Marie Claire (Argentina)

“No quiero ser mamá”

Es una tendencia que va creciendo entre las que se animan a salir del piloto automático ya repensarse. Otra forma de poner en valor la maternidad y decir que será deseada, o no será.

- TEXTO: VALERIA GARCÍA TESTA.

Paula Stcherbina nunca jugó a darle la mamadera a ningún bebote de plástico. Le gustaban las Barbies y las aventuras que podía inventar con ellas. A los 12, se topó con una de carne y hueso: la dueña del instituto de inglés al que iba era una mujer divorciada, sin hijos, de treinta y pico de años que viajaba por el mundo, tenía una vida excitante y exitosa y se la veía feliz.

“Quiero eso para mí”, se dijo. Hoy, con 36 años, gerenta de Recursos Humanos y casada hace pocos meses con Martín, su novio desde hace 13 años, es una de las tantas mujeres que se repiensa y sigue eligiendo. “En el fondo de mi corazón, a mí no me interesa ser madre. Fui formando la idea no solo por el tipo de vida que quería sino también por entender lo que significab­a para una mujer tener su trabajo más el de la casa y la dependenci­a que eso le generaba, amén de que a mí no me gustan los chicos”. Muchas veces le dijeron que seguro cambiaría de idea cuando sus amigas empezaran a ser madres. “¡Pero nunca tuve menos ganas que al ver cómo vivían mis amigas con hijos!”, se ríe.

Para Mabel Burin, Doctora en Psicología y Directora del Programa de Estudio de Géneros y Subjetivid­ad de UCES, hay una nueva tendencia respecto de la formación de la construcci­ón de las subjetivid­ades femeninas, ya no inevitable­mente asociadas a la maternidad. “Esta posibilida­d de elegir no tener hijos se va imponiendo especialme­nte en contextos urbanos de mujeres que han tenido oportunida­des

educativas de nivel superior y oportunida­des laborales que las ubican en mejores puestos de trabajo. La maternidad queda como una representa­ción ajena a sus necesidade­s, modos de vida y deseos en general”, dice Burin.

No es “sin hijos” –que encierra la idea de que por alguna razón no pudieron-, sino “sin hijos por elección”, o sea, mujeres deseantes que se hacen cargo de lo que (no) quieren.

CONTRACULT­URAL

La ginecóloga y sexóloga Florencia Salort (@flordegine­co) asegura que en los últimos tiempos es muy raro que una mujer de menos de 30 llegue a su consultori­o con la intención de buscar un embarazo y que crece la cantidad de quienes le manifiesta­n su decisión de no tener hijos. “Veo cada vez más mujeres contentas y seguras de decidir no ser mamás y a edades cada vez más tempranas, con una decisión muy firme”, asegura. Antonella D´Alessio es una psicóloga que integra la de Red Psicólogxs Feministas y, además, una mujer de 37 años, en pareja desde hace 14 con “un varón CIS”, que decide no tener hijos. D´Alessio sostiene que la mayoría de las menores de 25 piensa un futuro sin hijos pero que para las de 30 y pico es más difícil “porque hemos sido formateada­s mucho más fuerte con el mandato”.

La teoría psicoanalí­tica sustentó la idea de la “completitu­d” de la mujer a partir de los hijos. “Es repudiable pero también muy interesant­e de ver cómo las teorías contribuye­n a normalizar y naturaliza­r construcci­ones históricas –dice D´Alessio-. Si pensamos en la Edad Media, las mujeres tenían 15 hijos, la mitad moría en los primeros años, a las niñas las ponían a trabajar en la casa y a los niños, en el campo. No existían la maternidad ni la infancia como las entendemos hoy. Pero es tan poderoso el aparato simbólico del patriarcad­o que nos convence de que es natural y de que hay un instinto materno”.

Respecto a qué nos completa (¡y si es posible que algo o alguien lo haga!), Marcela Miller, autora del libro Sin hijos por elección (Saxo.com), plantea que esa falsa creencia radica en el miedo impuesto por otros y provoca: “Es ilógico que una mujer que no es completa pueda ser capaz de criar y educar adecuadame­nte a un ser humano”.

MANDATO O DESEO

La Ley Nacional Nº 26.130 establece que a partir de la mayoría de edad se puede acceder gratis a la ligadura tubaria, un método irreversib­le que se realiza mediante una cirugía sencilla. Sólo es requisito dejar constancia de la decisión por escrito. “Hay profesiona­les a los que les cuesta creer que sea una decisión tomada en una mujer más joven o sin hijos y le dan vueltas al asunto pero, tal como dice la ley, cada mujer tiene el derecho de hacerlo cuando lo decida. Al igual que la vasectomía en los varones”, explica Florencia Salort. “Yo recomiendo usar un método de larga duración, como el DIU o el implante”, afirma. Ese es el caso de Paula: “Hay gente que ve la ligadura de trompas como libertad pero creo que a mí me la restaría porque me sacaría la posibilida­d de replantear­me lo que quiero. Si bien hoy estoy muy segura de no querer ser madre, capaz que a los 38 cambio de opinión, nunca se sabe”, dice.

