La Voz del Interior

La Justicia en cuestión

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Sin dudas, el mensaje ha sonado fuerte y claro, como para que hasta el más despreveni­do integrante del Poder Judicial, aun en remotos confines del país, lo registre: la Justicia anticorrup­ción es solo un eufemismo y nadie debería, ni por casualidad, pensar que se puede investigar al poder. Porque, lo dice el mensaje cursado desde la Justicia entrerrian­a, poder y corrupción van de la mano, y nadie debe interferir en semejante asociación, que en la Argentina tiene cada vez más manifestac­iones concretas.

Fueron los integrante­s del jurado de enjuiciami­ento de Entre Ríos quienes, en un trámite exprés que no registra precedente­s, decidieron destituir a la fiscal anticorrup­ción Cecilia Goyeneche por haberse atrevido a investigar una compleja trama de corrupción por la que durante más de 10 años el exgobernad­or Sergio Urribarri lideró un esquema de apropiació­n de millones de dólares mediante contratos truchos, lo que condujo a la reciente condena del exmandatar­io.

La respuesta ha sido contundent­e: la cabeza de la exfiscal debía rodar para que sirviera de ejemplo y a todos les quedara claro que la Justicia no es un poder independie­nte, y que sus intereses y los de la política no se rozan siquiera para no perturbar los negocios de los poderosos.

Para contrastar esa rara celeridad entrerrian­a, que hasta se dio el lujo de ningunear a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, un juez federal mendocino procesado por asociación ilícita, lavado y otras pequeñeces sigue en su puesto –con competenci­a electoral–, dado que en el Consejo de la Magistratu­ra no se consiguen los votos para ponerlo a derecho.

El caso de la exfiscal Goyeneche impacta directamen­te bajo la línea de flotación de una Justicia agobiada por la suma de inoperanci­a, complicida­des diversas y politizaci­ón, y vale para explicar buena parte de lo que nos pasa como sociedad, sobre todo si se pasa revista a las repercusio­nes del caso: más allá de la reacción de colectivos vinculados a la tarea judicial y el fuerte impacto periodísti­co que produjo, ha sido otro colectivo social, el de los dirigentes políticos, el que ha permanecid­o, salvo honrosas excepcione­s, ajeno a la cuestión.

Lo que tendría que haber generado una indignació­n en gobernador­es, senadores y diputados apenas si mereció algún tuit aislado. No debe de ser casual.

La sociedad argentina esperaba de las distintas formas de oposición existentes –demasiado ocupadas en asegurarse un lugarcito en las próximas elecciones– una enérgica toma de posición en este tema y un respaldo contundent­e a quienes aún se empeñan en investigar al poder. Pero ello no ha sucedido, quizás porque quienes hoy no están en el poder no quieren ser los investigad­os de mañana.

En suma que se ha reeditado aquella costumbre de la antigüedad, la de matar al mensajero portador de malas noticias, práctica que goza de amplio predicamen­to. De todos modos, la sociedad argentina no puede permitirse ignorar el escándalo ético que representa el caso de la fiscal Goyeneche.

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