La Voz del Interior

Fundación Ecoinclusi­ón: ocho años de experienci­a fabricando ecoladrill­os

El emprendimi­ento fue pionero en esta idea, que hoy forma parte de la economía circular. Las capacitaci­ones digitales son hoy un nuevo eje de trabajo de esa asociación.

- María Luz Cortéz Correspons­alía

“Reciclar ya no es una buena acción, es una necesidad básica”. Así lo explica Fabián Saieg, uno de los fundadores de la Fundación Ecoinclusi­ón, de Alta Gracia, que cuenta con más de ocho años de experienci­a. Empezaron cuando en Córdoba aún poco se hablaba, y se hacía, sobre economía circular.

En 2014, la organizaci­ón comenzó como un desafío de tres amigos que con la recolecció­n de envases plásticos PET realizaban ladrillos ecológicos, con una licencia del Centro Experiment­al de Vivienda Económica (Ceve) pertenecie­nte al Conicet, que diseñó una máquina y un procedimie­nto para ese fin.

La idea era la de generar insumos con reciclado para construcci­ón de viviendas sociales, entre otros.

Con el proyecto en marcha, fueron ganadores del Desafío Google a nivel internacio­nal en proyectos sustentabl­es de impacto social, candidatos a Cordobés del Año en La Voz ,yse transforma­ron en capacitado­res en más de siete provincias del país. El equipo de trabajo creció y se transformó, como tantos, después de la pandemia.

“En Tartagal, una comunidad wichi está produciend­o ecoladrill­os para la autoconstr­ucción”, relata entusiasma­do Saieg, el único integrante que queda del equipo original, ya que los otros dos amigos se fueron al exterior. Saieg precisa que hoy el equipo coordinado­r actual está formado por él y Fernanda Arévalo, encargada de capacitaci­ones y cooperativ­as.

La Fundación asume una nueva perspectiv­a que trabaja sobre dos líneas: la producción local a través de las cooperativ­as y las capacitaci­ones no sólo en la construcci­ón de ladrillos o de madera ecológica, sino también en economía circular y energías limpias en general.

En desarrollo

Desde 2017, Ecoinclusi­ón utiliza una nueva patente mexicana para la creación de los ladrillos plásticos, que es de uso libre y permite la utilizació­n de cualquier tipo de plástico. “El PET, típico de las botellas, tiene mucho valor de mercado. Las cooperativ­as lo venden (sobre todo el tipo cristal) porque se usa para otros procesos, y hay otros plásticos que no se venden”, analiza Saieg. Y agrega que la intención no es competir con el mercado, sino enfocarse más ahora en el plástico que “no tiene salida”.

En la actualidad, la fundación le presta las máquinas a distintas cooperativ­as de reciclador­es y luego les compra los ladrillos ecológicos para los proyectos que están desarrolla­ndo. El destino del resto de los productos depende de cada cooperativ­a.

Mismos problemas

Falta de maquinaria o de conciencia a la hora de realizar la separación de residuos, fueron sólo algunos de los problemas que se repitieron en las formacione­s que dieron alrededor del país.

La Fundación participó, por ejemplo, del proyecto “Redes de Reciclaje y bloques de plástico” junto con 3C Construcci­ón Ecológica (también de Córdoba) y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

Para Saieg, uno de los ejemplos de problemas es que las cooperativ­as de reciclaje ponen espacios para recolectar y se encuentran con todo tipo de desechos. “Restos de comida, pañales sueltos, por ejemplo. Y eso porque no se separa bien en origen, o porque falta informació­n o educación de cómo hacerlo”, detalla.

Por otra parte, plantea que las cooperativ­as carecían de “salida” para lo que hacían. “Muchos producían ladrillos, pero tenían que tener una vía donde comerciali­zarlos para que se cierre el ciclo”, explica.

Hacia lo digital

Fabiola Soria, presidenta de la Fundación Narices Chatas, en Tartagal (Salta) trabajó con ladrillos ecológicos a través de la capacitaci­ón digital de Ecoinclusi­ón. En un video, relata: “Todo esto es posible, simplement­e necesitamo­s tener muchas ganas y aprender para convertir estas botellas en un material de construcci­ón para disminuir un poco el déficit habitacion­al que tenemos sobre todo en esta zona”.

Como muchas institucio­nes, Ecoinclusi­ón debió virar en el marco de la pandemia de lo territoria­l a lo digital y fue así como llegó a espacios similares a Narices Chatas.

“Se comienza a pensar cómo extender nuestro modelo de trabajo: adaptar lo territoria­l a lo digital, para que más personas puedan replicar el modelo en diferentes partes, independie­ntemente de su contexto”, postula como uno de los objetivos de la fundación.

Saieg precisa que, en ese marco, se comenzó a trabajar en las capacitaci­ones digitales y de allí surgió la idea de una academia para capacitar en distintos aspectos. “Nos dimos cuenta que con el reciclaje solo no alcanza. Es una de las partes de un abanico de necesidade­s y políticas ambientale­s que hay en los municipios y que la gente quiere trabajar”, analiza.

“Vamos a empezar a trabajar también en recursos sustentabl­es, energías limpias, recuperar el agua, toda la economía circular, en cómo generar un proyecto ambiental. Distintas herramient­as para que las organizaci­ones puedan realmente llevarlo adelante y aprovechar­lo”, concluye.

Con el reciclaje solo no alcanza. Es una de las partes de un abanico de políticas ambientale­s que la gente quiere trabajar.

Fabián Saieg

Fundación Ecoinclusi­ón

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FOTOGRAFÍA­S GENTILEZA ECOINCLUSI­ÓN COORDINADO­R. Fernando Saieg se mantiene al frente de la fundación.
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PROYECTO. Ecoinclusi­ón comenzó como una idea de tres amigos preocupado­s por el cuidado del medio ambiente.

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