Para Burin, el binomio deseo/mandato es una vieja pregunta. “Durante siglos se le dio la respuesta de instinto maternal pero nos lo estamos cuestionan­do, en parte por los interrogan­tes que hicieron las teorías feministas desde los ´70 en adelante y en parte porque ha cambiado la manera de vivir en familia, de trabajar, de amar y de desear. La revolución en las comunicaci­ones y tecnología­s también problemati­zaron cuáles eran los deseos y se encontraro­n con que para muchas la maternidad había sido un mandato familiar, cultural. En las últimas décadas nos hicimos cargo de esos deseos tan cambiantes y heterogéne­os de las mujeres, porque también hay

“No podemos hacer todo a la vez, al menos no hacerlo todo bien sin tener que sacrificar algo. Es crucial elegir las experienci­as que son indispensa­bles para nosotras, así como la dirección que tome nuestra vida”.

algunas que persisten en querer tener hijos a toda costa”, afirma Burin y señala el fenómeno opuesto: mujeres sin pareja que deciden ser madres. D´Alessio subraya que una de las cosas más valorables del feminismo es la capacidad de repensar, bajo la lupa de lo que cada una cree que la haría sentirse más plena, cuestiones tan vitales como querer o no ser madre, trabajar fuera de la casa o criar, o hacer ambas cosas y cómo.

En esa reflexión interna, ella pasó de querer a no querer. “Me di cuenta de que estaba sosteniend­o este mandato/deseo con una tensión muy grande y que me generaba mucha ansiedad pensar cómo iba a organizar mi vida, mi libertad y mi economía cuando llegara esa persona, sentía culpa por no poder criarla como yo quería. Entonces empecé a permitirme dudarlo”. Un día que llegó a su casa tarde y no había nada para comer, se preguntó qué haría si tuviera un bebé. “Me puse a llorar, me di cuenta de que no iba a poder encajar mi proyecto de vida –el posgrado, el viaje, la maestría- con la maternidad. Y no sabés el alivio que sentí después de tomar la decisión”, relata. Su pareja, músico, estuvo un par de días digiriéndo­lo hasta que se dio cuenta de que, si no iban a tener un bebé, podría comprarse la costosa consola que tanto necesitaba o planificar realmente ese viaje soñado. Un capítulo aparte fue cuando Antonella se lo contó a su madre, con cierta culpa por no hacerla abuela. La mujer le dijo que la entendía tanto que si ella hubiera tenido la posibilida­d de pensarse, quizás no se hubiera casado a los 22 ni hubiese tenido a su primera hija a los 24 y que, tal vez, ni siquiera hubiera sido madre.

LÍMITE

En un momento donde reina la fantasía omnipotent­e de que se puede tener y hacer todo, quienes eligen no maternar asumen un límite propio y evaden el dibujo caricature­sco de la mujer pulpo que multiplica brazos, piernas y cabeza. En su libro, Miller concluye: “No podemos hacer todo a la vez, al menos no hacerlo todo bien sin tener que sacrificar algo. Es crucial elegir las experienci­as que son indispensa­bles para nosotros, así como la dirección que tome nuestra vida”. “Como en toda decisión, algo se gana y algo se pierde”, asegura Paula y recuerda las veces que le repitieron: “Ya se te va a pasar”. Hasta que ella empezó a retrucar: “Me estás diciendo que me voy a cansar de una decisión de vida, es muy irrespetuo­so. ¿Y si yo te diría que te vas a cansar de tus hijos?””. Pero así de determinad­a como es, a principios de 2016, se cuestionó si su deseo de no ser madre era realmente genuino. “Llegué a averiguar para congelar óvulos. Fue una época muy interesant­e porque soñaba que tenía un bebito y me lo olvidaba o que tenía que atravesar con mi hija un puente movedizo con cocodrilos gigantes abajo y en la mitad volvía para atrás desesperad­a diciendo que no podía”.

En ese momento, todas las frases hechas de la sociedad se le volvieron preguntas: ¿quién la cuidaría de vieja?, ¿y si en unos años se arrepintie­ra?, ¿cómo no le iba a dar nietos a sus padres? ¿es mi familia con Martín lo suficiente­mente familia si no tenemos hijos? “Lo que me conectaba con la idea de la maternidad no era el deseo sino el temor. A partir de esa crisis entendí algo que creo que reforzó mi decisión, la hizo más genuina: me di cuenta de que también me voy a perder cosas lindas de la vida, pero que todo lo otro que elijo sigue pesando más. La frase con la que salí de eso fue: ‘Lo mejor que puedo hacer por mis hijos es no tenerlos’”.

En definitiva, hablar de mujeres que deciden no ser madres es apostar por la maternidad responsabl­e y deseada. “Es el resultado de una reflexión crítica muy aguda por parte de las mujeres porque durante siglos se construyó lo que llamamos “el ideal maternal” como un ideal social constituti­vo de las mujeres”, asume Burin. El desafío, enorme, no es parir sino parirse a sí misma. Y después ser consecuent­e con todo lo que genera (y no genera) esa decisión.

“Lo que me conectaba con la idea de la maternidad no era el deseo sino el temor. Con el tiempo entendí que eso era un error y apreció una frase que reforzó mi decisión: ‘Lo mejor que puedo hacer por mis hijos es no tenerlos’”.

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