La Voz del Interior

Atenas. Entre el dolor y la esperanza de volver

Del recorrido que le permitió llegar a lo más alto, en todo sentido, a este presente: un equipo que perdió la categoría y algo más.

- Gustavo Farías gfarias@lavozdelin­terior.com.ar

Lejos de la gloria y con su historia pisoteada. El final anunciado y previsible llegó con la crudeza de una realidad que duele. Atenas ya no es un club de elite de la Liga Nacional. En honor a la verdad, había dejado de serlo hace un buen tiempo, pero el destino le tiró un par de suplementa­rios como para enderezar el rumbo. No hubo caso: el tobogán le tenía reservado el subsuelo al que cayó resignado, entregado.

Sus últimos días en la competenci­a que lo tuvo como estandarte desde el inicio lo despidiero­n con estadio lleno, como en los viejos tiempos. Pero fue apenas un oasis. El proceso previo fue con la indiferenc­ia de un todopodero­so al que le empiezan a flaquear sus fuerzas, pierde protagonis­mo y le llega la jubilación. Como lo decía Carlos Gardel en Cuesta abajo: la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Atenas, el viejo y glorioso Atenas, no sólo presumía de la ostentació­n de haber ganado más ligas que nadie. Era, además, el único club con asistencia perfecta a las 39 ediciones. Y el descenso lo sorprendió con un récord de cifra redonda: cerró su participac­ión ininterrum­pida en la Liga Nacional habiendo superado su partido 1.900 (ayer fue el 1.901), marca jamás alcanzada por otro rival.

El Griego deja su lugar en el círculo superior después de un inequívoco deterioro de buena parte de la misma dirigencia que lo llevó a sus picos más altos. Eduardo Asís, Rubén Fantolino y Neldo Magris apuntalaro­n los inicios del equipo en la Liga y construyer­on los pilares sólidos en los que se asentó Felipe Lábaque, el hombre fuerte de las últimas tres décadas. “El Felo”, quien también contó con el gran respaldo de Eder Baralle, fue el responsabl­e del despegue institucio­nal y, también, del ocaso del cual cuesta hacerse cargo. La pronunciad­a debacle, claro, estuvo emparentad­a con los innumerabl­es vaivenes de la economía nacional, pero no fue el único factor. La política también jugó su partido.

Años dorados

En los ’90, Atenas se hizo fuerte con el apoyo incondicio­nal del gobierno radical que acompañó el andar victorioso de un club que recibió trato preferenci­al, al punto de igualarlo con Talleres, Belgrano e Instituto como referentes del deporte provincial.

Fueron los años de gloria. Atenas afianzó su poderío en la competenci­a y logró el despegue internacio­nal cosechando sus primeras estrellas a nivel continenta­l. Además, se ganó los elogios del primer mundo con una épica participac­ión en el Open McDonald’s de París 1997, cuando hizo podio.

Atenas era un gigante que se llevaba todo por delante y el éxito se tradujo en algunos desbordes de audacia que no resultaron elegantes. Empezó a tejer negociacio­nes tan impactante­s como carentes de sustento en la práctica. Se anunció una alianza deportiva con el Real Madrid a partir de un vínculo informal con el hermano de Jorge Valdano y, también, la construcci­ón del estadio cubierto más importante del país en el parque Sarmiento, en un predio de 6,5 hectáreas que, supuestame­nte, la Provincia le entregaría al club. Pero ya había cambiado el signo político y las reglas eran otras.

“(José Manuel) De la Sota nos prometió su apoyo y cumplió. Estamos muy agradecido­s”, dijo Lábaque en abril de 2001, cuando se colocó la piedra basal del estadio. La obra, con un costo de 15 millones de dólares, preveía finalizars­e en mayo de 2002 para albergar los Juegos Odesur a realizarse ese año en Córdoba. Nada se concretó y, cuando Euclides Bugliotti abrió el Orfeo Superdomo, Atenas comprendió que había perdido la pulseada. El sueño del estadio propio pasó para más adelante.

El impulso de la década anterior lo mantuvo en alto por unos años más. Pero cada tanto, algún golpe le daba señales que los tiempos eran distintos. En 2001, un resultado deportivo lo desacomodó: el Quilmes del “Huevo” Sánchez le ganó un cruce de cuartos y, por primera vez en 18 ediciones de Liga, Atenas se quedó fuera de semifinale­s. Aquel quinto puesto fue tomado como una afrenta.

La pendiente

A partir de entonces, el escenario se invirtió. Las pálidas que antes sólo aparecían cada tanto pasaron a ser las más frecuentes. Los éxitos y los aciertos empezaron a ser más espaciados.

En ese nuevo escenario se produjo el alejamient­o temporario de Lábaque que dejó en evidencia la ausencia de un sucesor capaz de heredar el cargo. El club pareció navegar a la deriva, una situación que aprovechó “el Felo” para aparecer como “refundador”, tras desembarca­r con Rubén Magnano de la mano y ganar el último título liguero en 2009. Lo que vino fue una cadena interminab­le de fracasos y decisiones erradas, apenas matizadas por un par de temporadas discretas.

Desde su fundación, Atenas nunca había sido “el peor de todos”. A partir de hoy, con el descenso ya consumado, tiene por delante el desafío de ingresar a un ámbito desconocid­o: la segunda categoría. El insoportab­le traspié es una bisagra en su historia que derivará en la necesidad de cambiar rumbo y nombres. Atenas se desmoronó justo en el momento que quiere estrenar cancha nueva para cristaliza­r en cemento una de sus maquetas. Ahora de poco sirve el lamento. La realidad le impone un tiempo muerto, barajar otra vez y encontrar en el parqué de su nuevo escenario la base sólida en la que pueda “rebotar” rápida y vigorosame­nte para volver a cobrar altura.

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FACUNDO LUQUE SUFRIR POR AMOR. En la sede de Atenas, así vivieron el juego los hinchas anoche.

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