Festejo íntimo. La cancha fue sólo para ellos
En el campo de juego estuvo el equipo solo. Pero no hubo silencio, todo fue euforia, algarabía y desenfreno.
Eran las 17.40. La Policía de San Nicolás había hecho lo imposible para que las más de 23 mil personas que alentaron al equipo celeste salgan a la ruta para emprender el extasiado regreso hacia Córdoba.
Claro, no querían irse de ese lugar en el que vivieron una emoción violentamente feliz: la del ascenso a la Liga Nacional. En la cancha, en el campo de juego, sólo quedaba el plantel. Ni los allegados. Apenas unos pocos dirigentes. Pero no había silencio. Había euforia. Algarabía. Desenfreno. Brown (A) y los suyos habían partido también, no sin antes saludar a Belgrano. Lo de “Don Ramón” Pablo Vicó y Guillermo Farré fue emotivo. Las felicitaciones del prócer del club de Adrogué son las muestras del respeto nacional por Farré y su Belgrano. Así que el griterío era abrumador. Alucinante. Lo disfrutaba Cristian Criosco, el chofer del plantel. Lo filmaba Federico Gaitán, uno de los que trabaja en el área de comunicación del club. Todos registraban los instantes de la felicidad máxima. Todos.
Lo que se iba parecía hermosamente irreal para esos protagonistas. No eran los jugadores de Belgrano que le ganaron 3-2 a Brown (A). Era un grupo de chicos en un viaje de estudio. Era un grupo de jóvenes que se ganaron la lotería, el premio mayor del ascenso, la chapa de ser campeón. Y se entiende porque para ellos significa también sacarse de encima una mochila de presión: que Belgrano es el más grande de la categoría; que es ascenso o fracaso. Y en ese momento íntimo, en el que Santiago Longo arrojó al cielo una chancleta, estaba La Voz registrando en fotos y videos lo que se vivía. En el vestuario se escuchaban los redoblantes, los bombos y un cántico hacia Talleres: “En Jardín Espinosa...”, tronaba. Y, obvio, el “Dale, Campeón”.
Eran hinchas-jugadores o jugadores-hinchas entonando las canciones “No se compara”, “Sólo dos cosas les pido a los jugadores”, “No sé cómo voy, no sé cómo vengo”. Y salieron a dar otra vez la vuelta olímpica a esa cancha vacía. Y tomaban latas de cerveza. Y se tomaron un copón de cerveza. No se guardaron nada para exteriorizar ese desenfreno. Todos estaban con la remera negra especial de “Belgrano campeón”.
El entrenador Farré miraba toda la escena con las manos en los bolsillos. Festejando en silencio. Abrazando sin abrazar. Y fue fiesta. Íntima. La de Belgrano. La de Belgrano campeón. La que siguió con una cena familiar del equipo en el hotel en Funes, en las afueras de Rosario.