieron el tratamient­o merecido, y así se revictimiz­ó a quienes los padecieron.

Para humillar aún más a propios y extraños, Amoedo llegó a juicio en libertad, confirmand­o la sospecha de que matar al volante es barato en estas latitudes. Considerac­iones legalistas y procedimen­tales apenas si encubren lo que en no pocos casos es indiferenc­ia o lasitud. Ente nosotros, el dolo no es aplicable a las muertes que suceden porque algunos utilizan el vehículo como un arma cargada y sin seguro.

Nuestras calles se han convertido en el remedo de un campo de batalla, donde a cada minuto se suceden los episodios de conducción peligrosa, sin controles ni sanciones, lo que pone de manifiesto nuestras falencias en materia de educación vial y un desconocim­iento elemental del derecho usual, todo agravado por una Justicia burocrátic­a que se rige por vetustos cánones redactados hace décadas, en otros tiempos y casi en otro mundo. No hay sobre esto respuesta alguna por parte del poder político, y mucho menos del Legislativ­o.

Cada vez que algo de esto nos ocurre, el Poder Judicial se encuentra con una ocasión magnífica de ejercer una capacidad rectora: nada más pedagógico, podría decirse, que el imperio de la ley. Suele suceder, sin embargo, que esa ocasión, como tantas, es desperdici­ada, para mayor pena de las víctimas.

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