DECIDIR con emoción
Siempre estuvo bien visto eso de "elegir con la cabeza" pero las neurociencias rescataron el valioso aporte de las emociones a la hora de tener que optar
París o Londres? ¿Dos hijos o tres? ¿Sociología o filosofía? ¿Auto o subte? Desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir estamos tomando decisiones y lo hacemos en todos los órdenes de la vida. Desde elegir la marca de café y los alimentos para el desayuno hasta casarnos, divorciarnos o invertir en propiedades importantes.
A veces, decidir es simple, no hay mucho para elegir. Otras, el proceso es complejo y puede convertirse en una preocupación importante. El conocimiento previo y la experiencia reorganizan los circuitos cerebrales y agilizan el proceso de toma de decisiones cuando éstas son complejas, y lo mismo sucede con los mecanismos emocionales que son mucho más potentes de lo que se creía.
En cualquier caso, esto es, desde elegir entre tostadas con mermelada light o una porción de torta para el desayuno, o entre Madrid o Barcelona para vivir, el proceso de toma de decisiones pone en juego numerosos procesos cognitivos y emocionales que se activan por debajo del umbral de conciencia.
Con relación a los emocionales, ya hay suficientes pruebas como para inferir que, al contrario de lo que se pensaba, no nos “nublan la razón” sino todo lo contrario: actúan positivamente, guiando los procesos de toma de decisiones desde las profundidades de la mente.
Las decisiones más difíciles, que comprometen, por ejemplo, la moral emplean los mismos mecanismos básicos que nuestro cerebro utiliza cuando evaluamos si vale la pena gastar en una garantía extendida al comprar un coche nuevo. Parece que nuestra capacidad para tomar decisiones complejas, de vida o muerte, depende de estructuras cerebrales que originalmente participan en la toma de decisiones más básicas de interés personal, como la comida.
Alto consumo
Lo que sin duda cambia cuando las decisiones son muy importantes es el esfuerzo neurocognitivo que realizamos. Si la decisión es compleja, aumenta el consumo de energía cerebral debido a la exigencia que recae sobre las funciones ejecutivas y terminamos agotados. Uno de los mejores ejemplos es el de los corredores de Fórmula 1 que además de un gran esfuerzo físico (que no vemos), realizan un gran esfuerzo mental. Los cambios fisiológicos (como el aumento del ritmo cardíaco y la sudoración) revelan claramente el gran componente emocional asociado a cada decisión que toman, ya que ponen en juego no solo la carrera sino también la propia vida.
Según el saber popular, el cálculo racional constituye la base de las decisiones correctas, mientras que la emoción sólo molesta. Sin embargo, los estudios de neurociencia probaron que el conocimiento y el razonamiento solos no son: la emoción cumple un papel crucial en la toma de decisiones. Cuando uno se enfrenta a un resultado muy incierto, o desconocido, confiar en la intuición y en las emociones es la mejor estrategia.
El pensamiento racional funciona cuando uno tiene toda la información lógica para la toma de decisiones a la mano. Por ejemplo, uno puede decidir si es mejor comer o no si se tiene hambre. Sin embargo, la emotividad interviene en las decisiones sólo en presencia de un escenario de incertidumbre (decisiones riesgosas, indecifrables, indiferentes, etc.). Estas emociones ayudan al pensamiento lógico a optar por el camino. Aún para que una decisión que tomemos sea considerada racional, se funda en una serie de emotividades previas que otras decisiones anteriores fueron dejando registradas en nuestro cerebro. Así, la lógica parece no estar tan lejos de la intuición.