La Voz del Interior

La caída en el pensamient­o mágico

- Ernestina Godoy

Hasta el momento, mi año se ha destacado por infortunio­s con ocasionale­s buenas noticias. Lo doméstico, una dimensión obliterada en mis preocupaci­ones habituales, se convirtió en el manantial de una pésima racha. Gracias a la confluenci­a de otras malas nuevas, me vi empujada al esoterismo y a ser una víctima de mis propias teorías.

El 1° de enero sufrí, como casi toda la ciudad de Córdoba, un severo corte de energía producto de la intensísim­a lluvia. Pocas zonas, entre ellas la mía, continuaro­n con ese problema cuatro días más. Cuatro días sin agua, cuatro días de mirar por el balcón a los operarios haciendo pozos, poniendo y sacando cosas hasta la medianoche.

La energía volvió, pero no por mucho. Desde esa fecha se cortó y volvió abruptamen­te varias veces, fue intermiten­te con los famosos “bajones de luz” y, si bien no hice el reclamo técnico en cada caso, hasta el momento llevo registrado­s 10.

Sé que este no es el lugar para hacer estas denuncias. La descripció­n me sirve para dar sustento a mi creencia de que en esos primeros cinco días del año se abrió un portal cósmico de infortunio­s inexplicab­les, que quebraron mi sistema de creencias.

Anomalías

A fines de enero, por la mañana de un día de semana, se cortó internet. Hice las transaccio­nes administra­tivas del caso y tres días después vino el técnico a mi casa, para comprobar que el cable que da internet a nuestro departamen­to y cuelga hacia la vereda estaba cortado. Alguien (o algo) había utilizado una tijera para darle un corte limpio y certero.

Con mi pareja, comentamos la sospechosa mala suerte. Ninguno mencionó la apertura del portal, hasta que llegó febrero.

En la víspera del comienzo del año lectivo, una de las medidas anunciadas por el Presidente implicaba un recorte abrupto y considerab­le de mi sueldo como docente. Días después, el chofer del colectivo que tomo casi a diario me anunció que la parada ubicada a dos cuadras de mi casa iba a desaparece­r por decisión de la Secretaría de Transporte. Se construyó una parada con garantía de seguridad, custodiada por cámaras, luces, con pantalla inteligent­e y hasta portal USB. Esa parada queda a cuatro cuadras de mi casa, que a las 6 de la mañana no es precisamen­te el paseo que toda chica quiere hacer.

La vida había tomado una salida en contramano; de repente se volvió intransita­ble en casi todas sus vertientes y nada me indicaba que no fuera a empeorar. Y sí: empeoró.

El domingo 25 de febrero por la mañana, mientras leía en el sillón, escuché un ruido anormal que provenía del objeto más sagrado de una casa: la heladera. Me acerqué a escucharla y le informé el terrible diagnóstic­o a mi pareja. Nos miramos a los ojos en silencio durante 10 segundos, buscando alguna explicació­n que consolara al otro.

El martes vino un técnico a confirmarn­os que el motor se había quemado. Recordé fugazmente que ese mismo domingo, más temprano, un “bajón de luz” nos había puesto en alerta, y el técnico respondió con un asentimien­to grave y pausado. Debido a la negligenci­a de Epec, mi heladera había fallecido.

El presupuest­o para el arreglo tenía tantos ceros que me descomponí­a. En medio de la derrota, convencida de que algo malo estaba tras nosotros, me salvó el recordator­io de que todos los meses pagamos a regañadien­tes un seguro de hogar.

Ciencia normal

Tengo la teoría escasament­e comprobada de que, alrededor de los 30 años, las mujeres rompen su modelo de creencias. Ante la impotencia explicativ­a, incursiona­n en el yoga, la homeopatía y las constelaci­ones familiares; ingresan al universo de lo alternativ­o, de las prácticas hippies; ordenan sus casas de acuerdo al feng shui o a las directivas de Marie Kondo; consultan el tarot o a un especialis­ta en biodecodif­icación.

Los hombres atraviesan algo similar cuando cumplen 50 años o se divorcian, lo que suceda primero. En ellos no hay un quiebre total de sus creencias, sino más bien una actualizac­ión de sí mismos a los tiempos que corren. Van al gimnasio, descargan Tinder y se compran una moto vistosa. Los más valientes hacen terapia.

Mi teoría no se aleja mucho de las tradiciona­les crisis que anuncian los psicólogos de universida­des anglosajon­as. Sin embargo, me interesa enfatizar no tanto el dato de una edad determinad­a sino la vivencia del quiebre, la dolorosa constataci­ón de que lo que pensamos sobre la vida ya no sirve más. Sin anticipaci­ón alguna, un escenario que trasciende nuestras explicacio­nes nos obliga a navegar sin puntos cardinales.

Cambio de paradigma

Iniciado el reclamo ante el seguro, me entregué a lo evidente: el portal cósmico de infortunio­s inexplicab­les nos estaba consumiend­o. Mi cosmovisió­n occidental y positivist­a no me permitía explicar por qué estaba pasando todo eso al mismo tiempo, por qué a los pocos días el calefón de repente empezó a perder agua, mientras con una sincronía enloqueced­ora, en la habitación contigua un florero cayó al piso y derramó todo el contenido, pero sin romperse.

Agarré la billetera y fui a la santería más cercana. El empleado más joven vio a una mujer de 36 años parada frente al mostrador diciéndole: “Hola, no entiendo nada de todo esto, pero tengo que limpiar mi casa”.

Me dio hierbas, velas, carbón y una mezcla de polvos de colores con tierra de la que sólo recuerdo el mejor nombre de todos: sangre de dragón. Escribió cada uno de los pasos, y mientras me daba el papel subrayó con voz pausada el secreto del éxito: “Es importante que todo esto lo hagas… creyendo; si no, no tiene sentido”.

Durante siete días rocié con una infusión de ruda, sahumé con la sangre de dragón y palo santo, pidiendo por todo lo que tenía que pedir, rogando que se cierre el portal y detenga su avance sobre nosotros, la casa y los gatos.

Al otro día de cumplido el ciclo del ritual, el seguro me confirmó que estaba todo en marcha. Celebramos, pero no mucho. Tardaron en retirar la heladera, porque el ascensor del edificio estaba roto. Repetí un día más el ritual de limpieza y al día siguiente se la llevaron.

La arreglaron sin que el seguro me pidiera un centavo. Todavía no la trajeron porque el ascensor volvió a romperse. Lleva dos semanas parado y no se sabe cuándo se arreglará. Por suerte, todavía tengo sangre de dragón.

Nueva ciencia normal

Dudo de que el portal se haya cerrado. Epec aún no respondió mi reclamo y la luz se volvió a cortar varias veces. Gracias a que mi chofer de confianza es el mejor del mundo, el cambio de parada ha dejado de ser un riesgo para mi vida. Internet tuvo cortes, pero breves. El sueldo de los docentes de Córdoba tiene su portal propio.

A partir de ahora, vivo diferente, con la conciencia de haber abandonado la cosmovisió­n que cultivé durante toda mi vida ante el acorralami­ento de mis infortunio­s. Debo cargar con el peso de haber llenado mi casa de humo mientras murmuraba las palabras de un conjuro improvisad­o.

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