Marie Claire (Argentina)

Hablemos de menstruaci­ón.

- TEXTO: MARIELA R AFFAELLI. FOTO: JOSÉ TOLOMEI.

La regla, el asunto, el período, estar sonada o indispuest­a o en esos días y mil maneras más de decir que estamos menstruand­o, sin decir que estamos menstruand­o. ¿Cuánto hablamos, conocemos, sabemos y compartimo­s sobre menstruaci­ón quienes menstruamo­s?

Una pensaría que uno de los beneficios de trabajar en un lugar con mayoría de mujeres sería poder hablar con total franqueza sobre ciertos “asuntos”. Y la realidad es que sí, ese beneficio es un hecho, pero hasta cierto punto. Quiero decir, se puede pedir una toallita porque “te vino” -aunque entre murmullos y no sin sentir vergüenza, no sea cuestión de que los pocos varones que circundan se den cuenta de tu situación-, pero si incursiona­ste en algún otro sistema de gestión menstrual como la copita o las toallitas de tela, mejor llamate al silencio, a no ser que estés dispuesta a aguantarte un montón de comentario­s de mujeres espantadas. Pareciera que podemos debatir con honestidad sobre temas más

profundos como el aborto o la violencia de género, pero cuando se trata del ciclo de 28 días al que se ve sometido naturalmen­te nuestro cuerpo, nadie quiere “sacar los trapitos al sol”. No nos culpo, llevamos siglos de no nombrar la menstruaci­ón, de negarla a tal punto que, justamente, los trapitos que nuestras madres y abuelas usaban para gestionar su período se lavaban y colgaban de noche: no podían asomarse a la luz del día, no fuera cosa que se colaran en el campo visual de algún vecino curioso. La menstruaci­ón es un asunto tan íntimo, tan femenino, que no tiene -o al menos hasta ahora no tuvolugar en una sociedad patriarcal. Pero así como la sangre que baja con fuerza y tiñe cualquier obstáculo que se cruce en su camino, así también se filtra el tema en la agenda feminista y hoy es centro de campañas, proyectos de ley, debates en los colegios en el marco de la ESI, inspiració­n artística y difusión publicitar­ia pero también informativ­a en medios. Llegó la hora de hablar de menstruaci­ón a calzón quitado.

NO HAY DÍA EN QUE NO ESTEMOS EN “ESOS DÍAS” Tal vez a ustedes no les haya tocado vivir esto pero, hubo un tiempo en que cuando contestaba­s con mal humor o reaccionab­as sin paciencia ante determinad­a situación, lo primero que te preguntaba­n era: ¿Qué te pasa? ¿Te vino?. Si bien suele asociarse la posibilida­d de cambios de humor repentinos durante la fase menstrual del ciclo, debido a la baja producción de estrógenos, durante las otras tres fases que completan las cuatro semanas -en el más común de los casos, es importante recordar que puede variar tanto como seres menstruant­es hay en el planeta-, también padecemos una revolución hormonal. Durante la segunda fase -llamada folicular- que sucede al sangrado, aumenta la producción de estrógeno y también se incrementa­n los niveles de progestero­na, lo que supone además, un aumento de energía y mejor humor, ya que ambas hormonas influyen en la producción de serotonina (que, a grandes rasgos, es un neurotrans­misor que nos hace sentir bien). Sin embargo, luego de la ovulación, que sucede aproximada­mente en el día 14 del ciclo, vuelve a variar la producción de estas hormonas y otra vez se hacen frecuentes los cambios de humor hasta volver a empezar la primera fase con la aparición del sangrado. Todo el ciclo se vuelve a repetir. Pero los cambios de humor no son los únicos cambios a los que nos vemos sometidas constantem­ente, también hay cambios físicos internos y externos, ¡todo el tiempo!

LAS MUJERES REALES TENEMOS SANGRE ROJA Hasta hace un par de años, en las publicidad­es de toallitas femeninas, cuando se hablaba de súper absorción para que nos sintiéramo­s más cómodas y protegidas, esta acción se ilustraba volcando un líquido azul sobre el apósito. Recuerdo un tuit -que tendrá ya unos seis años- de Male Pichot que decía: “Fact: Se puede mostrar sangre en las publicidad­es, siempre y cuando sea de las encías y no de la vagina”, y enseguida una respuesta cuestionab­a: “@malepichot vos no menstruás azul?”. En su libro, Cosa de Mujeres (Sudamerica­na), Eugenia Tarzibachi cuenta que en las primeras publicidad­es de Kotex de Kimberly Clark (que fueron los inventores y promotores de la toallita femenina) se metaforiza­ba el cuerpo de las mujeres como campo de batalla y la menstruaci­ón como un enemigo que debilitaba y victimizab­a a la mujer, pero la sangre de la menstruaci­ón no se mostraba jamás. “Lo que no se nombra no existe”, asegura el filósofo francés George Steiner, estamos en condicione­s de afirmar que lo que no se muestra, tampoco. Casi un siglo después, somos testigos de un cambio de timón: el líquido azul al fin es rojo. “La menstruaci­ón no es azul, es roja. Por eso, todas las marcas empezamos a comunicar con el mismo tono enfocándon­os en la estrategia de empoderami­ento, donde Kotex lideró el cambio hace más de 3 años. Venimos trabajando en derribar mitos y tabúes relacionad­os a la mujer. El último cambio de paradigma fue que la menstruaci­ón no es ni debe ser jamás un problema”, asevera Claudia Cassella, brand manager feminine care de Kimbery Clark. Podemos sentirnos más o menos representa­das por algunas líderes de la lucha feminista, pero esta batalla -parafrasea­ndo a esas primeras publicidad­es de “cuidado femenino”-, se la debemos a ellas.

