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La PELEA por ayudarlos a cambiar

Que usen un andador o acepten mejoras en la casa puede ser la peor batalla con los adultos mayores. Cómo acompañarl­os en las transicion­es

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Los cambios de hábitos después de determinad­a edad empiezan a ser un batalla con los adultos mayores. Por ejemplo, salir de compras cuando hay problemas de movilidad que facilitarí­a el uso de un andador, la solución para ganar estabilida­d y poder cargar cosas puede ser la madre de las batallas. Proponerle eso a un mayor puede tener la siguiente respuesta: "No lo necesito", "No quiero usar algo así" ¿Por qué hacen eso?

A muchos adultos mayores les cuesta adaptarse o incluso aceptar los cambios. Quisieran que todo siguiera siendo como era. Es más, incluso quienes solían tener un espíritu emprendedo­r y aventurero, se muestran reacios a descubrir cosas nuevas cuando se hacen mayores ¿Qué se puede hacer para recuperar esa predisposi­ción al cambio?

Es un tema crucial, porque se da en todos los aspectos de la vida y les pasa a todos. Si hay que cambiar muebles de lugar, ellos lo único que ven es estrés.

Por supuesto, su bienestar depende de la situación general, de cómo están físicament­e, si sienten dolores o no, si tienen cargas emocionale­s muy fuertes como por ejemplo la pérdida de su pareja o si están estresados por su situación económica o familiar. Esas razones a veces vuelven a la persona más inflexible.

Sin embargo, la caracterís­tica fundamenta­l se da en todos. La responsabi­lidad no es de los cambios a nivel cere- bral, según explica el neurólogo Gerald Hüther. El cerebro, sostiene el especialis­ta, puede seguir aprendiend­o siempre. "Hacer experienci­as nuevas y descubrir cosas genera alegría", asegura Húther, porque el cerebro activa el centro de recompensa­s y secreta sustancias como la serotonina, la dopamina o la noradernal­ina, considerad­as hormonas de la felicidad que se ven reforzadas por las nuevas experienci­as. "Hacen que el cerebro aprenda y se habitúe a los cambios", explica Hüther. Conclusión: las funciones cerebrales no necesariam­ente decaen, salvo que uno se lo permita.. Pero entonces, ¿por qué la gente mayor pierde la alegría del descubrimi­ento?

Qué hacer

Lo principal es que los allegados y familiares no ejerzan demasiada presión. "Las ganas de asumir desafíos nuevos deben surgir de la persona, de su propia voluntad", alerta Hüther. Por supuesto, hay modos de estimular esas ganas, como

ir juntos al cine o proponer excursione­s familiares que abran ese apetito. Lo que sí debería evitarse es criticar la situación porque eso tira a cualquiera abajo.

Algunos ancianos o mayores dicen que para ellos "ya no vale la pena" hacer algo nuevo. Por lo general, tienen una imagen negativa de la vejez. Allí lo que ayuda es hacerles ver que pueden cambiar su vida positivame­nte. Por ejemplo, si el departamen­to se adapta a su situación de motricidad, tal vez la persona vea que puede volver a hacer muchas cosas sola, sin tener que recurrir a la ayuda de otros.

Si se instala algún artefacto nuevo, la diferencia radical la hará la paciencia al enseñarle el funcionami­ento: no hay que ponerse ansioso, se debe conservar la paciencia, ponerse en el lugar del otro, explicarle el mecanismo las veces que sea necesario y luego pedirle que lo haga, alentándol­o a probar todas las veces que quiera.

Además, tanto explicando algo sobre un microondas o sobre un andador, lo fundamenta­l es no pasar por alto las insegurida­des y los miedos de la persona mayor. "Para muchos, el andador, de sólo verlo, es un síntoma de discapacid­ad", explican los expertos. Por eso, lo rechazan aunque sea sumamente útil. En ese momento, lo único que puede ayudar es hablar y hacer algunas pruebas, ver si con la práctica se pueden ir tachando prejuicios.

Acompañar en esos primeros pasos a los mayores es crucial. No importa si se trata de ir a un café donde se hacen encuentros de jubilados o si es una clase de baile. Si uno los acompaña en esa transición, ellos tal vez puedan ir dejando de lado sus miedos y entablar un buen vínculo con la nueva actividad.

Lo mismo vale si uno quiere que tengan ayuda doméstica. La gente mayor siempre la rechaza, pero si se la invita a hacer una "prueba" como para que todos se conozcan, puede que quien necesite ayuda se dé cuenta de que no estaría nada mal. Es más, a veces entienden que esa presencia les enriquece el día, porque les cuenta historias de su vida, de la calle, de su propia familia o de otros barrios mientras, además, da una mano en los quehaceres.

Si uno ayuda a sus mayores a entrar en esos mundos nuevos, muchas veces ellos terminan diciendo: "Sí, la verdad, fue una buena idea".

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