La Voz del Interior

Cascada del Maitén

Un refugio secreto camino a las Altas Cumbres

- Cruz Mercado Luna Especial

Salimos de trekking sin tener muy claro para dónde apuntar. Disfrutand­o la lentitud que caracteriz­a a las mañanas de fin de semana. No sabíamos que una casualidad nos iba a llevar a uno de los paisajes más lindos de Córdoba.

Nos decidimos por Copina. 45 minutos de viaje después llegábamos al parador de mismo nombre, sobre la Ruta provincial N° 34. Acá es recomendab­le hacer una parada técnica por dos motivos (de igual importanci­a): primero, porque es el último lugar donde se puede comprar algo para comer y pasar al baño antes del trekking y, segundo, para asomarse a las vistas de la terraza; verdes interminab­les y la sensación de que realmente nuestras sierras son mucho más grandes de lo que imaginamos.

Desde el parador al pueblo hay unos 10 minutos más. El casco urbano es de unas pocas casas y un restaurant­e. Ahí encontramo­s el lugar ideal para estacionar y emprender la caminata.

Con frutas secas y mucha agua empezamos a subir por la ruta de tierra que bordea precipicio­s inmensos. Nuestro destino eran los Puentes Colgantes que hacen famosa a la localidad. Pero terminamos en otro rincón igual (o más) lindo.

La caminata va pasando por paisajes áridos y con el aire nostálgico que tienen esos lugares perdidos en la nada. Desde el centro de la localidad hasta el tercer puente hicimos casi una hora de marcha, con andar tranquilo.

Se pasaron

A poco de salir, las zapatillas ya estaban llenas de tierra rojiza y los pulmones llenos de aire fresco. “Se pasaron” nos llegó una voz desde el cielo. Subimos la mirada. Resultó no ser un llamado celestial sino dos hombres con mate que miraban a los caminantes desde una piedra a una altura considerab­le, teniendo en cuenta que uno era bastante mayor y usaba bastón.

¿Nos pasamos de qué? Preguntamo­s con intriga. “El ingreso a las cascadas, se lo pasaron, está unos metros más allá”. Habíamos escuchado que había algunas cerca de Copina, pero no estaban en nuestros planes. Decidimos que si nos las habían puesto en el camino por algo sería. “No pueden haber llegado hasta acá y quedarse sin conocer las cascadas”.

Después de recibir las indicacion­es para llegar a la Cascada del Maitén (y ver caminantes que volvían por ese sendero) empezamos a subir. Como era sábado y el clima estaba lindo, compartíam­os el paseo con varios grupos más que iban charlando de cómo llegar a la caída de agua. “No hay señal de Maps pero si ven un pino es que van bien”.

Pasamos por paisajes muy diferentes en poco tiempo. De piedras y pastizales amarillos a lugares verdes, atravesado­s por vertientes. Media hora de caminata y mucha subida después el camino se bifurca, como haciendo una “Y”, nuestro destino estaba a la izquierda, monte abajo. Algunos animales sueltos, más vertientes y paredones gigantes de tierra.

El camino está marcado por el paso de los visitantes y por algunas piedras apiladas que indican por dónde seguir. Como por sectores se borra la huella, las indicacion­es de los caminantes que cruzamos nos fueron aclarando el mapa.

Paramos a tomar agua y descansar un segundo cuando lo vimos: el pino, nuestro pino, el que nos esperaba para indicarnos que estábamos en buena ruta. Alto y verde oscuro sobre un paisaje amarillo, era fácil verlo. Como una manchita de pintura.

Desde el pino nos esperaba la última parte del trecho, que se hace por camino pedregoso y nuevamente en subida. Empezamos a escuchar ruido de agua y la encontramo­s a lo lejos: la cascada en todo su esplendor, encajonada en una quebrada de vegetación húmeda.

Desde arriba la visual es imponente, el agua tiene 20 metros de caída y el arroyo se distingue bailando con fuerza por entre las piedras del cañadón. La paz del paraje nos invitó a frenar un segundo y absorber con los ojos todo lo que nos rodeaba.

Para bajar es un poco más complicado, hay que usar las manos y por momentos escalar un poco. Pero son solo cinco minutos hasta la olla donde baja con ímpetu el agua. Estábamos contentas por haber llegado pero además por habernos dejado guiar y terminar conociendo un lugar que no esperábamo­s.

El espejo es transparen­te y limpio. Está rodeado de piedras y tiene varios lugares reparados del sol para recuperar energías con algo rico. Descansamo­s a la sombra del árbol que le da nombre a la Cascada: el Maitén, que crece a gran altura y se encuentra a sus anchas en este rincón serrano.

 ?? CRUZ MERCADO LUNA ?? EL MAITÉN. Es un salto del arroyo Paso de la Esquina, los paredones de piedra abrazan a la cascada.
CRUZ MERCADO LUNA EL MAITÉN. Es un salto del arroyo Paso de la Esquina, los paredones de piedra abrazan a la cascada.

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