Tan obedientes y pacifistas
En los primeros días de abril de 2023, una familia quedó varada entre las provincias de Córdoba y de San Luis porque ninguno de sus seis integrantes poseía documentación personal. Cuando fueron detenidos por el control caminero, aseguraron ser “ciudadanos del mundo” e integrantes de una legión libertaria que no reconoce leyes nacionales ni internacionales, que ignora la existencia de los límites territoriales, los gobiernos y los sistemas jurídicos.
No llevamos cédulas de identificación, dijeron, porque somos seguidores de un pueblo apátrida que se rige por la ley natural. Por extensión, su vehículo, una camioneta Honda CRV gris, tampoco reconocía orígenes fabriles ni registros automotores ni patentes y su estatus había sido cambiado al de una “terranave”.
En lugar de vulgares cédulas de identidad, los adultos del grupo, Sergio y Patricia, que habían decidido vivir sin apellidos, tenían presuntos pases universales, escritos en idioma francés, que parecían haber sido impresos en una fotocopiadora barrial. Los niños, ni siquiera eso.
La historia amenazaba con volverse interesante hasta que se conoció que, detrás de todo ese palabrerío, descansaba una de las tantas promesas esotéricas contemporáneas.
En este caso, era una mezcla de fantasías cósmicas con ímpetus de libertad renacentista e indigenismo. Los viajeros se alineaban entre los devotos de One People’s Public Trust, conocida como OPPT 1776, una declaración lanzada el 25 de diciembre de 2012 con la cual este grupo “embargó” a 194 países y a todas sus corporaciones empresariales con el objetivo de generar un cambio planetario.
La extensa historia de los movimientos de desobediencia civil, que existen desde el siglo XVI y dentro de los cuales podríamos incluir a estos argonautas de la terranave, los ha exhibido siempre como formas de rebelión no violentas contra las autoridades y contra los sistemas políticos. Su arma más letal es la no cooperación. Es decir, se definen más por lo que omiten cumplir que por las acciones que llevan a cabo.
Aunque esta familia detenida por la Policía Caminera pueda parecer el botón de muestra de una cofradía exótica, en realidad son parte de una numerosa tribu que a lo largo de las épocas ha contenido a personajes como el activista estadounidense Martin Luther King, el independentista indio Mahatma Gandhi, el escritor Henry Thoreau, el filósofo francés Étienne de La Boétie, el clérigo sudafricano Desmond Tutu o el movimiento de mujeres inglesas sufragistas, que se hacían encerrar en las cárceles sólo por exigir el derecho al voto y someterse a huelgas de hambre.
Los desobedientes civiles se han caracterizado por defender causas colectivas, y eso los diferencia de los simples misántropos, muchas veces reducidos a la práctica del desprecio hacia los demás y a la búsqueda de la soledad.
Theodore Kaczynski, el Unabomber estadounidense que enviaba cartas explosivas, se creía un desobediente civil, pero era un misántropo terrorista. Fueron misántropos escritores como Francisco de Quevedo, Marcel Proust, Emily Dickinson, J. D. Salinger, Patrick Süskind o Ernesto Sábato, quien tenía compasión por los niños y hacía un esfuerzo mental tratando “de olvidar que al fin serían hombres como los demás”.
No deja de ser extraño que nos llamen la atención personas que se rebelan pacíficamente contra las normas y los sistemas establecidos, en momentos en que hay tantos motivos para no ser pacifistas.
Muchas sociedades soportan hoy con paciencia vacuna a gobernantes de pacotilla, condenados por corruptos pero que continúan aferrados a cargos y a sueldos del Estado. Aguantan a gobiernos que insisten en viejas medidas perpetradoras del fracaso económico y de la desigualdad social.
Lo llamativo es que no seamos millones los que quememos nuestros documentos de identidad, dejemos de reconocer gobiernos y legislaciones y salgamos a recorrer el ancho mundo guiados sólo por nuestra ley interior.