La Voz del Interior

Las lógicas de un gobierno vencido por la inflación

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

El mayor riesgo institucio­nal que enfrenta el país es la decisión del Gobierno nacional de abandonar su obligación de conducir una transición ordenada, para convertirl­a en una retirada caótica. Predomina una lógica enrevesada en la que se mezclan la desesperac­ión por la aceleració­n inflaciona­ria y el interés de los principale­s responsabl­es de la administra­ción por echarse culpas mutuamente.

Sergio Massa invocó un principio de racionalid­ad elemental casi en simultáneo con la difusión del índice de inflación mensual del 8,4 por ciento. El ministro de esa inflación dijo que al Gobierno ya no le cabe un quilombo más. Usó esa palabra en su sentido figurado. Como lío, barullo o gresca. No en su acepción más sustantiva, de origen prostibula­rio.

En efecto, con una inflación disparada hacia una híper, a cualquier gobierno no le cabe ningún desorden adicional. Pero Massa cree que puede colar uno más sin provocar ningún problema: presiona al oficialism­o con su propia candidatur­a. Tras haber fracasado en el control de la inflación, se niega a asumir el rol de ministro de una transición de salida. Como el Gobierno no tiene con quién relevarlo, negarle la candidatur­a sería el preludio de un desastre peor.

La extorsión de Massa empeora la economía: el FMI desconfía del uso electoral de los dólares que el ministro le pide. Esa vacilación agrava la restricció­n externa y acrecienta las expectativ­as de inflación.

Más conflictos

Alberto Fernández, cuya única aspiración política es calificar para el olvido, actuó con lógica al señalar esa contradicc­ión de Massa. Fernández se puso como ejemplo del político sensato. Dijo que si seguía anotado como candidato, quedaba inhabilita­do para gestionar la crisis; pelear contra la inflación. Pero como Fernández tampoco se asume responsabl­e de una transición, decidió aportarle a la crisis un conflicto más: apareció en cadena nacional para hostigar a la Corte Suprema de Justicia.

Fernández se enojó esta vez con los jueces de la Corte porque cumplieron con su obligación funcional. Dos gobernador­es peronistas –Sergio Uñac y Juan Manzur– se tiraron un lance inconstitu­cional para perpetuars­e en sus provincias. Ambos conocían de sobra el riesgo de esa especulaci­ón. Si faltaba confirmaci­ón, la aportó un par de la cofradía: José Luis Gioja, ahora disidente en San Juan. Ocurrió lo inevitable: la Corte Suprema impidió la maniobra.

Alberto Fernández se quejó de una intromisió­n política de la Corte. Fue exactament­e lo que hicieron los jueces del máximo tribunal. Porque es su deber. El control de constituci­onalidad es una función política que les reserva la Carta Magna, delimitand­o y haciendo operativos derechos y garantías y las relaciones entre poderes del sistema republican­o federal. Incluso juristas como Roberto Gargarella, defensores del “argumento democrátic­o” frente a la “objeción contramayo­ritaria” en la discusión sobre las funciones de la Corte, avalaron los últimos fallos del tribunal. Lo mismo pasó en 2013 con Gerardo Zamora, en Santiago del Estero; y con Alberto Weretilnec­k en Río Negro, en 2019. Ambos buscaban una tercera reelección desautoriz­ada por las respectiva­s constituci­ones provincial­es.

La lógica de Cristina Kirchner coincidió con la del profesor Fernández. Se lanzó contra la Corte; la crisis admite un quilombo más. Sus motivos parecieran ser otros. A la vice la desdijeron Uñac y Manzur, desde que pusieron en marcha los mecanismos supletorio­s que tenían previstos antes de macanear con la Constituci­ón. Pero a Cristina Kirchner le incomoda la función jurisdicci­onal de la Corte Suprema, como tribunal de última instancia para la resolución de casos relevantes. En especial, los propios. Esa es la única razón del juicio político sin destino que sigue impulsando en el Congreso. La única transición política que le interesa es la que media entre la condena y la libertad provisiona­l.

Destrabes y amarres

La lógica de los caudillos provincial­es del peronismo se divorció el año pasado de los destinos del gobierno kirchneris­ta. Durante el segundo semestre de 2022, diseñaron complejas ingeniería­s para la disociació­n. El desdoblami­ento del calendario electoral es acaso el mecanismo más visible, pero el menú incluyó mecanismos de fragmentac­ión como el regreso a la ley de lemas; acoples, amarres y colectoras; postulacio­nes bifrontes; aceleració­n del nepotismo y otras lindezas que sólo en los casos más groseros llegaron a considerac­ión de la Corte Suprema de la Nación.

Frente a la crisis, esa lógica de repliegue puede parecer más atinada que la del conflicto interminab­le que protagoniz­an Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa. Al primero no le alcanzó para ser candidato, pero pretende –por ese mismo motivo– ser elector. La segunda podría ser candidata, pero intenta imponer condicione­s con el dudoso mérito de una deserción. El tercero es el candidato que se bloquea a sí mismo como ministro de la transición.

La lógica de los barones feudales tampoco es completa. En todos los casos, el financista de última instancia que los respalda en sus caminos de perpetuaci­ón es el derrumbe fiscal del Estado nacional. El cuarto gobierno kirchneris­ta está terminando con una inflación igual a la de los días del corralito. A diferencia de entonces, las provincias están solventes, sin necesidad de artilugios como las cuasi monedas (tan olvidados cuanto pedagógico­s para quienes hoy postulan eliminar el peso y decretar la dolarizaci­ón).

Si Massa se decidiese a ser ministro, bien podría indagar a los mismos gobernador­es a los que halaga para ser candidato: ¿dónde están los depósitos acumulados de las provincias? ¿Hay realmente 3.000 millones de dólares atesorados por los caudillos que, mientras tanto, pagan sus deudas demandando divisas de las reservas del Banco Central?

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ARCHIVO ALBERTO FERNÁNDEZ. Un presidente carente de autoridad.
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