La Voz del Interior

Recuperar el espacio público

- Gerente General Juan Tillard | Director Periodísti­co Carlos Hugo Jornet

En principio, no deja de ser auspiciosa la noticia de que el Ministerio Público Fiscal de la provincia de Córdoba haya decidido elaborar un protocolo referido al accionar en la ciudad de Córdoba de los cuidacoche­s, denominado­s popularmen­te “naranjitas”, y puso a algunos fiscales a ocuparse del tema de modo específico.

Es también una iniciativa tardía, dado lo antiguo y enraizado de un problema que se debió reparar mucho antes, lo cual no se hizo tanto por desidia como por intereses y opiniones divergente­s respecto del tema en cuestión.

Lo que hace unas décadas era tan esporádico como minoritari­o hoy se ha transforma­do en un fenómeno generaliza­do, que literalmen­te estalla ante cada espectácul­o masivo realizado en la ciudad de Córdoba y que se extiende a muchos barrios, en torno de hospitales, clínicas, sedes municipale­s y otros puntos que concitan la presencia de mucha gente y sus respectivo­s vehículos.

En cada caso, hordas de sujetos, que portan como pretexto una pechera, cobran derechos de estacionam­iento siderales, con lo que recaudan en una noche miles de pesos y arruinan el momento de esparcimie­nto de muchos, no pocas veces con amenazas y daños a personas y vehículos. Y el condimento del lamentable espectácul­o es un accionar municipal que se desinteres­a de la cuestión, con el decidido apoyo de la indiferenc­ia policial. Indiferenc­ia que bien podría, en muchos casos, calificars­e de escasament­e ingenua.

Desempleo y marginalid­ad han sido los ingredient­es necesarios para este estado de cosas, todo acentuado desde la crisis de 2001 y magnificad­o por el paulatino abandono de sus responsabi­lidades por parte de los organismos provincial­es, municipale­s y judiciales que sólo se han ocupado cuando la violencia trajo consecuenc­ias graves, mientras que todo lo atinente a los abusos de los cuidacoche­s se trata como simples infraccion­es al Código de Convivenci­a.

Sin embargo, ningún protocolo modificará nada mientras la autoridad municipal y la Policía no prioricen el problema y lo aborden con la seriedad que exige.

En ese último punto vale la pena detenerse: no son los fiscales quienes están en la calle, y toda normativa podría convertirs­e en letra muerta en un país acostumbra­do a promover normas para incumplirl­as.

Más aun, es imposible que nada en este asunto llegue a buen puerto si no se hace un diagnóstic­o serio que implique el reconocimi­ento del tema de fondo: por cada “naranjita” que se adueña de una cuadra de la ciudad, hay una organizaci­ón que se lleva la mejor parte del negocio; negocio en el que, por ejemplo, campean por sus fueros barrabrava­s del fútbol. Algo que no ignoran dirigentes deportivos ni políticos.

Lo que debería terminarse es, además, esa tolerancia que desde la política y la función pública se ejercita con organizaci­ones amigas a las que se entrega una suerte de patente de corso. Si ahora se quiere acotar el problema, se debe sincerar el encuadre o todo protocolo será inútil.

Se trata, al fin y al cabo, de recuperar el espacio público. Y ello sólo es posible si se está presente en él.

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