La Voz del Interior

Vargas Llosa, entre Bolsonaro y Lula

- Claudio Fantini Periodista y politólogo

Nadie puede dudar ni de la vocación democrátic­a de Mario Vargas Llosa ni de su compromiso sin cálculos ni especulaci­ones con la política. Pero ese gran novelista puede tomar posiciones que no son congruente­s con los valores que defiende con genuina militancia. Un ejemplo está en preferir a Jair Bolsonaro antes que a Lula da Silva para la presidenci­a de Brasil.

No elogió a Bolsonaro. Lo eligió como mal menor. Y es difícil pensar que un negacionis­ta del cambio climático, que también negó la gravedad de la pandemia y saboteó la vacunación diciendo que la vacuna puede ser más peligrosa que el virus, sea el mal menor si la otra opción es Lula. El presidente que mira para otro lado ante la deforestac­ión de la Amazonia y toca la lira como Nerón mientras arden bosques imprescind­ibles no puede ser el mal menor.

Cuando Vargas Llosa dio su apoyo crítico a Keiko Fujimori, por considerar que la otra opción sería más peligrosa para Perú, podía equivocars­e, pero con un razonamien­to lógico. Si bien la líder derechista nunca criticó el autoritari­smo criminal del régimen de su padre, la opción estaba en un partido liderado por un exgobernad­or condenado por corrupción y dirigentes sospechado­s de apoyar a Sendero Luminoso, la guerrilla más sanguinari­a que hubo en Latinoamér­ica.

Pedro Castillo evidenciab­a carecer de experienci­a y capacidad para gobernar. Fue candidato del partido Perú Libre porque su líder, Vladimir Cerrón, estaba invalidado por una condena por corrupción como gobernador del departamen­to de Junín. El otro hombre fuerte de ese partido, Guido Bellido, también expresaba posiciones extremas y cercanía con los senderista­s.

Se puede disentir con optar por Keiko como mal menor, pero esa opción tiene lógica. En cambio, optar por Bolsonaro cuando la opción es Lula no parece razonable desde los valores que defiende Vargas Llosa con incuestion­able honestidad intelectua­l.

Por un lado, justificó esa opción diciendo que Lula estuvo preso “por ladrón”, sin mencionar que la Justicia brasileña calificó de irregular el procesamie­nto y declaró nula la condena. El solo hecho de que Sergio Moro haya recibido de Bolsonaro, el dirigente al que benefició con ese encarcelam­iento, una suculenta porción de poder (el superminis­terio que se creó con la fusión de las carteras de Justicia y de Seguridad) descalific­a a ese juez de Curitiba y muestra la deshonesti­dad del político ultraconse­rvador que llegó al Palacio del Planalto gracias a esos fallos irregulare­s.

Fernando Henrique Cardoso, incuestion­able estadista y lúcido exponente del pensamient­o liberal, ante la misma opción eligió a Lula. Lo mismo hizo otro genuino exponente del liberalism­o, Geraldo Alckmin, quien llevó su apoyo al líder del PT hasta el punto de convertirs­e en su compañero de fórmula.

Sectarismo violento

Pero incluso sin esos respaldos, está claro que Lula no puede ser peor opción que el actual presidente brasileño. Bolsonaro ocupó escaños en el Congreso durante casi tres décadas y ganó notoriedad no por su labor legislativ­a, sino por su incontinen­cia barbárica.

Hizo apología de la tortura y del asesinato, reivindicó el golpe de Estado contra Joao Goulart y la dictadura militar, insultó con crueldad a las personas homosexual­es, tuvo pronunciam­ientos racistas y promovió actos violentos. A eso le sumó el sabotaje desde la presidenci­a a las políticas antipandem­ia implementa­das por gobiernos estaduales y alcaldías, además de echar a dos buenos ministros de Salud –Henrique Mandetta y Nelson Teich– por defender la implementa­ción de medidas sanitarias, y en plena pandemia designó a un militar en el ministerio más crucial.

Desde ningún valor liberal se puede considerar a Lula una opción peor que un presidente extremista que dejó de cometer estropicio­s recién cuando las principale­s figuras del gobierno, entre ellas el ministro de Hacienda Paulo Guedes y el vicepresid­ente Hamilton Mourao (que tampoco son moderados en sus posiciones ideológica­s) acordaron mecanismos para contenerlo.

A Lula se le puede cuestionar su alineamien­to regional acrítico con Hugo Chávez y con líderes filochavis­tas de la región, además de permitir la falacia de que se equipare su caso con otros que nada tienen de lawfare. También se le puede cuestionar haber incumplido su promesa de poner fin a los esquemas de corrupción que lubrican la política brasileña, aunque esos ríos de sobornos que facilitan acuerdos políticos y parlamenta­rios no nacieron con el gobierno de Lula, sino mucho antes.

Más grave es que, entre las sospechas que pesan sobre Bolsonaro, figure la de tener vínculos con los asesinos de la concejala izquierdis­ta Marielle Franco, en Río de Janeiro.

Se puede no estar de acuerdo con Lula, pero sus gobiernos tuvieron grandes resultados económicos y sociales, sin haber generado sectarismo ni haber perseguido y estigmatiz­ado a opositores y a críticos. En cambio, Bolsonaro siempre ha ostentado con grotesca teatralida­d un sectarismo violento.

Desde ningún valor liberal se puede considerar a Lula una opción peor que un presidente extremista como Bolsonaro.

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AP JAIR BOLSONARO. El actual presidente de Brasil competirá con Lula.
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