ENVEJECIENDO
Admito que es extraño elegir un gerundio como título, pero no quise poner un límite de edad a este texto, pues la vida es un continuo que vamos transitando. Nuestra cultura la divide en décadas, supuestamente para ordenarnos, pero no existe un límite de tiempo. Envejecemos a partir del momento en que comenzamos la declinación física, sin embargo, hay tantas maneras de hacerlo como posibilidades de identificarnos; por lo tanto, resulta difícil hablar de un tipo general. La sociedad puso un límite de edad laboral, y en los medios se habla de sexagenario como si fuera necesario distinguirlo de alguien de menos edad.
Pasar la barrera de los sesenta, para muchos, es cruzar el límite entre la clase activa y la pasiva. Pero dependerá de la imagen que cada uno tenga de esa etapa de la vida y de la manera de vivirla. Es fundamental tener un buen modelo de envejecimiento. Desafortunadamente, en lugar de eso, la sociedad creó un modelo omnipotente en el cual el hombre cree poder detener el paso del tiempo así como controlar la enfermedad, y tratamos por todos los medios de que la realidad se parezca a este modelo.
Parece tentador, pero tiene sus riesgos, entre otros, que llegará un momento en que la realidad se imponga, la vejez y la enfermedad irrumpan, y quienes compraron esa fantasía no lo puedan tolerar.
El cuerpo marca los ciclos que quizás te parezcan terribles, pero no son otra cosa que la expresión de la vida. Nos ponemos contentos cuando alguien nos dice: "Estás igual". Dar vueltas en torno a lo mismo es terriblemente aburrido, aunque se trate de la mejor situación. "Saber envejecer es la obra maestra de la vida y una de las cosas más difíciles de lograr en el arte de vivir", dijo Cicerón. Esto significa: aceptarla y vivir plenamente las posibilidades que nos da.
La edad de comienzo es variable. Para mí es un momento existencial de gran cambio que se caracteriza por la reducción de las obligaciones o compromisos; quienes tienen hijos, estos ya están emancipados y fuera del núcleo familiar; a nivel laboral se está planteando el retiro o se continúa en meseta. Hay más tiempo para sí mismo.
Como existe una edad jubilatoria establecida, los sesenta se han tomado como mojón. Pero hay personas independientes que continúan con sus actividades y armando proyectos, o familias con hijos convivientes que todavía dependen.
Considero que es el temor a envejecer una de las causas por la que muchos padres no estimulan el crecimiento de sus hijos y tienen en sus casas adolescentes eternos. Por la misma razón, otros se resisten a jubilarse.
Lo paradójico es que, como todo síntoma, provoca lo que desea evitar. La detención del tiempo nos lleva a la muerte. No está vivo quien se repite, ya sea a nivel laboral, familiar o personal.
La vida se desenvuelve en espiral, no podemos detenerla. Lo maravilloso es que esta etapa está plagada de nuevas ofertas, y si no sueltas lo que tienes, no podrás disfrutarlas.
Muchos temen soltar, para no precipitarse en un peligroso tobogán hacia la muerte. Otros lo hacen, pero se aseguran de tener todo tipo de distracciones para no enfrentarse con el vacío.
Por otro lado, están los que esperan ilusionados su jubilación para poder realizar todo lo que en otro momento no pudieron, ya fuera por falta de tiempo o por el peso de las obligaciones; así como otros se sienten perdidos con esa libertad, no saben cómo usarla y caen en depresión. No nos define la edad que tenemos sino lo que hacemos. Si estamos abiertos a los acontecimientos, veremos que cada momento de nuestra existencia nos enfrenta a situaciones nuevas, diferentes. Somos creados por la vida y a su vez la vida es nuestra creación. La vida es cada instante, ese que nosotros creamos en cada presente. Hay un delicado equilibrio que debe restablecerse momento a momento. Cuando no lo logramos hay crisis y entonces la vida abre un nuevo espacio, irrumpe y brota.