El Incaa, el Gobierno y cine que sí funciona
En las últimas semanas parte del debate público se ha puesto sobre el funcionamiento del Incaa y la decisión del gobierno de Javier Milei de desfinanciar el instituto.
Borensztein –ferviente crítico de la gestión anterior– comienza diciendo que hay una gran confusión, “alimentada durante muchos gobiernos kirchneristas que han llenado las reparticiones públicas, y el Incaa no ha sido la excepción, con militantes, convirtiéndolo en caja”, cuando no es necesario porque “el cine es un círculo virtuoso que se sostiene a sí mismo”.
“Tenemos una ley de cine, que habrá que revisar obviamente, y que prevé el financiamiento a través de las entradas de cine, del aporte del Enacom por las tandas publicitarias. Pero claro, si vos a un circuito virtuoso, lo sobredimensionás, lo convertís en vicioso. Entonces lo que hay que hacer es sanearlo y hacerlo funcionar con el objetivo con el que alguna vez se creó”, insiste el cineasta.
Además, califica como falacia eso de que el mundo del cine es parasitario. Para él, la audiovisual es una industria autosustentable y muy rentable, pero que “tantos años de no hacer las cosas adecuadamente, de vivos, de pillos y de ñoquis, generaron mucha bronca en la gente que se ha utilizado y se ha alimentado para crear esta situación de recortes”.
Además, Borensztein pide aclarar que él personalmente no vive del Incaa ni del Estado. “A mí me financian mis películas empresas privadas, Netflix y otras tantas, así que no estoy hablando ni defendiendo un interés personal. Estoy defendiendo un interés colectivo, que tiene que ver con recuperar un círculo virtuoso para que la Argentina siga siendo una potencia cinematográfica”.
Siciliani en tanto, ve otras intenciones detrás de las políticas que se intentan implementar. “La identidad cultural es el encuentro con el otro, de los pocos que van quedando. Así como se fue haciendo un poco mierda primero la salud y después la educación, ahora queda lo cultural. Entonces entiendo que hay como unas ganas de maltratar también ese espacio para que el encuentro con el otro no se produzca. Así se beneficia quien quiera que no exista nada de lo colectivo. No es casualidad querer atacar a la cultura, es lo último que queda”.