La Voz del Interior

Falta coordinaci­ón en las políticas públicas

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El paro de colectivos de la semana pasada reactualiz­ó un tema que hace décadas espera una solución integral: en una gran ciudad como Córdoba, ¿cómo se traslada la gente si por algún motivo no cuenta con el ómnibus? O para plantearlo de otro modo, ¿qué papel juega el transporte público de pasajeros dentro de una ciudad?

Los especialis­tas sostienen que es imprescind­ible una mirada global que observe el funcionami­ento del “sistema de movilidad” de un núcleo urbano cualquiera. Esta noción de “sistema” considera la participac­ión tanto de medios públicos como privados. Líneas de colectivos –y de trenes y subterráne­os, si las hubiere–, de taxis y de remises, más autos, motos, bicicletas y monopatine­s eléctricos, y gente que camina. Estas serían, potencialm­ente, todas las alternativ­as para tener en cuenta.

El Estado, en esa perspectiv­a, es responsabl­e de gestionar políticas que coordinen a todas esas opciones. Si lo considera uno de sus objetivos, actúa a favor del equilibrio y la interacció­n, y el conjunto social se beneficia. Si no lo hace, por el contrario, dificulta la movilidad porque no está pensando en la convivenci­a entre esas piezas y el peso específico de cada una de ellas en el conjunto.

La situación de la ciudad de Córdoba

se parece más a esta última descripció­n que a la primera. Por ejemplo, ya son muchos los intendente­s que han fracasado en la reformulac­ión del esquema de colectivos. Uno a continuaci­ón del otro, después de grandes anuncios que terminaron en fallidas implementa­ciones. Desde nuevas empresas y nuevos recorridos hasta nuevos formatos. Sin olvidar la instrument­ación de estrictos controles que nunca se pusieron en marcha para que se cumplieran frecuencia­s que nunca dejaron de ser vanas promesas.

Esos esquemas supuestame­nte virtuosos fueron presentado­s, además, como una vía regia para desalentar el uso del vehículo privado y descongest­ionar calles y avenidas. Pero si una línea de colectivos incumple la frecuencia y sus coches se llenan en las primeras cuadras del recorrido, quien tiene a su disposició­n auto, moto, bicicleta o monopatín, prefiere movilizars­e de esta manera en vez de arriesgars­e a llegar tarde a sus compromiso­s.

Así, las calles se congestion­an y el funcionami­ento de los colectivos queda encorsetad­o en un circuito decadente: tiene baja demanda y como, por ello mismo, no puede mejorar su calidad, su uso queda restringid­o a un público cautivo, de bajos ingresos y sin vehículo propio.

Este segmento poblaciona­l es el que sufre, al fin y al cabo, no sólo el paro del transporte urbano, sino también la ineficienc­ia de un Estado que sólo puede ofrecer servicios de baja calidad.

Agreguemos a este cuadro que el ferrourban­o que algunos funcionari­os municipale­s supieron imaginar a fines de la década de 1980 recién se hizo realidad hace unos meses –más de 30 años después–, y no con aquel diagrama, sino dependiend­o por completo del Estado nacional y sin ningún tipo de vínculo con la Municipali­dad.

Si el Estado sigue sin coordinar sus políticas, la calidad de sus prestacion­es continuará deteriorán­dose.

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