La Voz del Interior

Cuestionan­do el consenso en torno a la organizaci­ón del Estado

- Jorge Colina Economista, presidente de Idesa

En el arreglo constituci­onal de la Argentina, tanto en su versión original de 1853 como su revisión en 1860, hay un artículo (el 5°) que establece que cada provincia asegurará el régimen municipal y la educación primaria. O sea, está diciendo que la educación es una función provincial, no nacional.

Lo que pasó luego en 1880 fue que Sarmiento, viendo que las provincias no se ocupaban de la educación, se hizo nombrar por Julio Roca superinten­dente de escuelas y fue a las provincias a erigir escuelas, llevar maestras y ponerlas a funcionar.

Hay que aclarar que, en todo momento, lo hizo con autorizaci­ón de los gobernador­es, quienes si bien no los ocupaba mucho el tema de la educación, tampoco iban a impedir que Sarmiento pusiera las escuelas. Estas fueron las escuelas nacionales.

En el siglo 20, las provincias empezaron a construir y a poner en funcionami­ento las escuelas provincial­es en cumplimien­to del mandato constituci­onal. Pasados casi 100 años de la gesta de Sarmiento, entre las décadas de 1970 y 1990, el Estado nacional transfiere las escuelas nacionales a las provincias.

Este proceso es caratulado por muchos intelectua­les y expertos en políticas públicas como una “descentral­ización”, cuando en realidad no fue tal; lo que fue es una “devolución” de las funciones provincial­es que Sarmiento se había arrogado un siglo atrás, ante la inacción provincial.

Pero una vez que las jurisdicci­ones empezaron a ejercer sus funciones, dicha intromisió­n nacional se vuelve innecesari­a.

Pero en el imaginario social quedó la idea de que el Ministerio de Educación de la Nación es el responsabl­e de la educación básica en Argentina y todo ministro que pasa por esta cartera aspira a emular a Sarmiento, cuando Sarmiento –en su afán de mejorar la educación– hoy sería ministro de Educación de una provincia (posiblemen­te San Juan), no de la Nación.

El otro artículo muy relevante de la Constituci­ón de 1853 y la de 1860 era el 104° (ahora es el 121°, luego de la reforma de 1994), que dice que las provincias conservan todo el poder no delegado por la Constituci­ón al gobierno federal. O sea, dice que lo que las provincias no delegan a la Nación es función provincial.

A diferencia de la educación, la Constituci­ón no habla sobre la salud porque en el siglo XIX la salud no existía como política pública, más allá de las acciones de higiene pública que correspond­en a la organizaci­ón municipal (la cual es función provincial, por el mencionado artículo 5°).

En el siglo 20, cuando las provincias dictan sus constituci­ones, todas se guardaron para sí las funciones de salud pública (regulación y control, promoción, prevención y atención médica estatal).

En 1950, Perón crea la figura de ministro de Salud Pública en el orden nacional y nombra al famoso doctor Ramón Carrillo.

Carrillo, al igual que Sarmiento, observó que las provincias no desarrolla­ron centros de salud pública y las fue recorriend­o para crear centros de salud que fueron las semillas de las actuales redes de hospitales públicas provincial­es.

Ahora, 70 años después, sigue habiendo Ministerio de Salud de la Nación, cuando las funciones son provincial­es. Y cada uno que ocupa dicha cartera nacional aspira a emular al legendario Carrillo, cuando el doctor, si viviera, sería ministro de Salud provincial (posiblemen­te de Neuquén, de donde era).

Con la asistencia social pasa lo mismo. La Constituci­ón no dice nada respecto de quién tiene que hacerse cargo de los pobres.

Pero por aplicación del principio de que todo lo no delegado a la Nación correspond­e a las provincias, claramente es una función provincial.

Luego vino Evita y, viendo que las provincias tenían descuidada­s a la gente pobre de sus territorio­s, comienza a hacer asistencia­lismo desde la órbita nacional con la Fundación Eva Perón, que luego vino a ser el Ministerio de Bienestar Social, el cual ahora es el Ministerio de Desarrollo Social nacional.

Cada uno que ocupa esta cartera aspira a emular a Evita, cuando la función es provincial, para lo cual todas las jurisdicci­ones tienen un Ministerio o una Secretaría de Desarrollo Social; y los municipios, alguna área involucrad­a también.

Un alto costo para la sociedad

Esta política de querer hacer desde la órbita nacional lo que la Constituci­ón establece como funciones provincial­es y municipale­s es un despropósi­to muy costoso para la sociedad.

En primer lugar, por el solapamien­to de estructura­s administra­tivas. En el organigram­a del Estado nacional hay ministerio­s de Educación, de Salud y Desarrollo Social.

En el organigram­a de cada provincia se replican los mismos ministerio­s y en el de cada municipio (en especial, los grandes) se replican, no necesariam­ente en el rango de ministerio, pero sí reparticio­nes dedicadas a educación, salud y desarrollo social.

Esta superposic­ión de áreas administra­tivas implica que luego los tres niveles de gobierno quieren cobrar los mismos impuestos, como lo demuestra el solapamien­to del IVA (nacional), Ingresos Brutos (provincial), y tasas de industria y comercio (municipal) sobre las mismas ventas.

Los industrial­es y los comerciant­es sufren de manera directa esta sobrecarga de impuestos y los consumidor­es también, sólo que no la ven, pero viene incorporad­a en los altos precios que pagan.

El segundo costo social del solapamien­to de funciones es que ningún nivel de gobierno luego se hace responsabl­e por los malos resultados.

Argentina tiene de los peores resultados de la región en calidad educativa medida con las pruebas Pisa. ¿Quién es el responsabl­e? ¿El Ministerio de Educación nacional, los ministerio­s provincial­es o las reparticio­nes municipale­s de educación? Si la respuesta es “los tres”, va a ser muy difícil encontrarl­e una solución al problema.

El mismo fracaso se observa en resultados en salud. La Argentina tiene una tasa de mortalidad infantil de ocho por cada 1.000 nacidos vivos, superior a Chile y a Uruguay, donde dicha tasa está en seis.

Cuando se mira por provincia, surge que sólo tres de ellas tienen una tasa de mortalidad infantil como Chile y Uruguay, 16 provincias tienen una tasa alrededor del ocho por cada 1.000 y cinco provincias tienen tasas de dos dígitos. La superposic­ión de Ministerio­s de Salud en Argentina evidenteme­nte no mejora los resultados.

En materia de pobreza, en el año 2006 tanto Argentina como Chile y Uruguay tenían tasas de pobreza del 32% de la población. Hoy Chile y Uruguay tienen tasas de pobreza del 10%, mientras que en Argentina está cerca de 40%.

Si bien el aumento de la pobreza no es única responsabi­lidad de los ministerio­s y las áreas de desarrollo social de la Nación, las provincias y los municipios, es claro que la superposic­ión de áreas de lucha contra la pobreza no ayudó, por lo menos, a contener el aumento de la pobreza.

En el libro que escribimos con Osvaldo Giordano y Carlos Seggiaro

(Una vacuna contra la decadencia: cuestionan­do consensos en torno al funcionami­ento del sector público)

tratamos este y otro temas que hacen al desorden del sector público argentino con lineamient­os de propuestas para salir de la decadencia.

En el fondo, se trata mostrar que la Argentina no necesita “ajuste” fiscal. Lo que necesita es un ordenamien­to integral del sector público.

“Ajustar” y mantener este desorden lo único que garantizar­á es seguir reproducie­ndo la decadencia. Por el contrario, ordenando el Estado se logrará equilibrio fiscal con calidad de servicios.

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ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI
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