“Las cosas indefinidas”: un filme de ausencias
Un drama sobre aquellos que no están y que, paradójicamente, ocupan un lugar predominante en la vida de las personas.
Misterio de las costumbres. Las tumbas se revisten de flores, como si la presencia endeble de esas criaturas pigmentadas y enaltecidas por la luz pudiera suspender la coloración mustia de lo inerte que se impondrá sin más. En Las cosas
indefinidas hay algo bien definido: María Aparicio sabe filmar flores.
En esta película delicada se inmiscuye un dato que no es de la ficción. Un cineasta ha muerto demasiado joven. Apenas había pasado sus 50 años. Su espectro es el contrapunto real de la ficción, porque Las cosas indefinidas lo es de punta a punta, lo que no significa que un mundo imaginado no esté en consonancia con uno vivido.
Pablo Baur es el ausente, y si no se le da el nombre al amigo cineasta del personaje de Eva Bianco se debe a que a nadie pudo contactarlo en el más allá para saber si estaba dispuesto a ser parte del elenco.
Lo que ningún fantasma puede evitar es que los vivos lo invoquen. Algunas imágenes de ese cineasta se ven en la película. Es suficiente. Es un ausente presente, destino final en la memoria de los vivos. La trama de Las cosas indefini
das se circunscribe al trabajo, al descanso y los desplazamientos de los personajes. Eva es montajista y da clases. Rami es su asistente.
A lo largo del relato se lo puede escuchar introduciendo cuestiones teóricas en las clases y asimismo pensar y observar las películas que tienen que hallar la estructura para que resulten películas y no fragmentos sueltos. Teoría y praxis.
Lo indefinido del título, que remite a un pasaje hermoso de un diario publicado por Paul Guth llamado
Sombras de un sueño, sobre el rodaje del segundo largometraje de
Robert Bresson, Las damas del
bosque de Bolonia, señala la naturaleza aleatoria de los actos, como también la misteriosa relación entre cosas que pueden reunirse como separarse.
Es en el montaje donde lo indefinido debe ser conquistado para que dos bloques de tiempo en espacios distintos —los planos— se asocien en una cadena de sentido. Lo que dicen para las películas que están trabajando, además, es pertinente para la propia película en sí. Las
cosas indefinidas suele pasearse desnuda frente a la mirada. Es un desnudo artístico.
Toda película tiene un estado de ánimo. El de Las cosas indefinidas está teñido por un segundo acto de montaje que ya no es del cine, sino del alma. Los muertos no tienen imágenes, por eso es tan laborioso atravesar un duelo.
Lo ausente tiene que introducirse en el recuerdo, devenir en metabolismo de la memoria. En ese sentido, el duelo es una operación de montaje por la cual se acepta paulatinamente un punto ciego en el encadenamiento de los recuerdos.
Que una de las películas que están resolviendo Eva y Rami sea una película sobre ciegos añade una incógnita mayor al benevolente arte de espectros que es el cine. Filmar a los que no pueden ver no deja de ser una proeza y exige que el ojo acepte el poder de los oídos.
Todo esto pasa en esta película hermosa, que cuenta con dos canciones de Miguel Saravia, varios planos distinguidos de Córdoba y algunas conversaciones en las que se dice poco, pero al mismo tiempo todo lo que se necesita para hacer el debido recogimiento y seguir.