La Voz del Interior

Se prende fuego la casa y se ponen a cortar el pasto

- Laura González lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

El 10 de octubre de 1991 debutó en la Argentina la línea peso: se le quitaron cuatro ceros al austral y se estableció que 10 mil australes equivalían a un peso. Debutaron entonces los billetes de 5, 10, 20, 50 y 100 pesos. El billete más grande, que llevaba el rostro de Julio Argentino Roca, equivalía a 100 dólares.

Hoy la política ha conservado el modesto mérito de haber mantenido la línea peso, pero los fracasos han sido estrepitos­os. La piedra basal de la estafa radica en el exceso de gasto público: excepto cuatro años (y más por efecto del boom de los commoditie­s que a otra cosa), la Argentina siempre gastó por encima de sus posibilida­des. A veces financió ese faltante con deuda, a veces con emisión y muchas veces, con un mix de ambas. En eso estamos ahora.

Desde 1991 hasta el 29 de junio del 2016, el billete de máxima denominaci­ón en la Argentina fue el de 100. Para esa fecha apareció el de 500 con el yaguareté; cuatro meses después el de 200, con la ballena franca austral y 30 de noviembre del 2017, el de mil pesos con el hornero. Los nuevos billetes buscaban honrar la fauna autóctona argentina y la explicació­n de las autoridade­s entonces era que se apostaba a la vida en lugar de reivindica­r “próceres muertos”.

Los billetes más grandes aliviaron de manera inmediata la costosa y compleja cadena logística de traslado, cuidado y depósito de dinero, que en una economía informal es gigantesca. Cuando apareciero­n los billetes de mayor denominaci­ón la inflación, desde el debut del de 100 convertibl­e, acumulaba 1.204%.

Hoy el de 100 sigue existiendo con el rostro de Roca, en 2012 apareció la figura de Evita y en 2018, la taruca. Los tres conviven y representa­n el 30% del total de billetes circulante­s. El de 1.000 alcanza al 21% del total; el de 50 llega al 40% y el resto se reparte entre los de 200, 50, 20 y 10.

Pero desde que debutó el billete de 100 acumula una inflación del 10.147%. Dicho más gráficamen­te: un billete de 100 pesos tiene hoy el mismo poder de compra que 98 centavos de entonces. O sea, ya nos comimos dos ceros, aunque en las papeletas no se los hayamos quitado. Nos hicimos trampa jugando al solitario, una vez más.

Billetes y próceres

Alberto Fernández acaba de presentar una nueva familia de billetes, esta vez con próceres argentinos. “Me parecía difícil entender que un animal reemplace a figuras de la talla de San Martín y Belgrano, me parecía imposible silenciarl­os de lo que circula en nuestras manos, porque son los que forjaron nuestra historia”, dijo. Ni una palabra sobre lo que en definitiva importa de un billete: cuánto puede comprar a lo largo del tiempo.

Pero no aprovechó la oportunida­d para presentar billetes de mayor denominaci­ón, como el de cinco mil y el de 10 mil pesos que tantos sectores reclaman. Bancos privados les cobran a las empresas (de todo tamaño) 5% de comisión si cuando depositan plata, el 15% de los papeles llevado a la entidad es de 100 o de 200. Una locura: los bancos, cuyo negocio es captar dinero, devalúan el dinero. Güemes y Juana Azurduy podrían haber ingresado a escena con los nuevos billetes. Pero no.

Hay muchas cosas graves en este anuncio. La primera es que se perdió la oportunida­d de componer la cada vez más rota cadena logística del billete. Todo pasa a precio, desde la comisión de los bancos hasta los camiones de caudales de Hugo Moyano.

El segundo hecho grave es el afán desmedido de desarmar por puro gusto todo lo hecho por la administra­ción anterior por el solo hecho de que lo hizo el anterior. Se puede no coincidir, puede incluso ser de poco agrado, ¿pero renovar todo?

Lo tercero por apuntar es el costo de la medida. Se calcula que imprimir cada billete cuesta cinco pesos, mucho de eso pagado en dólares porque se importan de Brasil, España y Alemania. Las proyeccion­es iniciales hablan de 3.500 millones de pesos en este lanzamient­o.

Pero lo más grave de todo no es nada de lo anterior. Lo grave es que se les ocurrió. Ahora mismo tuvieron esa idea. Ahora, con el país en medio de una inflación indomable. Ahora, con una coalición de gobierno detonada que boicotea una a una todas las decisiones económicas alineadas con el FMI. Ahora, con un Banco Central complicadí­simo para comprar los dólares que le está liquidando el campo. Ahora, cuando el ya exsecretar­io de Comercio, Roberto Feletti, renuncia porque quiere más retencione­s y más controles de precios, sin admitir que no sirvió ni una de sus medidas que iban a domar las góndolas.

¿Justo ahora era necesario presentar nuevos próceres en los billetes?; ¿qué le soluciona eso a la gente?; ¿en qué contribuir­á a moderar una inflación que, si no se baja ya, ayer, puede llegar al 100% a fin de año?; disimular lo poco que cobra un jubilado con la mínima llenándolo de billetes devaluados, ¿cambia en algo el hecho inobjetabl­e de que cada vez es más pobre?; negar la inflación acumulada, ¿la anula?

La dirigencia política acaba de consumar una nueva estafa: no hablar con la verdad, jamás. Esquivar los problemas y, sobre todo, hacer gala de lo fuera de eje que se está. Es como si te pusieras a cortar el pasto cuando se te prende fuego la casa.

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GENTILEZA CLARÍN BILLETES. Fernández nada dijo sobre porqué la plata cada vez vale menos.
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