Mia

¿Y si me clavo una burkini?

- Marcela Tarrio Por

Para las que no somos ni Julieta Nair Calvo ni la China, el momento de elegir el traje de baño es no sólo terrible, sino digno de una sitcom o una tragicomed­ia.

Llegás al local después de haber mirado ochenta mil vidrieras, apostando a que ese fucsia dos piezas te va a quedar bien; recorrés los percheros, agarrás cuatro modelos si no te permiten más, y te internás en el probador con todo el optimismo posible. Ese que, una vez que te probás lo que en tu imaginació­n te quedaba divino, se esfuma como agua entre los dedos por el terrible impacto de la realidad, entiéndase, el espejo. Una llega sabiendo que los rollitos, la celulitis y la carne floja están, pero ver a la Maldita Trinidad hermanada para desgarrart­e el corazón, y tan cerquita (¡hagan probadores más amplios, al menos!), es muy fuerte. Sin embargo, allá vamos, probamos uno, otro, empezamos a preguntar si podemos llevar la bombacha de uno con el corpiño del otro y, por supuesto, justo la mezcla que vos querés no se puede, así que de vuelta a empezar... Y así pasás a las enteras, las trikinis, y ya empezás a pensar en clavarte una tankini y que piensen que estás embarazada por la remerita... Y justo en el momento en que querrías ser musulmana para ir a la playa con burkini y que sólo se te vea la cabeza, aparece él, ese que siendo bikini te queda perfecto o el entero que te disimula hasta el hipo. Siempre hay uno para vos, sólo es cuestión de buscar. Lo importante, y esto lo aprendí después de años de pasar por este momento y de terapia, es quererte como sos y olvidarte de que "por suerte está el pareo que me tapa todo". Mujeres, sumérjanse en el duro camino de elegir traje de baño, y lúzcanse en la pileta o la playa. Igual, no se olviden del truquito de Cathy Fulop, que no falla: salís del agua, te pegoteás arena en las piernas y la cola, y la celu ni se ve...

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