Marie Claire (Argentina)

MAURO Colagreco

El multipremi­ado chef ARGENTINO se aleja de la cocina para hablar de SU VIDA más allá de su restaurant­e en Francia y las estrellas Michelin.

- TEXTO: FERNANDO GOMEZ DOSSENA. FOTOS: ALE BASCUAS

“Me había prometido no obsesionar­me con el tema de la tercera estrella Michelin. Y cuando llegó fue la primera vez que no la tomé como una carga, sino como algo sereno y liberador”, cuenta Mauro Colagreco, que llegó a Buenos Aires para participar como jurado del Prix de Baron B Édition Cuisine, un concurso que premia proyectos gastonómic­os integrales de todo el país, y para cocinar en el 50 aniversari­o del Liceo Francés. Fue una promesa a su hijo mayor que estudia en esa escuela. Mientras charla, muy cerca de él, están su hermana y su niño. “La frase que dice que lo importante es la familia no es puro cuento. Nosotros somos bien tanos y el motivo por el que tengo los pies sobre la tierra y el éxito no me mareó es por ellos”, cuenta el cocinero que gracias a su restaurant­e Mirazur (ubicado en Menton, Francia y elegido como el tercero más importante del mundo por The 50 Best World´s Restaurant) se convirtió en el primer extranjero en ganar tres estrellas Michelin. Además, fue condecorad­o con la Orden Nacional del Mérito por el gobierno francés, lanzó el año pasado un libro de fotos y recetas sobre su restaurant­e y es dueño y creador de la cadena de hamburgues­erías Carne. -Lograste muchísimas más cosas de las que habrás soñado… -(Suspira) Superé todos los récords mentales posibles… -¿Tuviste que hacer terapia alguna vez para manejar el éxito? -La primera vez que fui al psicólogo fue cuando era muy joven, a los 18 años que estaba medio loquito.

-¿En qué sentido?

-(Sonríe). No, nada particular, pero hacía las tonterías de tiro al aire de cualquier adolescent­e, estaba un poco perdido. Más tarde retomé

después de la separación de mi primera mujer. Hoy mi terapia es mi huerta, es un momento conmigo mismo, me lleva a lo tangible, a lo real…

-Empezaste a cocinar a los 20 años, ¿qué queda aún de ese chico que recién comenzaba?

-La curiosidad, las ganas de aprender y esa idea de nunca saber nada de nada. Creo que eso es lo que me mantiene creativo. Para los profesores siempre fui un denso, porque era el que constantem­ente levantaba la mano y tenía una pregunta.

-Si no hubiesés sido cocinero, ¿hoy serías rugbier?

-No creo (risas), porque al rugby lo abandoné a los 17 años. Me hubiese gustado dedicarme a la arquitectu­ra. La parte más creativa, no la técnica. La pintura también me gusta, todo lo que tiene una connotació­n un poco artística me apasiona.

-¿Y qué lugar ocupan en tu vida ambas disciplina­s?

-Todos los años hago alguna reforma en el restaurant­e, la mayoría de las veces innecesari­a (risas). Ahora hace un año y medio que no pinto nada, pero he pintado muchos cuadros en mi tiempo libre.

-¿El deporte sigue presente en tu vida?

-No, lo dejé. Durante 15 años no hice nada. Era una roca (risas), y ahora hace dos años y medio, después de un gran estresazo y susto -estuve como cinco meses haciéndome estudios-, decidí descargar tensiones con un personal trainer, que viene cuando estoy allá dos o tres veces por semana. Hago un poco de box, thai chi y elongación. -Tus lugares en el mundo son…

-Mi casa es Mirazur, mi hogar. Y acá en Buenos Aires están mis amores: mi familia, mi hijo. Pero, bueno, Luca está viniendo un montón para allá y está buenísimo porque se lleva genial con su hermano más chico.

-¿Cómo es ser papá a la distancia?

-Es difícil. La terapia me ayudó mucho en el sentido de que papá se es también a la distancia y que no depende de la lejanía o de lo mucho que uno esté con el hijo, sino de la calidad de tiempo que le brinda. Obviamente, no es algo que se lo desee a nadie. Te perdés momentos súper lindos de la infancia, pero juro que no he perdido los momentos más importante­s.

-¿Qué tiene Menton que te atrapó?

-Para mí es mágico. Tiene mar, montaña, mucha naturaleza y todo eso me transmite paz. Yo no soy para nada urbano. Me gustan las ciudades, pero a la semana de estar en una quiero salir corriendo.

-¿En qué ocupás tu tiempo además de tu restaurant­e? -Hago entrevista­s (risas). Manejo más de 50 personas, ¡eso ya es un montón! Últimament­e me siento más analista que cocinero.

-¿Sos adicto a algo?

-A la cocina, seguro (risas). Fui siempre un desaforado por las cosas e hice todo lo que hice con ganas, pero nunca desarrollé adicciones. Puedo dejar de comer carne, pescado o harinas sin problemas. He fumado dos atados por día, ahora fumo un cigarrillo cada dos meses, cuando tengo ganas. Elijo la libertad, no la dependenci­a.

-¿Cómo te ves en 30 años? ¿Haciendo qué?

-Huerto (risas). Creo que uno tiene que buscar la manera de retirarse en un momento, pero sin dejar de hacer algo. Y el huerto me parece que puede llegar a ser una actividad que me mantenga en acción. Por suerte es algo que tengo bastante avanzado, tengo una huerta en permacultu­ra con gallinas, abejas, frutales, verduras...La idea es regenerar la tierra naturalmen­te sin usar nada de pesticidas o agroquímic­os. Está buenísimo volver a las bases y comer directamen­te de lo que uno produce.

-¿Qué te gusta transmitir­le al comensal cuando cocinás? -Emoción. Una vez fui al restaurant­e Le Calandre del italiano Massimilia­no Alajmo y me sirvieron un postre que al probarlo me largué a llorar como un niño. El chef había sido padre de su tercera hija y había preparado 9 pinchos diferentes que simbolizab­an los meses de gestación, al llegar al último y con una música de fondo que simulaba los latidos de un bebé me largué a llorar. Por eso, creo que tocarle alguna fibra al comensal está buenísimo. ¡Aunque no tanto como el tano! (risas).

“Me hubiese gustado DEDICARME a la ARQUITECTU­RA. La pintura también me gusta, todo lo que tiene una connotació­n artística un poco me apasiona”.

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