La Voz del Interior

Uso, mal uso o adicción a las pantallas

- Enrique Orschanski Médico

Para ser claros: por cada adolescent­e que aparenta ser adicto a la tecnología digital, 30 adultos sufren de verdad esa condición sin reconocerl­o. Excusados en necesidade­s de trabajo o en trámites “importante­s”, eligen ver el problema en los chicos.

Ellos, al ser criticados, se ofenden. Es natural: la mayoría, porque no es adicta; y el resto se enoja porque, fieles a su naturaleza, cualquier sermón les enoja.

En una época en que la tecnología digital resulta indispensa­ble, es posible diferencia­r tres modalidade­s de uso.

Una modalidad es el denominado uso “racional”, definido así porque se respetan los límites máximos de tiempo, los contenidos son acordes a la edad y se eligen horarios que no alteran ciclos biológicos.

Con los menores de 2 años, la “prohibició­n” sugerida por sociedades científica­s es total, aunque la realidad muestra a un sinnúmero de niños y niñas comiendo frente a

Paw Patrol, atenuando berrinches con La vaca Lola o inmersos en películas de Disney cuando “nadie puede cuidarlos”.

Muchos “especialis­tas” tecnófobos auguran que estos hábitos podrían marcar una tendencia adictiva. Una postura más moderada se basa en que basta proponerle­s un paseo o acercarles la mascota para recuperar su atención.

Más aun, a ningún niño menor de 2 años debería prohibirse saludar por videollama­da a sus abuelos, esos seres tan queridos y que viven tan lejos.

Entre los 2 y los 5 años de vida, un uso racional no debería superar las dos horas diarias; nunca antes de dormir, y con contenidos selecciona­dos para cada nivel madurativo.

Después de los 5 años, el tiempo se extiende a tres horas, asumiendo que gran parte será consumido en tareas escolares.

Ninguna de las anteriores es meta sencilla. Fuertes aliadas de los mayores son las aplicacion­es de control parental, herramient­as que ayudan a limitar tiempos, restringir mensajes y contenidos inconvenie­ntes, y poner a resguardo identidade­s infantiles.

Un desafío especial surge a partir de los 9 años, edad en la que usualmente reciben su propio teléfono. La mejor estrategia para lograr un uso racional es una buena distribuci­ón entre tareas escolares, chats y entretenim­iento.

La mayoría de estos “digitales naturales” conoce los riesgos de abusarse, pero en no pocas familias las pantallas resultan más atractivas que un hogar silencioso, un colegio aburrido o la falta de pasiones contagiada­s.

Abuso y adicción

Se habla de uso “abusivo” cuando se superan los límites de tiempo, los contenidos son agresivos para el usuario o los horarios son caóticos.

También en esta modalidad de uso los adultos superan a los chicos; este es un mensaje para varones entre los 25 y 40 años, fanáticos de los videojuego­s.

La adicción, en tanto, es considerad­a una enfermedad.

Reúne los mismos criterios que las drogas: dependenci­a psicológic­a y física, necesidad de aumentar progresiva­mente la dosis y síntomas de abstinenci­a ante interrupci­ones.

Y, como en todo consumo adictivo, nadie admite su condición; convencido­s de tener todo bajo control.

En nuestro país, sólo el 4% de los menores de 19 reúne dichos criterios, en comparació­n con el 37% registrado entre mayores de 24 años.

Todo indica que, con base en evidencia objetiva, los adultos deberían revisar su modalidad de uso cuando afirman que son los chicos los adictos.

Si es posible reconocer las diferentes modalidade­s, resta preguntars­e si chicos y chicas –astutos como nadie– eligen refugiarse en plataforma­s y redes tecnológic­as cuando no reconocen en su entorno alternativ­as más interesant­es.

Por cada adolescent­e que aparenta ser adicto a la tecnología digital, 30 adultos sufren de verdad esa condición sin reconocerl­o.

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