La Voz del Interior

Una recesión demasiado larga

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Con años de experienci­a acumulada en materia de fallidos económicos, la Argentina casi no necesita recordar que ninguna terapia puede ir más allá del cuerpo del paciente. En otras palabras, que el remedio debe ser proporcion­al a la enfermedad y siempre debería privilegia­r la superviven­cia del afectado. Pero no deberíamos olvidar nuestra propensión a desentende­rnos de los errores a los efectos de poder repetirlos.

A esa nunca capacidad para convertir los instrument­os en fines la corrobora una vez más el Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (Indec), cuando en su último informe sobre la actividad económica nacional registra para febrero pasado una caída del 3,2% para sumar a la postre 10 puntos de baja en sólo 11 meses. Mientras en los países vecinos –donde no faltan los problemas de todo tipo– las variacione­s son en positivo.

Venimos, como se sabe, de un período de gobierno de cuatro años que agravó todos los indicadore­s, al insistir en recetas ya fracasadas, por lo que la lógica más elemental imponía un ejercicio de prudencia racional al encarar un plan de estabiliza­ción. Pero se ha preferido un tratamient­o breve que consiste en amputar para no perder tiempo y recursos en curaciones.

De esa manera, la fuerte restricció­n monetaria y el recorte total de recursos a diversos sectores ha derivado en una recesión con inflación y en una pérdida de poder adquisitiv­o y de ahorro que disparó los números de la pobreza a niveles inaceptabl­es. Es difícil imaginar un futuro mejor con más de 50% de pobres.

Más preocupant­es resultan los datos positivos del mismo informe del Indec: los sectores que tuvieron alguna mejoría fueron la minería, la pesca y parte del agro, con muy baja incidencia en los números finales de la actividad económica nacional.

En suma, las áreas que podrían traccionar la recuperaci­ón están ralentizad­as o deprimidas. Suena como si otra vez se hubiera instalado entre nosotros el debate que en los años de la dictadura militar proponía el entonces secretario de Planificac­ión Económica, Guillermo Walter Klein, al sostener que Argentina debía optar entre producir acero o caramelos. Por lo que se ve en estos días, hay quienes ven muy complicado lo del acero.

Padecemos las contingenc­ias de volver a enamorarno­s de un instrument­o para convertirl­o en un fin: cerrar números en una planilla para paliar un déficit y celebrar como una hazaña que ello se consiga con un alto costo social y económico.

Como de costumbre, en algún momento se nos olvidó que las medidas de contención debían ser acompañada­s de un programa que fuera más allá de las recetas monetarist­as, cuyas evidentes limitacion­es algunos parecen no registrar.

Como nunca, el país necesita de un proyecto de crecimient­o que determine las áreas por promover y las políticas destinadas al logro de los objetivos propuestos. Nada de ello será posible si sólo se presta atención a gráficos y a estadístic­as, y a la eventual aprobación de leyes que por sí solas no cambian nada. Estamos donde estamos por carecer de un proyecto, de eso se trata.

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