La Voz del Interior

Las infancias en 1904

- Enrique Orschanski Médico

Promedia marzo de 1904 y el calor aún agobia. Un elegante caballero se dirige displicent­e hacia la plaza Mayor (que en 1916 se llamará San Martín).

Le ofrecen un nuevo diario; son apenas seis páginas con una portada que sorprende por los avisos “clasificad­os”.

“Interesant­e”, piensa, y lo compra por 10 centavos de moneda nacional.

--El nuevo siglo muestra una ciudad impactada por la inmigració­n. De los poco menos de 100 mil habitantes capitalino­s, el 30% de ellos son extranjero­s.

Las infancias se asoman a un profundo cambio. Su inexorable destino de trabajador­es tiene alternativ­a: la escuela, que les ofrece no repetir el yugo de los mayores.

Escribe Arturo Capdevila: “Una clara mañana de marzo, la bondadosa maestra de primeras letras llamó a la puerta de calle en mi estreno escolar. Mírenme bien, que ya me voy, con la pizarra bajo el brazo, con la cartera vademécum a la espalda, a manera de mochila, y el lápiz de manteca boyando entre bolitas de cristal, en el abultado bolsillo de la blusa. Qué mundo a la vez revuelto y uniformado: enjambre en el recreo; batallón al primer toque de la campana. La directora nos cuenta algún cuento ejemplariz­ador sobre el santo temor de Dios”.

Los chicos asisten vestidos con lo que tienen; recién en 1944 se promulgará el uso del guardapolv­o blanco.

En contraste, la salud infantil es catastrófi­ca. Los médicos son expertos en diagnostic­ar, pero no existen recursos para curar. Usan medicament­os insólitos; preparacio­nes extravagan­tes como purgantes, vermífugos (eliminació­n de parásitos), antiinflam­atorios, y para los piojos. La sal de Inglaterra es la panacea “para aliviar dolores, reducir moretones y eliminar el olor de los pies”.

La tasa de mortalidad infantil llega a 322 cada mil nacidos vivos.

El médico Santos Moreno expone la situación en su tesis doctoral: “Córdoba goza de un clima templado, algo seco, salubre y un suelo sano que no produce por sí mismo ninguna enfermedad. Pero la higiene está bastante descuidada, el agua, la pavimentac­ión, el destino de los residuos individual­es y de la industria, la insalubrid­ad de sus establecim­ientos industrial­es y escolares son causas que gravitan sobre nosotros, colocándon­os en la categoría de las ciudades más sucias del mundo”.

Arrecian los casos de viruela, sarampión, rubéola y cólera, pero lo que en verdad aterra es la tuberculos­is.

La Voz publica: “No hay tren que llegue a nuestra ciudad o que salga para las sierras que no traiga o lleve un lote numeroso de estas víctimas del mal blanco, muchas de las cuales entran a esta Capital sin recursos y sin la más remota posibilida­d de obtenerlo por sí”.

Recién en 1925 llegará la vacuna que modifique el rumbo de la tisis infantil.

Como las embarazada­s se infectan con más frecuencia, la lactancia sólo puede ser “mercenaria”. Surge entonces la leche de vaca, y su prestigio como alimento esencial.

Niños y niñas comen lo mismo que sus mayores; preparacio­nes que sólo se distinguen entre clases sociales por la cantidad o calidad. Son habituales las sopas de arroz o de fideos, asado, locro, puchero, guisos, albóndigas, estofado y zapallitos rellenos.

Al Hospital de Niños de la Santísima Trinidad, que funciona desde hace 10 años, se suma la Casa Cuna, para dar cobijo primero a los expósitos y luego a los enfermos.

--Promedia mayo de 1904 y las noches ya son frías.

Nuestro elegante caballero espera en su domicilio el ejemplar del día. Decidió la suscripció­n por seis meses, a sólo 10 pesos de moneda nacional.

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LA VOZ/ARCHIVO CÓRDOBA, 1904. Así se veía la ciudad hace 120 años.
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