Cómo explicar a los chicos (otra) crisis socioeconómica
Uno de los desafíos actuales para muchos adultos es encontrar explicaciones lógicas a esta nueva y recargada crisis socioeconómica que lastima al país.
El reto se multiplica cuando intentan compartirla con los chicos y chicas los ciudadanos menos responsables y al mismo tiempo los más afectados por el caos.
En el afán de entender, padres y madres ensayan frases sobre costos elevados, inflación y recorte de gastos para justificar por qué deben suspender las clases de patín, comer más fideos que carne, no comprar juguetes nuevos ni hacer tantos paseos en auto.
Con variados argumentos, los mayores buscan tranquilizar a quienes los escuchan con diferente confianza.
Los más pequeños suelen dejarse convencer con “esto va a mejorar” o “ya pasamos por algo parecido”, pero desde cierta edad –¿8, 10 años?– ya cuestionan, no el relato de los padres y madres sino el contraste entre su discurso calmo y los rostros de impotencia.
Diferentes grupos sociales
Una enorme proporción de niños, niñas y adolescentes no necesita explicaciones; ellos son la crisis.
Pertenecen a familias pobres o indigentes que, desde hace largo tiempo, se definen por el hambre, por la escolarización irregular y por un creciente desamparo general.
Emociona ver cómo estos chicos comparten lo poco que tienen; cómo se solidarizan con el “sufriente del día” y ayudan en una emergencia. Así demuestran que, sin nada que perder, se puede entregar todo.
Otro grupo de niños y adolescentes es el que dispone de comida todos los días, bebe agua potable, se abriga de noche y asiste al colegio con regularidad.
Estas mínimas “ventajas” cotidianas aumentan sus expectativas de “tener”, factor que los torna permeables a contagiarse del desencanto de los adultos por la simple razón de convivir con rostros preocupados, con lamentos y escuchando la clásica frase “no damos más”.
Si mis padres no dan más...
Estos chicos tampoco requieren explicaciones técnicas; no les sirven los discursos sobre el deterioro del peso argentino (mal interpretado como la suba del dólar estadounidense), las tasas de interés bancario u otros jeroglíficos de especialistas.
Ellos necesitan escuchar relatos que les permitan diferenciar entre valor y precio, para poder reconocer que es más valioso el tiempo compartido con amigos en una plaza que saber el costo de una entrada al cine; jugar con su mascota que preocuparse por el precio del balanceado.
No se trata de ignorar la realidad, sino de transitar la infancia con valores más humanitarios que monetarios.
A la mayoría sólo le importa saber si la familia seguirá reunida y si podrá seguir estudiando, aunque sus padres “no den más”.
Y queda lo más difícil de explicar: la sostenida mediocridad de algunos dirigentes, su falta de ética y las reiteradas ausencias a su trabajo sin miedo a “quedar libres”.
Una valiosa tarea para los agotados adultos es identificar a un político (o más) que exhiba una buena imagen de las instituciones democráticas, ya que una niñez sana también se construye confiando en el sistema.
Cada quien buscará la manera de hablar con los suyos; mientras tanto, es fundamental recordar que los chicos, pragmáticos y siempre emocionales, comprenderán todo en tanto no les mientan. Que con palabras acordes a cada edad les aclaren lo que pasa.
La vida es bella es una película que emocionó a multitudes, pero, a juicio de quien escribe, no es sino un insulto a la inteligencia infantil.