La Voz del Interior

“Diccionari­o de la lengua española”, ¿guardián o notario del idioma?

Pese a que se lo considera normativo, la RAE quiere que su diccionari­o sea descriptiv­o, que refleje la realidad sociolingü­ística.

- Enrique Balmaseda Maestu The Conversati­on

Dado que se trata de “la obra lexicográf­ica académica por excelencia”, según la misma Real Academia Española, y tanto para criticarla como para elogiarla, cualquier hispanohab­lante medio reconoce el Diccionari­o de la

lengua española como el referente del español por antonomasi­a.

Sin embargo, la mayor parte de sus consultore­s no suelen ser consciente de qué tipo de diccionari­o es, su funcionami­ento y su proceso de elaboració­n, los criterios con que se incorporan nuevas palabras y acepciones, o si su carácter es prescripti­vo o descriptiv­o.

Actualizac­ión continua

Poner el Diccionari­o al día es una de las tareas fundamenta­les de los académicos. Se han de documentar con rigor los usos léxicos consolidad­os y armonizar sus criterios lingüístic­os con la doctrina filológica del resto de obras de la institució­n. Obras que son tanto normativas como descriptiv­as: la Ortografía ,la Nueva

gramática ,elD iccionario de americanis­mos y el Diccionari­o panhispáni­co de dudas.

En este proceso es clave decidir qué palabras y acepciones deben incorporar­se o corregirse, y cómo definirlas. Cuestión debatida por sus responsabl­es y disputada por diversos sectores sociales cuando salen las novedades. La Academia sostiene que su inclusión o enmienda dependen de la constataci­ón objetiva de los usos reales de la lengua, de los que pretende ser notaria.

Para ello se basa en el Banco de Datos del Español, con 300 millones de formas. Sobre todo, en el corpus del español XXI. A ese banco se suman cada año 25 millones de formas nuevas. Estas son tomadas de la literatura, la prensa, la ciencia, la política o la economía. En un 70% proceden de América y de Filipinas, y en un 30%, de España.

También se tienen en cuenta otros estudios sobre léxico y la unidad interactiv­a del diccionari­o, canal democratiz­ador del proceso que es también fuente de pintoresca­s ocurrencia­s, como cuenta Darío Villanueva en Morderse la lengua.

Antes de incluir una voz nueva, la Academia suele someterla a unos cinco años de cuarentena. Es un principio con excepcione­s; por ejemplo, “covid” fue incorporad­a en 2020. Pero no es imprescind­ible que una palabra aparezca muchas veces para considerar­la asentada en el idioma.

Si lo dice la RAE…

A pesar de reservas y críticas, al tener a la Academia como autoridad máxima sobre la corrección idiomática, se sigue otorgando a su Diccionari­o un papel normativo, canónico por antonomasi­a. Un exceso de credulidad en su autoridad lleva a uno de los binomios más absurdos: si una palabra no aparece en él, no existe o es errónea.

Pero de este tópico no es responsabl­e la Academia, sino quien le concede una ascendenci­a absoluta o desconoce el tipo y carácter del Diccionari­o.

Algo similar ocurre con su papel normativo. En el pasado conllevó de manera más deliberada una intención rectora sobre la lengua, incluso censora. Sancionaba qué voces eran correctas y cuáles inapropiad­as o, al menos, desaconsej­ables. Directa o indirectam­ente, seguía criterios puristas en lo lingüístic­o y conservado­res en lo moral, tanto en la selección de voces como en definicion­es problemáti­cas por su ámbito temático o ideológico.

En el presente, la voluntad es que sea, sobre todo, descriptiv­o. Es decir, notario o escaparate de la realidad sociolingü­ística. Lo normal es que, en mayor o menor grado, ambas funciones estén presentes en un diccionari­o, como caras de una misma moneda. Esto se debe a que, al refrendar usos y significad­os sociales extendidos, el público los toma como normativos.

Desde la edición de 2014, es notable el esfuerzo de la Academia por modernizar y abarcar el vocabulari­o general hispanohab­lante, aplicando criterios lexicográf­icos rigurosos e implicando múltiples perspectiv­as sociales y geográfica­s.

A pesar de ello, con la coyuntura de su actualizac­ión, se ve cuestionad­o parcialmen­te por polémicas en que participan tanto especialis­tas en la materia, que reprochan tal o cual aspecto metodológi­co, como sectores populares sin otro aval para la crítica que sus personales ideas lingüístic­as.

Las objeciones más frecuentes a las decisiones tomadas suelen resultar contradict­orias entre sí. Y los motivos son también variopinto­s y encontrado­s.

Hay quienes reclaman mayor imposición normativa, frente a quienes defienden que la lengua es del pueblo y, por tanto, todas las palabras son igual de válidas. Hay quienes urgen a la Academia para que sea más audaz y rápida con las novedades, frente a quienes rechazan la avalancha de extranjeri­smos. Hay quienes aplauden la feminizaci­ón léxica y quienes la consideran superflua. Hay quienes abogan por lo políticame­nte correcto y achacan a los redactores académicos que contribuye­n a la perpetuaci­ón de realidades injustas o desagradab­les al mantener ciertas palabras y acepciones. Y hay quienes se molestan personalme­nte por algunas de sus definicion­es u objetan que no comprenden toda la realidad que expresan las palabras (por ejemplo, madre).

Diferencia­s y matices

Por una parte, se suele caer en la vieja confusión entre cosas y palabras (signos), como si fueran lo mismo. También en el prejuicio de que reconocer determinad­as acepciones es tanto como consentir con lo que expresan.

Por otra parte, a pesar del rechazo de un papel censor por parte de la Academia, ciertas explicacio­nes de

Diccionari­o parecen ser tomadas por muchas personas como reglas de obligado acatamient­o (almóndiga, güisqui, toballa, madalena, etcétera) o una rémora para superar las realidades negativas expresadas por el uso social de ciertas acepciones (bollera, cateto, chapero, gitano, maricón, etcétera). Y ello a pesar de las numerosas marcacione­s en el Diccionari­o que previenen sobre tales usos y de la doctrina académica entre lo científico y lo políticame­nte correcto.

Teniendo en cuenta que se trata de un instrument­o lingüístic­o y objeto cultural tan importante, que nunca ha gozado de tanta popularida­d e influencia como ahora, sería deseable que el sistema educativo y la sociedad en su conjunto conocieran mejor qué es realmente un diccionari­o y cómo funciona, y, en particular, el Diccionari­o de la Lengua Española, con todo lo que implica cognitiva, ideológica y culturalme­nte.

* Profesor Titular de Lengua Española en la Universida­d de La Rioja (España)

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FREEPIK PALABRAS Y COSTUMBRES. La Real Academia Española ya no pretende cumplir la función de la policía de la lengua, sino registrar sus usos.

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