Las terapias para el ego hipertrofiado
Hace poco, una joven modelo y conductora se reconoció “demisexual”. Con la flamante definición, quería decir que necesitaba elaborar un vínculo afectivo antes de mantener relaciones íntimas con otra persona. Lo único nuevo en ese episodio, entonces, era la exigencia de encontrar una (auto)definición más que la novedad que el término probaba introducir. De hecho, la misma escena se repite en los debates actuales: buscar una identidad para oponerla a otras forma parte de la construcción de las subjetividades contemporáneas.
En esta coyuntura, el último trabajo de Élisabeth Roudinesco, El yo soberano, intenta levantar la voz. Según la historiadora, en la sociedad actual, conviven dos polos. Ya en ¿Por qué el psicoanálisis?, había llamado la atención sobre el ascenso de una sociedad individualista y enferma, que crecía en el corazón del neoliberalismo.
Ahora agrega que la sociedad, a la vez depresiva y narcisista, también busca en las nuevas terapias del alma el desahogo para el ego hipertrofiado de sus pacientes. Pero la autora solo dedica un par de líneas al triunfo cultural de las terapias psi, factor influyente en los problemas que presentará: el incremento de la asignación de identidad (de género, de etnia, etcétera) en las últimas décadas.
Para Roudinesco, las combativas corrientes de emancipación del siglo 20 mutaron, ya no se trata de cambiar el mundo, sino de defenderlo, o defenderse del mundo. De esta manera, la “cultura de la identidad” (que substituyó parcialmente a la cultura del narcisismo) sólo estimula conflictos particulares sin compromisos colectivos: cada cual se aferra a su modo de vida como si fuera un fetiche.
La biógrafa de Freud se detiene, sobre todo, en el presente de su país. Discute las lecturas que los estudios de género, poscoloniales, subalternos, entre otros, realizaron de los pensadores franceses (Sartre, Foucault, De Beauvoir). Y si bien sostiene que no pretende controlar las interpretaciones de sus obras (como, dice, pretendía el “conservador ilustrado” Lacan), en ocasiones parece intentarlo con nostalgia. Tampoco duda a la hora de encender el ventilador para despeinar a sus vecinos Michel Houellebecq, Michel Onfray y Virginie Despentes.
Para la ensayista, la“des p si quiat riza ción”y la crítica de las normas terminaron dando un giro reaccionario. Entre prefijos (inter, post) y sufijos (filo, fobo), se reinstalaron, mediante las derivas identitarias, las clasificaciones psiquiátricas que tanto habían costado revisar en el siglo pasado.
Cierta humedad parisina impregna las páginas del ensayo. Con todo, y sin psicoanalizar la discusión para reducirla, la autora espera con más preguntas la ocasión para volver a levantar la voz.