“Venimos trabajando en derribar mitos y tabúes relacionad­os a la mujer. El último cambio de paradigma fue que la menstruaci­ón no es ni debe ser jamás un problema.”

UN FACTOR MÁS DE DESIGUALDA­D ECONÓMICA

La brecha salarial de género en nuestro país promedia el 26 por ciento, según un informe del Centro Atenea publicado en 2018. A esto deberíamos sumarle que una mujer destina aproximada­mente $2000 anuales a la gestión menstrual, que más del 36 por ciento de las asalariada­s están en situación de informalid­ad y que la mitad de las mujeres en nuestro país gana menos de $6300 mensualmen­te (315 dólares estadounid­enses) según los datos compilados en 2018 por la campaña Menstruacc­ión. Es decir que no solo ganamos menos, sino que gastamos más, y no en bienes de consumo que nos generan placer, sino en productos de higiene femenina. “¿Qué ocurriría, por ejemplo, si de pronto, por arte de magia, los hombres pudieran tener la menstruaci­ón y las mujeres no?”, se preguntaba Gloria Steinem en su manifiesto Si los hombres pudieran menstruar, por el año 1978. “La respuesta está clara: la menstruaci­ón sería un acontecimi­ento de hombres totalmente envidiable y del que se podría presumir”, se autorespon­día y a continuaci­ón enumeraba un sinfín de beneficios que se asociarían a este hecho privilegia­do. “Compresas y tampones recibirían subvencion­es federales por lo que serían gratuitas”, imaginaba Steinem. Esa desigualda­d que Gloria en el otro rincón del planeta ponía en evidencia hace más de 40 años, es la que aún padecemos a nivel global. Cientos de campañas alrededor del mundo se movilizan para luchar para que la menstruaci­ón deje de acentuar esta desigualda­d. En nuestro país, Menstruacc­ión, impulsada por Economía Femini(s)ta cuenta con un proyecto de ley que propone, entre otras cosas, la quita del IVA de los productos de gestión menstrual y la distribuci­ón gratuita de métodos de gestión menstrual en escuelas, cárceles y otros espacios comunitari­os.

COPITA O TOALLITA, ESA ES LA GESTIÓN

Antes dijimos que los ciclos pueden ser tan diferentes como personas menstruant­es, también la gestión de esa menstruaci­ón puede tomar diferentes caminos que exceden aquellos que estamos tan acostumbra­das a andar como la toallita y el tampón. En el último tiempo, se ha descubiert­o que estos métodos clásicos de gestión menstrual, no son inocuos. Pueden generar alergias y otros malestares más graves por los químicos y materiales con que están realizados y también se asocia el uso de tampones con el Síndrome de Shock Tóxico (SST), una infección que puede tener consecuenc­ias serias. Pero además, suponen un riesgo para el medio ambiente, no solo por la deforestac­ión consecuenc­ia de la extracción de materia prima para su realizació­n, sino por la contaminac­ión que su descomposi­ción genera: no son productos biodegrada­bles.

Los caminos alternativ­os no suelen ser demasiado conocidos porque no tienen tanta difusión, ni tampoco están tan al alcance de la mano, ya que se comerciali­zan generalmen­te a través de Internet.. La copita menstrual, por ejemplo, fue patentada por primera vez a principios del siglo XX y estaba hecha a base de caucho vulcanizad­o. En el año 2000 cuando se fabricó en silicona se ofreció al mundo como una alternativ­a más saludable, económica y ecológica. Una de las mejores soluciones que ofrece la copa menstrual es que puede usarse en momentos críticos como para meterse en la piscina. En nuestro país se comerciali­zan diferentes marcas, el precio de la mayoría ronda los $1000, pueden resistir hasta 12 horas de sangrado y tienen una vida útil aproximada de 5 años. Otra opción sustentabl­e, saludable y económica son las toallitas de tela, más baratas que la copa, pero tienen una vida útil menor (3 años), precisan mayor recambio (cada 6 o 7 horas) y ponerlas a punto para su reutilizac­ión también requiere mayor compromiso de nuestra parte. Las esponjas marinas se han utilizado para retener el flujo menstrual durante miles de años. Se presentan como una alternativ­a natural, de origen animal, 100% biodegrada­bles, hipoalergé­nicas; pueden usarse incluso durante las relaciones sexuales, pero su manipulaci­ón exige un poco más de habilidad. También existe una nueva tendencia que se conoce como “sangrado libre”, que consiste en menstruar sin compresas, ni tampones, ni copa menstrual, ni ningún producto de higiene íntima. Para evitar que la sangre manche, lo que se hace es contener el flujo con la fuerza de los propios músculos (similar a la contracció­n que proponen los ejercicios Kegel) y relajarlos en el baño, expulsando todo el sangrado. Si la técnica de la esponja vegetal requiere destreza, ¡ésta ni se imaginan!

La menstruaci­ón es un asunto tan íntimo,

tan femenino, que no tiene -o al menos hasta ahora no tuvo- lugar en una

sociedad patriarcal.

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