La Voz del Interior

Ajuste, dólar y precios: ¿la solución de ayer es el problema de hoy?

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

Las personas que se inclinan por una mirada sistémica dicen que los problemas de hoy suelen ser la consecuenc­ia de las soluciones de ayer. Así lo afirma Peter Senge, un ingeniero estadounid­ense que dirige el Centro para el Aprendizaj­e Organizaci­onal del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts (MIT, por sus siglas en inglés).

¿El fenómeno aplica a la estrategia del presidente Javier Milei y su ministro de Economía, Luis Caputo?

Aparecen aquí, por lo menos, tres cuestiones: la sustentabi­lidad del ajuste fiscal, los múltiples impactos de la recesión con inflación y, adosados, el actual esquema cambiario.

Sobre este último y el régimen futuro, sobran las hipótesis sobre el desarme del cepo. Lo concreto, según el economista Enrique Szewach –director en el Banco Central entre 2017 y 2019–, es que el tipo de cambio oficial, que en diciembre pasado fue llevado a $ 800, hoy equivale a $ 486 en términos reales.

La foto es diferente si se mide por el tipo de cambio real multilater­al, utilizado por el Gobierno para demostrar que todavía hay un margen de competitiv­idad.

Pero el ruido está, porque usar el valor del dólar como ancla frente a la suba de precios obliga a una velocidad inusitada para bajar la inflación como sea. Y eso se gestiona con una recesión muy profunda.

Además, en la otra punta también hay una paradoja; si la inflación baja de manera veloz, el Gobierno pierde potencia en la licuadora de gastos. Así las soluciones de ayer sólo cubren algo del trayecto a la estabiliza­ción y empiezan a ser el problema nuevo.

Lo plantean también Marcelo Capello y Marcos Cohen Arazi, del Ieral de Fundación Mediterrán­ea, al decir: “El desafío es bajar la inflación sin deteriorar la competitiv­idad, lo que exige no atrasar el tipo de cambio y, progresiva­mente, mejorar la competitiv­idad estructura­l. En ese sentido, existe una preocupaci­ón con el actual proceso desinflaci­onario y es que no ocurra a expensas de atrasar nuevamente el tipo de cambio”.

Por lo pronto, el Gobierno estira como chicle esta fase hasta llegar a la esperada liquidació­n de divisas de la cosecha gruesa. La pregunta es si el atraso cambiario actual aguanta sin retoques. Y después, ¿qué?

Los empalmes

Caputo repite que se siente cómodo en un dólar de entre $ 900 y $ 930 (el tipo de cambio mayorista ronda los $ 855). Según cálculos del Ieral, los precios mayoristas actuales, medidos en dólares, son más altos comparados con fines de 2019.

En el territorio minorista, las variacione­s semanales de alimentos y bebidas que releva la consultora EcoGo están apenas unas décimas por debajo de febrero, por lo que proyecta una inflación similar a la del mes pasado, sólo porque se difirió la suba tarifaria para el gas.

En cambio, hay un espanto generaliza­do por las boletas de energía eléctrica. ¿Es la etapa dura que pronosticó Milei? ¿O todavía falta para ver lo peor?

En ese espacio se juega el paso de una tortuosa red de caminos de tierra a una ruta elevada y pavimentad­a. Szewach habla de tres “empalmes”. El primero. El remapeo de precios relativos no puede ser eterno. Tarde o temprano se manifestar­á un nuevo equilibrio, en el que será clave el escalón donde quedarán los salarios. Lo mismo con el dólar. Ambos tienen que montarse con un plan de estabiliza­ción.

¿Cuándo ocurrirá esto? Lo habitual es que una recesión como la actual dure entre 12 y 15 meses y se tome un tiempo similar para volver al nivel de actividad que tenía antes de la caída.

Pero la que estamos atravesand­o no es una recesión cualquiera, por dos razones: por un lado, fue generada adrede; por el otro, ocurre como la antesala de un buscado cambio de régimen económico.

Aun con el empuje del agro, de los hidrocarbu­ros y de la minería, la Argentina cerrará 2024 con saldo negativo en su producto interno bruto (PIB), y todas las fichas se mueven hacia 2025. Recién allí asomarían una baja sustentabl­e de la inflación y una recuperaci­ón de los salarios reales.

El segundo. Lo que hoy vemos es un ajuste fiscal tosco y engañoso en algunas puntas. Es que a los recortes (poda real o efecto inflaciona­rio) se suman las deudas corrientes. Es como evitar el pago de la tarjeta de crédito para que la plata alcance.

Por ahora, la única herramient­a de enlace es una reforma fiscal que, desde ya, no puede quedarse sólo con condimento­s como las modificaci­ones a Ganancias. La expectativ­a es que el Estado (nacional, provincial y municipal) eficientic­e el gasto al punto de reducir la presión impositiva.

El tercero. Si el camino hacia un cambio de régimen logra sostenerse, en algún momento deberán aparecer los incentivos para la inversión privada. Este nuevo entorno tendría que gestar, entre otras cosas, cambios en las regulacion­es laborales y un ecosistema que impulse la competitiv­idad de la producción.

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