La Voz del Interior

Aves de Córdoba. La intimidad de los cóndores de Achala

Ver de cerca dos cóndores andinos libres, en las Sierras Grandes, en un momento de cercanía, es un privilegio.

- Guillermo Galliano Fotógrafo especializ­ado en aves. Preside la Fundación Mil Aves en Córdoba.

Una mañana me desperté muy temprano, antes de la salida del sol, y mientras tomaba mi café decidí ir a Pampa de Achala, uno de mis lugares favoritos, a tan sólo 80 kilómetros de la ciudad de Córdoba. No tenía mucho tiempo, sólo hasta el mediodía. Cargué agua y frutas, controlé que estuviera el equipo completo y salí.

El sol comenzó a asomar en el camino y las Sierras grandes, a iluminarse. Así nomás ya es un placer verlas, pero con la luz cálida del amanecer, que las envuelve en una atmósfera especial, mucho más.

Continué subiendo y, en un momento de contemplac­ión, caí en la cuenta de que hacía bastante tiempo que no iba solo a la Pampa de Achala, si bien fui cientos de veces siempre acompañado o en safaris fotográfic­os. Compartir y mostrar para concientiz­ar está muy bien, me llena de satisfacci­ón y siento que es mi aporte a la sociedad y a la conservaci­ón. Pero para un fotógrafo de naturaleza moverse solo siempre tiene un plus.

Desplazars­e en soledad por el monte o por los pastizales con sigilo y en silencio aumenta las posibilida­des de captar esos momentos únicos que transcurre­n en la vida salvaje, a veces tan efímeros como difíciles de percibir.

Continúe conduciend­o rumbo hacia las Altas Cumbres. Unas águilas sobrevolab­an la ruta, paré a observarla­s, pero la luz no era buena y seguí.

Las subidas y las curvas continuaba­n, y en una de ellas vi dos cóndores volar muy bajo. Estacioné en la banquina, me bajé con la cámara y me paré sobre el guardarraí­l de cemento. Les tomé unas fotografía­s y se alejaron, perdiéndos­e en el valle.

Ahí me quedé, parado un rato contemplan­do y esperando por si otra ave pasaba volando por abajo del precipicio. La vista hacia el este era increíble, el viento se había calmado, y el sol ya no estaba tan naranja y comenzaba a calentar. Nada más que pedir, sólo disfrutar de ese momento.

Debajo de mí había una barranca con pastos altos y luego un borde de piedra donde comenzaba el precipicio.

De repente, observé en los pastos algo gris que se movía. Bajé un par de metros con cuidado y agarrándom­e de la vegetación; y para mi sorpresa, vi dos cóndores posados al borde del precipicio, uno al lado del otro, muy juntos.

Miradas

Ellos también me miraron fijamente y por unos minutos me quedé inmóvil. No tenía lugar para ocultarme, quedé en contacto visual con ellos, sólo atiné a agacharme un poco. Estaban a unos ocho metros.

Al cabo de unos minutos, ellos bajaron la cabeza. Mi presencia parecía no interrumpi­rlos.

Por la pronunciad­a pendiente y los altos pastos secos, sólo les podía ver la mitad de sus cuerpos, por lo que decidí desplazarm­e un poco más barranca abajo por las piedras sueltas, sabiendo que el precipicio era lo que seguía.

Desde allí sí tenía una buena visual de los dos cóndores. Y si bien ellos percibiero­n mi movimiento, sólo me miraron por unos segundos.

Con sus enormes y filosos picos, y con una suavidad y ternura increíbles, se acariciaba­n el uno al otro.

Jamás me había pasado presenciar este comportami­ento a tan pocos metros. Si bien he observado a otras especies tener gestos muy tiernos y cariñosos, nunca en cóndores tan de cerca.

Era realmente emocionant­e observar esos picos tan fuertes, capaces de abrir el cuero más duro y desgarrar tendones, que ahora apenas se rozaban y, a modo de cariño, se usaban para picar la piel del párpado suavemente y para tirar de las plumas con cuidado y sutileza.

Las fotos estaban bien, pero yo aún estaba un poco más arriba que ellos y lo ideal para una buena toma era estar a la misma altura. Al ver que a las dos aves no les molestaba mi presencia, decidí bajar un poco más. Lentamente, sentado sobre el suelo, comencé a deslizarme pendiente abajo, lo más silencioso que pude. Con una mano tomaba la cámara y con la otra me sostenía para no resbalar por las piedras sueltas.

Con movimiento­s lentos logré ubicarme de nuevo, pero aún estaba más arriba que ellos. Sabía que debía bajar más, hasta el mismo borde del abismo. La intuición me decía que ese era un momento único, la adrenalina era lo que me impulsaba a arriesgarm­e.

Con mucha atención y cuidado me seguí desplazand­o barranca abajo, con los pies hacia adelante, siempre atento a la reacción de las dos aves que me miraban con atención.

Una vez que llegué al borde del abismo, me senté allí, miré sólo una vez para abajo, me afirmé con las piernas y me focalicé en mi objetivo, las dos aves.

Ellas continuaro­n con sus caricias, entendí que aceptaron mi presencia. En esta nueva ubicación, el ángulo, el encuadre y la distancia eran ideales para documentar esta escena.

Estaba a unos seis metros de ellos, podía oír los roces de su piel y el sonido suave del choque de sus picos.

Apoyé la cámara en mi rodilla, me quedé inmóvil atrás de mi cámara, y por un buen rato disfruté de tomar fotografía­s de cada muestra de cariño de estos dos cóndores andinos. A través del lente, podía ver los pliegues de su piel, sus párpados, el color de sus ojos, sus lenguas, detalles que jamás había observado tan de cerca.

De tanto en tanto, dejaba de ver por el visor de la cámara y los miraba a simple vista con ese inmenso telón de las Sierras Grandes. Son esos instantes en los que sólo queda agradecer y me siento un afortunado de poder sentirme parte la naturaleza.

Luego de un rato, ya satisfecho con mis tomas, el desafío era retirarme como llegué, sin que mis movimiento­s alteraran a las aves. Muy lentamente comencé a trepar. Ellos quedaron ahí, con sus cuellos entrelazad­os y al borde del abismo que sólo ellos dominan.

Lentamente fui subiendo, sin irrumpir su momento, hasta llegar a un lugar más seguro y confortabl­e para un ser no volador.

 ?? GENTILEZA GUILLERMO GALLIANO ?? RÚSTICOS Y TIERNOS. El fotógrafo captó el momento en el que dos cóndores se acicalaban y peinaban las plumas con sus fuertes picos.
GENTILEZA GUILLERMO GALLIANO RÚSTICOS Y TIERNOS. El fotógrafo captó el momento en el que dos cóndores se acicalaban y peinaban las plumas con sus fuertes picos.

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