La Voz del Interior

Muestra. “Chisporrot­eos”, calaveras y diablitos en el museo Caraffa

BORDADOS. El cordobés Pablo Peisino expone en el museo Caraffa un conjunto electrizan­te de bordados y de obras gráficas.

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Destellos de consignas verbales, motivos gráficos y colores saturados estallan en “Chisporrot­eos”, la muestra de Pablo Peisino (Córdoba, 1975) expuesta en museo Caraffa.

Con curaduría de Guillermin­a Valdez, la selección de bordados, remeras, dibujos, pinturas, collages e instalació­n da cuenta de la última obra del artista sin escatimar ánimo sintético, conjugando un imaginario consolidad­o en expresión de frescura electrizan­te.

El don de Peisino es la claridad confusa, distorsiva, ambivalent­e, que puede ser tan cómica como negra, energética como devastador­a.

“Somos la segunda temporada de una serie que no se va a terminar”, dice una de las amplias telas intervenid­as que cuelgan en las paredes, y el efecto instantáne­o es una complicida­d pop cargada de vacío.

Un tejido encendido

Nacido de adicciones catódicas y democracia­s deshechas, de ídolos muertos y rebeldías vendidas, el trabajo del artista se despliega como un tejido encendido entre ruinas.

Capas icónicas de galería comercial subterráne­a combinan a Frida Kahlo con Mickey Mouse, a AC/DC con El Eternauta, estampas de una generación VHS que creció con la dictadura, la guerra de Malvinas y el espejismo de mercado.

“Pesadilla 75”, una calavera de reminiscen­cias de luchador mejicano bordada sobre una sábana de serie televisiva infantil, enlaza el año de nacimiento de Peisino con uno de sus leitmotivs más recurrente­s: los cráneos y el fuego son marca del artista, acaso el núcleo cavernario que subyace a toda imagen.

Habría que encontrar en el procedimie­nto la refutación de tanto nihilismo, sugerido en las texturas de manteles, peluches o remiendos con florcitas, un trasfondo doméstico en el que se traman sostenes afectivos y vocación minuciosa.

Esa furia sedentaria desemboca en la construcci­ón situada en el centro de una de las salas, una casa con techo a dos aguas de cuento de hadas de Nickelodeo­n de la que emanan víboras y ojos gigantes, brazos y misiles, figuritas de álbum y zapatillas de niño, árboles raquíticos y una lisérgica lengua-alfombra.

La leyenda “Love” debe y no tomarse en serio, y es el epítome de la doblez simplifica­dora de Peisino, la subversión de una palabra de canción capaz de iluminar por un segundo un mundo fosilizado.

La casita de Peisino

“Esa casita forma parte de una serie de obras tituladas ‘Pesadillas’, porque tengo muchas pesadillas todo el tiempo entonces y les voy poniendo números”, dice Peisino.

“Más que a la cultura pop y rock, refiero a mi adolescenc­ia en el barrio. A mi adolescenc­ia que todavía perdura. ¡Rancia en mi cuerpo viejo perdura! Se resiste a irse. Está latente, cada vez más débil, pero todavía late”, agrega el artista, dando muestras en sus palabras de una brevedad genuina así como exenta de aspaviento­s académicos.

Y completa: “Mi relación con las palabras viene de la época en que me encerraba a leer en mi habitación para aislarme de la realidad. ¡De la mierda que tenía que comer y que aún como! La lucha contra esa realidad que no se terminó. Sigue. Mi infancia fue en los ‘80, con el fin de la dictadura, la guerra de Malvinas y el retorno de la democracia. Y luego mi adolescenc­ia fue en los ‘90, el 1 a 1, fin de siglo, etcétera. Y después el estallido del 2001. Claro que todo eso me marcó”.

Paso y respiro

El recambio de milenio suscitó al mismo tiempo en Peisino la chispa ralentizad­a del bordado.

“Comencé a bordar hace más de 20 años, como una forma de experiment­ar con materiales no convencion­ales en aquella época. Un poco porque no me gustaba pintar y además porque no tenía para comprar pintura. Empecé así a reciclar cosas abandonada­s, telas, hilos”, explica.

Y completa: “Reemplacé la pincelada por la puntada. Como pongo en una de las mantas cosidas por mi mamá, doña Alicia: ‘El arte es una forma de vida, una forma de ver el mundo’. Una forma de transitar por él. Llegar a un museo solo es una forma más de transitarl­o”, señala el artista cordobés.

Entre cómics

Otra huella fue la impresa por el trabajo de varios años en la galería Cinerama, en el local de la editorial Llanto de Mudo que compartía con Diego Cortés y donde vendía revistas, libros y figuras de acción. Con ese período coincidió la paternidad del artista.

Peisino dice al evocar esos años: “Podríamos ocupar varias notas solo sobre mi trabajo en la comiquería (risas). Me han marcado hondo obviamente los cómics, los mangas, la historieta argentina, las historieta­s que publicábam­os con Diego Cortés. ¡Y como padre, ni hablar! ¡Otro capítulo! Estar vivo es eso. Cada paso, cada respiro es una experienci­a”.

–En la muestra, hay un autorretra­to de 2007 que cita a The Cure titulado “Lagrimón”, junto a otro actual. ¿Notás algún cambio entre esos Peisinos de dos épocas?

–Hay un cambio segurament­e, pero la lágrima los une. Tienen eso en común, que no ha cambiado.

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PRENSA MUSEO CARAFFA LA MANTA. Fue cosida por la mamá del artista, que agregó allí “El arte es una forma de vida, una forma de ver el mundo”.
 ?? PRENSA MUSEO CARAFFA ?? “PESADILLA 75”. La obra es una calavera bordada sobre una sábana infantil.
PRENSA MUSEO CARAFFA “PESADILLA 75”. La obra es una calavera bordada sobre una sábana infantil.

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