Es la serie del año
Shōgun es (me atrevo a decirlo en abril), la serie del año. Tiene todo: un componente exótico y fascinante, un camino del héroe, una fotografía hipnótica, una historia rica en sentidos y matices a descubrir, varios plot twist que dejan al espectador al borde de la silla , novedad y lugares comunes en perfecto equilibrio, un final que sí, es algo vacío para quien esperaba uno lleno de acción, pero con el que quiere diferenciarse de otras y que toma riesgos.
La serie de Star+, creada por Rachel Kondo y Justin Marks logra, en apenas 10 episodios, no solo contar lo que hay que contar, sino ser lo suficientemente clara sobre el mundo que muestra, una tarea considerable en la que producciones similares han fallado: tiene que introducir a un espectador al mundo del Japón feudal del 1600, un mundo con el que, posiblemente, muchos no estén familiarizados .
Logra, además, otros resultados: por un lado, aunque sea explicativa por sí misma, da ganas de ir a leer el libro que le da origen. Por otro, ayuda a crear un diálogo entre clásicos como El último
samurái o Memorias de una geisha
(que suceden siglos después). No solo porque las tres producciones ahondan en la cultura e historia japonesa, sino también porque Shōgun muestra las primeras épocas de la explotación europea sobre las civilizaciones orientales.
De hecho, esto abre la puerta para una recomendación personal: ver, a continuación, Samurái de ojos azules, impecable serie animada de Netflix que, sin estar relacionada, transcurre algunas décadas después de los acontecimientos de Shōgun, cuando “el hombre blanco” ya ha sido expulsado de Japón.
En conclusión, Shōgun podría haber sido, fácilmente, un estrepitoso fracaso, pero es un contundente éxito. Con la pericia que Mariko-sama (la amamos, a pesar de sus romanceo con la muerte) maneja la naginata (lanza japonesa) o con la que Toranaga teje y desteje los hilos del destino de su país (¿el mejor estratega del mundo ficcional hasta ahora?), la serie lleva a su público por donde quiere, público que, al principio, ni sospecha que John Blackthorne es sólo una excusa para empezar a contar una historia de la que, al final, él también es espectador.