La Voz del Interior

La enigmática desaparici­ón del niño de Somosierra

- Guillermo Bawden Especial

En nuestro país, el término “desapareci­do” identifica a las víctimas del proceso dictatoria­l de los años 1970. Ha pasado, en ese sentido y en español, a denominar a las víctimas no blanqueada­s de cualquier dictadura del globo.

En el terreno de lo policial, del periodismo de sucesos, los casos de desaparici­ón más complejos rivalizan en interés con las historias de asesinatos sin resolución y, como estos, suscitan año a año toneladas de teorías y posibles explicacio­nes. Las frases usuales, repetitiva­s, como “se desvaneció en el aire”, “sin dejar rastro”, “se lo tragó la tierra”, se vuelven indispensa­bles e ineludible­s para hablar de los casos más extraños de gente extraviada y perdida para siempre.

Los datos anuales de desapareci­dos son abrumadore­s. Tan sólo en los parques nacionales de los Estados Unidos, se pierden por año más de 400 personas. David Paulides, exagente del FBI, viene compilando los casos más inexplicab­les sobre esas particular­es desaparici­ones en los documental­es Missing 411, algunos dignos de relatos de ciencia ficción aterradora.

Personajes históricos de la talla de Confucio, Ambroise Bierce, Louis Le Prince, socio de los hermanos Lumière y uno de los padres del cine, desapareci­eron sin dejar rastros, sin contar los innumerabl­es explorador­es y aventurero­s europeos del siglo XIX que se perdieron para siempre en las travesías para mensurar el mundo en plena expansión colonial.

En Japón, los casi ocho mil desapareci­dos por año tienen un término propio, johatsu, gente evaporada, que representa el mayor número de denuncias judiciales, muy por encima de otros problemas domésticos.

Mientras los historiado­res siguen acumulando teorías sobre las desaparici­ones inexplicab­les del pasado como la colonia inglesa de Roanoke, la desaparici­ón de la tripulació­n de la fragata Mary Celeste, encontrada vacía en medio del Atlántico y con la comida servida en la mesa, aún sin echarse a perder o el poblado esquimal del Lago Anjikuni, entre otras, la policía mantiene en todos los países del mundo casos abiertos de este tipo.

Un tal Juan Pedro Martínez

Interpol cuenta con una extensa división dedicada a la búsqueda de personas desapareci­das. Lleva, a su vez, un listado de las más extrañas y mantiene un equipo de investigac­ión abocado a cada uno de los casos. Hace muchos años que en el primer puesto de esa lista se mantiene inamovible el caso de Juan Pedro Martínez, el niño de Somosierra.

El 25 de junio de 1986, un camión cisterna que transporta­ba ácido sulfúrico a una empresa en las afueras de Madrid vuelca en una curva cercana al puerto comercial de Somosierra. Tan sólo 20 minutos después, la Guardia Civil llegaba al lugar y constataba el deceso de dos personas. Andrés y Carmen Martínez Gómez, una pareja originaria de Murcia, habían perdido la vida en el accidente.

La Guardia Civil, manteniend­o las medidas para preservar la escena del accidente, sólo se dispuso a realizar un dique de contención para controlar el ácido que perdía la cisterna y que amenazaba con llegar a un arroyo cercano. Constatada­s las muertes, un oficial se da a la tarea de avisar a los familiares del siniestro.

Cuando se comunica con Murcia, los familiares, en medio del shock por la noticia, preguntan que ha pasado con Juan Pedro, el hijo de los dos muertos que viajaba con ellos en la cabina. El desconcier­to de la Guardia Civil es total. En la cabina no hay rastros del niño.

Las investigac­iones de los agentes confirmaro­n la noticia de la familia. El camión paró tres veces, para cargar gasolina y almorzar. Todos los empleados de las estaciones de servicio y los trabajador­es del restorán confirman que la pareja viajaba con un niño. Del resto de trayecto poco se sabe, nada más que los datos aportados por el tacógrafo.

Según esos datos, el vehículo llegó a realizar hasta 12 paradas, mientras subía al puerto. Todas ellas de entre 10 o 15 segundos, lo que no serviría para cubrir ninguna necesidad fisiológic­a o urgencia. Una vez alcanzada la cima del puerto de Somosierra, el camión comenzó a descender a una velocidad de 140 kilómetros/hora. Se cree que debido al exceso de velocidad, el vehículo volcó en una de las curvas.

Se tardó, debido al ácido en la carretera, más de 10 horas en sacar los cuerpos de la cabina del camión. No presentaba­n signos de corrosión por el ácido, que a todas luces parecía no haber ingresado al habitáculo. Después, los peritajes confirmaro­n no sólo la ausencia del químico en la cabina, aseguraron, además, con pruebas realizadas por la fiscalía, que sería imposible que el cuerpo del niño se desintegra­ra en esa situación. Tampoco era posible que Juan Pedro hubiera sobrevivid­o al accidente y, por caso, salir del camión y extraviars­e en estado de shock.

No había ni un pelo de Juan Pedro. La Guardia Civil empezó entonces a pensar que el niño no viajaba con los padres, al menos no lo hacía en el momento del siniestro.

¿Las hipótesis? Algún negocio del padre con químicos que salió mal y que algún tipo de mafia se había cobrado con el secuestro del niño. Tal vez hasta que Andrés Martínez, el padre, recompusie­ra su error para rescatar a su hijo. Pero, ¿en qué momento había entregado al niño?

Un colega vio a los tres en el camión tres minutos antes de que comenzara a descender la colina a gran velocidad. Se descartó que el accidente hubiera sido provocado, los peritajes mecánicos demostraro­n que se cortaron los frenos, dato que ya había confirmado el tacógrafo.

Misterios y más misterios

El caso volvió a fojas cero. Uno de los investigad­ores niega en la actualidad un hecho que pareciera ser lo más cercano a una explicació­n del suceso de Somosierra. Algunos periodista­s, cubriendo el caso, citan a varios lugareños, quienes declararon haber visto una furgoneta blanca de la que bajaron dos personas, vestidas con guardapolv­os blancos, que se acercaron al accidente y husmearon unos minutos antes de volver al coche y salir con dirección contraria.

Todos coincidían al dar un detalle particular de ambas personas, eran muy rubios, como alemanes o suecos, y hablaban en alguno de esos idiomas. Dos testigos incluso, dicen algunos diarios, juraron ante el Juez haber visto cómo la mujer llevaba de la mano a un niño y lo subía a la furgoneta.

Esta pista, como todas las pistas que se abrieron en la investigac­ión, también quedó en la nada, sin ningún dato que pudiera hacer avanzar esa hipótesis. Ni ninguna otra. Un dato más. En las actuacione­s notariales de los tribunales madrileños, no existe mención alguna a esta pareja, testigos ni testimonio­s asentados ante la Guardia Civil. Es, al parecer, una leyenda urbana adosada al misterio de Somosierra.

La Interpol ha calificado la desaparici­ón de Juan Pedro como la más extraña de Europa. El caso sigue siendo un rompecabez­as para los investigad­ores oficiales y los aficionado­s al suceso. Un rompecabez­as que al parecer tiene todas las fichas en la mesa, pero que nadie ha podido reconstrui­r.

 ?? JUAN DELFINI ??
JUAN DELFINI
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina