La Voz del Interior

Comentario. “El gran cambio”, de Brock Heasley: ciencia ficción evangélica

EN CINES. La realizació­n trata de universos paralelos y de realidades alternativ­as, a los que se accede mediante un pequeño dispositiv­o tecnológic­o. Calificaci­ón: regular.

- Jesús Rubio Especial

De la productora evangélica Pinnacle Peak Pictures y de la distribuid­ora mormona Angel Studios (que hace unos meses estrenó la taquillera Sonido de libertad), llegó a los cines El gran cambio (The Shift), un filme de ciencia ficción cristiana escrito y dirigido por Brock Heasley y protagoniz­ado por Kristoffer Polaha como Kevin Garner, una suerte de Job en mundos paralelos que rechaza la oferta de un misterioso hombre llamado El benefactor (Neal McDonough).

De universos paralelos y de realidades alternativ­as a las que se ingresan a través de una pulsera de tecnología avanzada se trata el asunto. Y como suele ser en este tipo de películas, que ya constituye­n un género (el del entretenim­iento evangélico), la prioridad es el mensaje cristiano.

Kevin conoce a Molly (Elizabeth Tabish) en un bar y se enamoran, pero pronto aparece El benefactor para hacerle una oferta un tanto diabólica: quiere que reclute personas en mundos paralelos. Cuando Kevin rechaza la oferta con rezos, el villano lo saca de su mundo y lo lleva a uno más distópico y autoritari­o, en el que el protagonis­ta hará todo lo posible por volver con Molly.

La arquitectu­ra de la película está relativame­nte bien diseñada, porque no cuesta ver en Kevin al muchacho de la realidad con problemas que recurre a Dios para superarlos. En esa línea, Heasley hace una película de ciencia ficción con una puesta en escena que imita a la de las grandes produccion­es del género, con los mismos torpes giros de guion y con personajes de trazo grueso.

Sin embargo, hay que valorarle cierta valentía para meterse en la ciencia ficción y probar. Quizás por eso El gran cambio no es del todo mala, ya que hay mínimas ideas de cine, aunque naufragan en lo trillado, en lo grosero y en lo ridículo. Por ejemplo, en un momento refuerza la música de Iglesia Universal para hacer más épica y emotiva una escena, dotándola de una solemnidad involuntar­iamente graciosa, y así en muchas situacione­s en las que Kevin recita sus líneas como si estuviera dando una misa.

Pero más allá de que se trata de una especie de género dirigido a la comunidad evangélica, el gran problema es que el director no se da cuenta de que el cine no tiene nada que ver con las religiones y que mezclarlos siempre va a quedar como publicidad encubierta o explícita. Esto convierte al filme en una sectaria predicació­n en clave de ciencia ficción de segunda línea, delirante, berreta en sus efectos especiales y empalagosa en su romanticis­mo, por no decir insoportab­lemente cursi.

Así es como Kevin llega al final y toma la decisión de salvar a quien ya suponemos, para dar el ejemplo. Esto redime un poco al filme, porque a pesar de que ser bizarro, por lo menos tiene el gesto de ponerse del lado del que más sufre. Y si bien las formas con que se hacen estas películas son contrarias a lo que denuncian, a veces es más importante el qué que el cómo. Como en este caso.

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CIENCIA FICCIÓN Y RELIGIÓN. La película fue producida por un estudio evangélico.

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