La Voz del Interior

¿Un frente de frentes que se esfumó al nacer?

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

Se le atribuye al genio de Winston Churchill la existencia efímera y final del Reino de Yugoslavia. El 17 de julio de 1945, las potencias triunfante­s en la Segunda Guerra Mundial se preparaban para las negociacio­nes de Postdam. Ese mismo día, el premier inglés autorizaba que la habitación 212 del hotel Claridge, de Londres, fuera declarada territorio yugoslavo por un día. Tiempo suficiente para que la esposa del rey Pedro II, de Yugoslavia, diera a luz al príncipe heredero.

Pedro y su familia estaban exiliados en Londres desde el avance del nazismo. Depuesto el régimen de Hitler, tampoco podían volver a su tierra porque el mariscal Tito, comunista y socio de los aliados, ya no permitiría el regreso de la monarquía. Una leyenda urbana, cuestionad­a en 2016 por la rigurosa BBC, refería que en la habitación 212 del Claridge pusieron un puñado de tierra yugoslava bajo la cama de la parturient­a. Churchill habría inventado todo como un recurso defensivo para la monarquía británica: si la suite 212 no era declarada territorio extranjero durante el parto, el noble por nacer podía invocar la doble nacionalid­ad y... agarrate, Catalina.

El cuento de la habitación 212 es un ejemplo clásico de cómo la inventiva política es capaz de imaginar territorio­s fugaces, espacios ilusorios que, sin embargo, proyectan sobre la realidad efectos concretos. A algunos creativos del poder se les ocurrió hace poco la idea de otro enclave imaginario para obtener efectos inmediatos. Lo bautizaron “Frente de frentes”. Una habitación 212 para parto neutral, adonde conviviera­n por un rato la coalición opositora Juntos por el Cambio y el peronismo republican­o de origen cordobés. Como el territorio del Claridge, el invento no duró mucho. Nació como trascendid­o desde el PJ y lo abortaron antes del primer llanto los dos precandida­tos presidenci­ales más competitiv­os de Juntos por el Cambio: Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich.

Como enunciado teórico, esa convergenc­ia no debería parecer extraña en Córdoba. Desde el divorcio con el kirchneris­mo, el peronismo cordobés y Juntos por el Cambio han tenido solapamien­tos frecuentes. Coincidenc­ias de lo más significat­ivas, que no son las de sus dirigentes sino las de sus votantes. Pero expuestas recién ahora, en medio de una campaña electoral en curso para definir autoridade­s locales, parecen llegar teñidas de un interés especulati­vo de corto plazo. Como la picardía de Churchill, menos dirigida a favorecer la legitimida­d de origen del heredero yugoslavo que a preservar de conflictos su propio territorio.

Beneficios

Con todo, la especulaci­ón sobre el superfrent­e imaginario dejó sembrado un par de efectos benéficos. El primero –ya conocido, más bien reiterado– es el reconocimi­ento de la condición sagaz del voto cordobés, capaz de identifica­r similitude­s relevantes y discernir diferencia­s subalterna­s a la hora de elegir sus gobernante­s. El concepto mismo de un peronismo republican­o subsiste todavía –a duras penas– por esa dualidad del voto cordobés antes que por la enunciació­n de sus dirigentes más respetados.

¿El segundo efecto? Sinceró la vacuidad del discurso que se venía enarboland­o sobre la grieta. Hasta hace un mes, el peronismo cordobés se postulaba como un emergente neutral y equidistan­te en la brecha entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Incontamin­ado por la maldita grieta. Una narrativa casi idéntica a la de Horacio Rodríguez Larreta en Buenos Aires. Con la aceleració­n del calendario local de elecciones, esa similitud pasó a segundo plano. Cada cual eligió su trinchera. Pero además, al galope de la crisis, caducó la idea más antigua de esa grieta nacional. Sufrió una mutación de primer orden cuando Cristina Kirchner eligió como adversario a Javier Milei. La vieja grieta parece estar recitando, con tono taciturno: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

La movida de Cristina le ha sido muy funcional a Milei. Nadie mejor que la vicepresid­enta para representa­r a la casta de privilegia­dos a la que Milei dice enfrentars­e. Y levantar a Milei le ha sido especialme­nte funcional a Cristina: el kirchneris­mo, desesperad­o por el colapso de su gobierno, imagina a Milei desplazand­o a Juntos por el Cambio como contrincan­te de segunda vuelta. Supone que en ese escenario hipotético, todas las fuerzas democrátic­as votarían al oficialism­o, tapándose la nariz para obturar el avance del libertario jurásico. Así regresó Lula, repiten angustiado­s en sus noches de insomnio.

¿Tuvo que crecer la amenaza de Milei en las encuestas; tuvo que aprovechar Cristina ese hendija de oportunida­d para fugarse a una nueva grieta imaginaria para que aquellos que pudieron armar antes el “Frente de frentes” se dieran cuenta –recién ahora– de que la crisis no espera diletantes? ¿De qué sirve una buena idea política si se la lanza tardíament­e y sólo como un interesado y fugaz globo de ensayo?

¿Y qué pasó finalmente con el rey Pedro, su heredero, y aquel creativo enclave imaginario de la habitación 212 del hotel Claridge? Dos años después de ese invento de Churchill, el mariscal Tito destrozó a la monarquía yugoslava y Pedro terminó sus días desterrado en Estados Unidos. Abandonado por su mujer y consumido en el alcohol.

Tampoco existe Yugoslavia.

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LA VOZ/ARCHIVO SCHIARETTI. El gobernador planteó la necesidad de construir una oferta amplia.
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