Mauricio Macri, otra vez candidato a presidente
Para despejar cualquier ambigüedad ínsita en el título de su libro Primer Tiempo, Mauricio Macri se presentó esta semana en dos importantes programas televisivos y se mostró como virtual candidato presidencial.
Alega una mayor experiencia respecto de 2015, lo que resulta natural. Pasados los años, ya no ha de pensar, por ejemplo, que eliminar la inflación “es muy fácil”.
Ha tomado conciencia (lo dijo en ambos reportajes y también en su libro) de que el statu quo de la Argentina proviene de la resistencia de importantes protagonistas de la economía nacional, que se expresan a favor de adoptar cambios drásticos, pero, llegado el momento, no están dispuestos a ceder un ápice de sus ventajas o privilegios. “Todo bien, pero… ¿la mía está, no?” es la frase que –sostuvo– sintetiza la resistencia a todo tipo de modificación de la situación reinante.
Cadencia agraria
Sin embargo, existen aún cuestiones centrales que no parecen ser visualizadas en toda su dimensión. En nuestra opinión, esto queda claro cuando Macri dice que presidió un gobierno que hizo “muchas cosas”, pero que otras no se pudieron concretar y que por ese motivo no alcanzó la reelección.
El expresidente sigue sin entender que su derrota de 2019 no se debió a lo que no pudo materializar, sino a las cosas que efectivamente hizo. Disminuir el déficit supone aumentos en rubros sensibles tales como gas, electricidad, combustibles, transporte. Son muchos los que se manifiestan a favor de achicar el déficit y el gasto, pero nadie quiere soportar las consecuencias que ese camino implica.
Por algún motivo que abandonamos a la sociología, los argentinos tenemos altamente arraigada la idea que da por sentado que cualquier transformación que se intente no supondrá sacrificios, privaciones, ni ninguna alteración ominosa de nuestra vida cotidiana.
Estamos convencidos de que los resultados positivos deben ser inmediatos y palpables.
Quizás esta certeza provenga de la cadencia agraria, según la cual la semilla sembrada en pocos meses se transforma en grano y en riqueza exportable. Al menos así es como se ve desde la ciudad, y especialmente desde la política.
Si quisiéramos dar una explicación simplificada sobre los avatares del gobierno de Macri, podríamos decir que durante los primeros dos años no encaró ningún ajuste importante y que por eso logró triunfar en los comicios de medio término.
Envalentonado por este resultado, pensó que el pueblo lo había comprendido y que lo apoyaba, entonces se decidió a tomar en sus manos el tramo duro de las correcciones, convencido de que contaba con el respaldo de los votantes.
Pero cuando el ajuste se hizo palpable en los bolsillos, una parte de quienes lo votaron le retiró el apoyo y lo expulsó de la presidencia.
Todos sabemos que la elusión de las correcciones va acumulando tensiones a lo largo del tiempo. La baja del déficit fiscal le costó la presidencia a Macri, pero dejó un mayor margen al gobierno de los Fernández para retomar el distribucionismo insustentable que supone un alivio transitorio y a la vez destructivo de cualquier proyecto de mediano y largo plazo.
Esto nos lleva a otra falacia muy usual para explicar el rechazo a Macri en 2019: la idea de que el error estuvo en no hacer las transformaciones al comienzo del gobierno, sino después de pasada la mitad de su mandato.
Este ejercicio ucrónico es inútil, pero si insistimos en pensar en estos términos podría decirse que es muy posible que el malestar causado por medidas correctivas iniciales hubieran hecho imposible que Macri completara su mandato constitucional, en razón de que habría sido embestido por una oposición salvaje.
El rasgo esencial del populismo consiste en ocuparse del corto y cortísimo plazo, exclusivamente. Todas sus políticas abordan problemas inmediatos y urgentes sin preocuparse por los daños de largo plazo que ocasionan sus medidas.
El expresidente sigue sin entender que su derrota de 2019 no se debió a lo que no pudo materializar, sino a las cosas que efectivamente hizo.
Distracción
Macri y toda la oposición ofrecen mejoras de mediano y largo plazo, y sus razones son altamente valederas, claro. Pero la apertura de la economía, la supresión del déficit fiscal y otras medidas similares significarán recobrar potencia económica después de transcurrido cierto tiempo, a la vez que altos sacudones inmediatos. En ese contexto, el malhumor social aumentará contra el futuro gobierno y la oposición aprovechará esa situación para hostigarlo, acusándolo de gobernar para los ricos. Esta circunstancia no es tenida en cuenta por Macri ni por el resto de la oposición.
De esto debe ocuparse la política, pero la dirigencia opositora, incluso la más lúcida, se hace la distraída. Podría pensarse que ello es altamente razonable porque a nadie le gusta advertir sobre sangre, sudor y lágrimas, ya que el anuncio de dificultades no suele disponer bien a los votantes hacia quien tiene la osadía de señalar esa perspectiva.
Como sea, se trata de un problema por resolver y no por ignorar.