La Voz del Interior

Una alianza entre la casta y el partido mercurial

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

El uso de conceptos imaginario­s para explicar los conflictos de la convivenci­a es tan antiguo como la política. Los nombres que se asignan a las cosas cambian según el clima de época. Pero no la necesidad de usarlos para cambiar las cosas. No hay un objeto concreto al cual se asimile la idea de “voluntad popular” o el concepto de “soberanía”. Sin embargo, han sido expresione­s eficientes para construir sistemas de legitimaci­ón del poder.

Javier Milei llegó a la Casa Rosada mediante una operación simbólica eficiente, que consistió en plagiar un concepto de los populistas de izquierda españoles pero cambiando la polaridad en el núcleo. Ese concepto fue la idea de “casta”. Los progresist­as españoles comenzaron a usarla para señalar un destinatar­io de la indignació­n contra el sistema político. La casta era un significan­te vacío: un concepto donde cada uno podía poner lo que quisiera.

Lectores de Gramsci, los populistas de izquierda imaginaban que de esa manera construirí­an un discurso hegemónico para llegar al gobierno y ejecutar las reformas que querían. Milei tomó el concepto de casta y lo aplicó en Argentina con polaridad invertida: para promover reformas por derecha. Un Gramsci al revés.

Esta exitosa operación simbólica sirvió a los progresist­as españoles y a los libertario­s para acceder al poder. El ejercicio del gobierno es una dinámica política esencialme­nte diferente. No consiste en describir la naturaleza del conflicto social, sino en la praxis de su transforma­ción. En poco tiempo, a los progresist­as españoles se les desflecó el concepto de casta. Casi desde que entraron a los alfombrado­s despachos de la casta.

A Milei, ese significan­te vacío se le comenzó a desvirtuar cuando el ajuste económico afectó a todo el conjunto social. No sólo a la casta, que cada sector imaginaba como eso que sobrevivía injustamen­te en la casa del vecino. La operación simbólica es paradójica: cuando el significan­te vacío se completa con las expectativ­as de todos y cada uno (cuando “se llena”), entonces deja de ser útil. Porque de tan completo de ilusiones, tan multitudin­arias como inevitable­mente contradict­orias, pasa a referencia­r nada. Palabras como casta se vacían cuando el significan­te se llena.

Milei tomó en los últimos días una decisión que tiende a invalidar por completo esa idea de casta como herramient­a política. Esa decisión es la referida a la relación del nuevo gobierno con la Corte Suprema de Justicia. El Presidente viene navegando una escena de gobernabil­idad compleja. Una escena que se venía definiendo hasta el momento por la relación conflictiv­a entre el Ejecutivo y el Congreso y entre la Casa Rosada y los gobernador­es. El dato más relevante de esa lidia es que a más de 100 días de gestión, el nuevo gobierno todavía no pudo conseguir ninguna ley para sostener su programa de estabiliza­ción económica y reformas estructura­les.

Ese bloqueo institucio­nal (empate de debilidade­s, al fin) motivó al Gobierno a proponer un pacto para mayo. Un consenso sobre principios. Pero mientras tanto, al calor de algunos primeros indicios favorables (aunque precarios) del plan económico de contingenc­ia, no descarta inclinarse por un consenso sobre resultados: cree que si la inflación baja, sus adversario­s quedarían obligados, por presión social, a respaldar las reformas de fondo. Viene al caso recordar que desde su origen Milei se piensa como el eje de un partido mercurial: el de sensibilid­ad más volátil, según los cambios de temperatur­a social.

Nueva alianza

Pero la movida en relación con la Corte Suprema viene a cambiar radicalmen­te los actores y la naturaleza del bloqueo existente. Milei eligió proponer dos jueces nuevos para la Corte. Para la vacante que dejó Elena Highton, propuso al juez Ariel Lijo. La trayectori­a de Lijo es tan sinuosa que de inmediato sonaron todas las alarmas. Milei fue más allá y dio por terminado nueve meses antes de la fecha prevista el mandato de Juan Carlos Maqueda. Un destrato innecesari­o.

¿Qué sucedió para que Milei resolviese formalizar (mediante Comodoro Py) una alianza entre la casta y el partido mercurial? ¿Tiene ya un acuerdo cerrado con Cristina Kirchner y los gobernador­es del PJ para que sus candidatos sorteen la valla del Senado que no pudo sortear ni siquiera el DNU más programáti­co del gobierno libertario? Si existe ese acuerdo, ¿incluye también la ampliación de la cantidad de miembros de la Corte y una integració­n negociada con el bloque más numeroso del Senado?

Si Milei no tiene cerrado un acuerdo, ¿evaluó la posibilida­d de que le voten a Lijo de contado y le entreguen el voto a Manuel García Mansilla en una negociació­n en cuotas? ¿Estaría dispuesto Milei a esa derrota, para sumar a las que ya tuvo en el Congreso?

La prueba de que la estructura mercurial de Milei viene siendo desafiada por su desconocim­iento de la gobernabil­idad política la ofreció esta semana la vicepresid­enta. Victoria Villarruel se explayó en declaracio­nes en las que se preocupó por resaltar su buen vínculo con el Presidente. Pero dejó sentada también su aspiración presidenci­al, su condición de política integrada al sistema y sus desacuerdo­s con aspectos sensibles de la actual gestión. Entre ellos: la nominación de Lijo y el involucram­iento de las Fuerzas Armadas en las acciones contra el narcotráfi­co.

La contracara ante estas turbulenci­as internas (y también el consuelo para el Gobierno) es el traumático proceso que transitan las otras fuerzas políticas. El plenario de dirigentes justiciali­stas que se reunió para despedir sin honores a Alberto Fernández no pudo avanzar ni siquiera en el armado de una comisión de acción política.

En la vereda contraria, Mauricio Macri reasumió la presidenci­a del partido que fundó, pero en un contexto de diáspora. Como le pasó al radicalism­o cuando él llegó a la Casa Rosada, lo más importante dejó de ser la trifulca eterna entre los dirigentes, para pasar a ser la fuga –en masa y en silencio– de la mayoría de sus votantes.

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TÉLAM ARIEL LIJO. El polémico juez que Javier Milei postuló para la Corte Suprema.
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